Violinista de buena cepa, Luis Samuel Saloma es ejemplo de tenacidad y entusiasmo en cuanto el magisterio y la labor propia de un atrilista dentro de una orquesta.
En la actualidad primer concertino de la Orquesta Sinfónica Nacional, hijo del maestro David Saloma —violista decano de dicha sinfónica, ya desaparecido—, así como sobrino de Daniel Saloma, quien fuera su maestro, y nieto de Luis G. Saloma, violinista, promotor de la música de cámara en México, Luis Samuel ha hecho del ejercicio de la música una pasión que conmueve y transmite.
Pues bien, a modo de reconocimiento, o si se quiere de reflexión, o si se prefiere de reposo luego de una carrera exhausta y que aún tiene mucho por delante, Luis Samuel Saloma ha grabado un CD emblemático, que bien visto es una ofrenda. Se intitula A mis amigos y comprende una selección de obras mexicanas para violín y piano del siglo XX que vale la pena escuchar con atención.
Acompañado al piano por Monique Rasetti —corrijo: más que acompañante, la musicalidad y técnica depuradísima de esta pianista la sitúan como compañera idónea, musicalmente hablando—, Luis Samuel Saloma toca en A mis amigos obras que para él son representativas y que luego de escucharlas dan idea de su amplia gama interpretativa, así como de una compilación afortunada por versátil y representativa —en efecto, las obras seleccionadas satisfacen los gustos más diversos, e incluso divergentes.
Bloques
Por principio de cuentas habría que destacar dos bloques: el de las sonatas y el de las piezas breves.
El primero comprende la sonata de Hermilio Hernández (Autlán, Jalisco, 1931) y la sonata de José Pablo Moncayo (Guadalajara, Jalisco, 1912; Ciudad de México, 1958).
La sonatadel maestro Hernández, compuesta y estrenada en 1954 con Manuel Enríquez al violín y el propio Hernández al piano, constituye un alarde de buen gusto y fino lirismo, que Saloma y Rasetti resuelven en forma espléndida.
No es común toparse con ese dominio de los instrumentos, en que el autor se da el lujo de jugar con el equilibrio —incluso hay pasajes en que todo el peso recae en el piano—, sin perder de vista encanto y refinamiento.
Esta sonata, que cobraría fama cuando Arturo Xavier González la transcribió para el violonchelo y que terminaría siendo un delicioso concierto para violín (estrenado por Higinio Ruvalcaba en 1968) es una de esas obras que figuran en el gusto del melómano, más allá de cualquier moda o corriente musical.
Respecto de la sonata de José Pablo Moncayo, demuestra con mucho que Moncayo no es nada más el autor del Huapango. Por el contrario, la sonata —estrenada por Salvador Contreras al violín y Moncayo al piano— refleja las preocupaciones básicas del compositor jalisciense: buscar nuevas formas de hacer música sin escatimar emoción. Y al parecer, Saloma y Rasetti captaron perfectamente esta inquietud, puesto que en todo momento su interpretación es inteligente y emotiva.
El segundo bloque, el de las piezas breves, configura una muestra de lo que ha significado la dotación violín-piano en el repertorio tradicional mexicano. La lista es la siguiente: Andante, de Felipe Villanueva; A nuestra Señora de Lourdes, de Guillermo Pinto Reyes; A mis amigos, de Mario Ruiz Armengol; Danza gitana, de Higinio Ruvalcaba; Melodía, de Ricardo Castro; Gloria, de Pedro Valdés Fraga; Canción de cuna, de Juan Sabre Marroquín, y Vals triste, de Alfonso de Elías.