Por J. Alberto Castro
En las dos últimas décadas la biotecnología ha generado una gran revolución por su potencial ilimitado para beneficiar a la humanidad: su campo de acción prácticamente abarca todos los aspectos de la vida cotidiana; por ejemplo los alimentos, la salud y la vida animal.
Centrada en el uso de la materia viva y sus derivados para producir bienes y servicios también es una fuente abundante de innovación en muy diversos rubros como la agricultura, las industrias farmacéutica, alimentaria, química y petrolera, y el mejoramiento ambiental.
En México uno de sus principales impulsores es el doctor Gustavo Viniegra González, quien hace algunos años presentó estudios de ingeniería, modelo matemático, fisiología y bioquímica de los cultivos de los hongos filamentosos.
Entrevistado por Vértigo dice que a lo largo de su vida ha investigado y descubierto los principios de ingeniería y fisiología de las fermentaciones sobre sustratos sólidos que sirven para producir enzimas y catalizadores de uso alimentario, biopesticidas contra insectos, composta de la basura orgánica, complementos alimentarios para el ganado y productos biofarmacéuticos.
En el terreno tecnológico el profesor emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) generó tres patentes y a nivel industrial fueron aprovechadas por las empresas Lyven, en Francia, y Altech, en Estados Unidos.
A sus 79 años está interesado en el metepantle (milpa entre magueyes), antiguo sistema de agricultura que según el científico mexicano “puede aportar importantes innovaciones a un futuro sostenible y beneficios directos a los pequeños agricultores y la gente más necesitada”.
Con estudios de doctorado en distintas universidades recuerda: “Hace más de dos mil años los agricultores de los Valles Altos de Tlaxcala, Hidalgo, Puebla y el Estado de México desarrollaron un sistema de milpas entre hileras de magueyes que se llama metepantle”.
Sin embargo en el siglo pasado este sistema decayó porque el pulque fue sustituido por la cerveza. Pero ahora, con un mundo diferente, Viniegra piensa que las necesidades de aumentar la seguridad alimentaria, enfrentar el agotamiento del petróleo y reducir la contaminación por los plásticos podrían resucitar al metepantle con nuevas oportunidades de riqueza rural sostenible.
Para Viniegra el desafío económico del país obliga a aprovechar los recursos al máximo. “En las zonas pobres lo más abundante son los magueyes: el mapa de la pobreza es el de los magueyes. No hay de otra: aprendamos a transformar los magueyes en productos de mercado”.
La milpa tradicional, puntualiza, “incluía el cultivo del maíz, los frijoles, las calabazas y los quelites. Por su parte los magueyes, además de reforzar los bordos de las terrazas en las laderas cultivadas, se utilizaban para producir pulque, fibras largas o ixtle y combustible de las pencas secas o mezotes”.
Señala cómo el gobierno federal, desde hace tres décadas, apoyó la producción de cebada como materia prima destinada a la fabricación de cerveza y descuidó la diversificación del uso del maguey. El resultado ha sido la pobreza rural ya que el rendimiento usual de la cebada es de 3.5 toneladas por hectárea y, con un precio de cuatro mil pesos, apenas ofrece un ingreso anual de 30 mil pesos, inferior a los 70 mil pesos necesarios para la supervivencia familiar.
Comprometido con la ciencia del metepantle sugiere que estos modelos de cultivo podrían rehabilitarse para apoyar la producción de los pequeños ganaderos, porque cada hectárea sembrada de maguey pulquero puede producir por año diez toneladas de materia vegetal (base seca), con 60% de fermentabilidad, aun cuando la precipitación pluvial sea de 40 cm.
El formador de investigadores universitarios resalta los rendimientos menores de 1.5 toneladas por hectárea del maíz. Por el contrario los metepantles con 25% de magueyes y 75% de milpa son más productivos en materia digerible por el ganado que la milpa sola, porque requieren menos agua y porque el ganado puede digerir los carbohidratos solubles (fructanos) del maguey para producir carne y leche.
“En este sistema una familia obtendría 70 mil pesos anuales por la venta de 470 kilos de queso derivados de la ordeña de ocho cabras lecheras. Cabe señalar que los once millones de caprinos de México solo producen 600 millones de litros de leche. Aquí se estima que el potencial lechero de 300 mil hectáreas de metepantles es de 470 millones de litros con tan solo 1.25 millones de cabras”, augura.
En el plano innovador el especialista sugiere que “los azúcares y fructanos de los magueyes pueden ser transformados por bacterias productoras de ácido láctico. Este ácido es un precursor del ácido poliláctico, que es un bioplástico biodegradable y podría sustituir a 200 mil toneladas de plástico no degradable usado en la venta de los alimentos”.
Sonriente prevé y ve a los magueyes como una materia prima abundante que daría ocupación rentable y sostenible a miles de familias de los Valles Altos. Para ese fin sería necesario desarrollar la fermentación láctica industrial de la pulpa del maguey y promover o apoyar a las organizaciones rurales para que aprovechen el ixtle y vendan a precio justo sus productos artesanales.
También, concluye, “la renovación de los metepantles debería ser parte importante de la estrategia para aprovechar la sabiduría ancestral, renovada con la ayuda de conocimientos científicos, para que se pueda superar la pobreza de cientos de miles de campesinos de los Valles Altos de México”.
Científicos productivos
Para el doctor Gustavo Viniegra González en los últimos 30 años la élite gobernante ha fracasado por el lento crecimiento de la economía y la escasa productividad tecnológica, mientras que “en el mismo periodo los científicos mexicanos produjeron más ciencia de calidad con cada vez menos presupuesto, porque la producción científica creció 8.6% anual, cuando el PIB solo creció 4.6% y de ese PIB menos de 0.5% se dedicó a financiar ciencia y tecnología”.
Así, “la empresa mexicana no aumentó mucho su capacidad tecnológica. Las diez mayores empresas del país, con ventas en 2018 de 0.29 billones de dólares, solicitaron en el último quinquenio 88 patentes ante la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos (USPTO), a diferencia de las diez mayores empresas coreanas, con ventas de 0.91 billones de dólares, que solicitaron 57 mil 472 patentes ante USPTO durante el mismo periodo”.
El gasto promedio en ciencia y tecnología “bajó de 600 mil dólares por investigador en 1984 a tan solo 240 mil en 2018. Sin embargo la producción científica se multiplicó 18 veces cuando la economía únicamente se multiplicó por cinco y la productividad científica se mantuvo alrededor de una publicación por integrante del SNI”.
Asimismo, apunta, “la comunidad científica ha cumplido con su función en forma eficiente a pesar de la corrupción, las crisis financieras y la inseguridad social. Universidades e institutos de investigación produjeron por lo menos cinco o más veces patentes que las diez empresas más importantes del país. Sin ciencia y tecnología es muy difícil cambiar el coeficiente de productividad de la economía. Es muy difícil, casi imposible. Es obvio que las principales empresas y el gobierno de México han sostenido una economía maquiladora, en detrimento de la innovación local. Si se apoyara con decisión la ciencia y la tecnología por empresarios y gobierno México se convertiría en una potencia manufacturera de talla mundial”.