Por Francisca Yolin
Con su octavo filme, Quentin Tarantino llega a la cima: por fin tiene la aprobación de los fanáticos, de los críticos y de la Academia —tiene cuatro nominaciones al Oscar, una de ellas por Mejor Película—; ha construido una carrera sólida, un estilo propio innegable; se confirma su posición como una de las piezas importantes del cine actual... Sin embargo, en el fondo nunca ha dejado de ser ese encargado de videoclub que ganaba unos pesos en su juventud mientras devoraba a King Vidor y a Bruce Lee, a Dario Argento y a Otto Preminger.
Y tanto más, tantas referencias, que pasadas por ángulos poco convencionales se convirtieron en el ADN de su cine.
Esto es algo que no falla en ninguno de sus filmes; tampoco en Django sin cadenas (Django Unchained), donde la referencia más evidente es el spaghetti western; pero Tarantino parece haber madurado y el género es sólo un medio.
Aquí lo más importante son la historia y sus personajes; historia que de forma lineal y enfocada se desarrolla rumbo a un destino concreto: el Dr. King Schultz, un dentista transformado en cazarrecompensas (Cristoph Waltz) libera y entrena al esclavo Django (Jaimie Foxx) para asistirlo en capturar a los forajidos más buscados.
Luego, ambos intentan rescatar a la esposa de Django, Broomhilda (Kerry Washington), de las garras del despiadado Calvin Candie (Leonardo DiCaprio).
Tenemos nuevamente varias líneas argumentales, pero a diferencia de la tendencia general de su cine, en esta ocasión Tarantino se libera de algunos recursos ya un poco gastados: los flashbacks ocasionales, la segmentación en capítulos y extensas conversaciones para crear tensión o explorar temas desconectados con la trama principal.
Creación
Ahora se trata de tres historias que se unen en diferentes momentos. El director no es esclavo de los géneros que decide homenajear. Claro, incluye sellos del western como tipografía, piezas musicales, acercamientos de cámara dramáticos, pero no tiene ningún problema a la hora de poner de fondo una canción de hip-hop o reconfigurar secuencias emblemáticas con una sensibilidad moderna.
Además de la impecable realización técnica (hay secuencias donde las tomas son soberbias), el máximo mérito de Django sin cadenas es crear personajes inolvidables, que inspiran a los actores a entregarse por completo. Desde los protagonistas a los secundarios exhiben detalles coloridos que denotan sus personalidades, haciéndolos productos creíbles de una vida y no fabricaciones acartonadas.
En contra, algunos argumentan que su duración (casi tres horas) es demasiada; aunque, la verdad, no se sienten.
Otros, que es muy violenta. Indiscutible, pero quien espere ir a ver una película de Tarantino y no ver violencia no está cuerdo. Lo cierto es que para los muchos fanáticos del director y del cine es una cinta que nunca deja de entretener ni de asombrar. Tarantino no inventa sabores, pero combina los ingredientes para lograr sabrosísimos y únicos platos.