Cine comunitario y social

Hector González
Todo menos politica
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Cine comunitario y social
Foto: Creative Commons/Vater_fotografo

“Para mí el cine es una militancia de 24 horas”, dice el argentino José Celestino Campusano, que en su país organiza dos festivales, uno regional y otro de teasers de dos minutos, además de que escribe, dirige y produce: “Conozco bien el circuito de una película”, argumenta el realizador, de quien se exhibe una retrospectiva en la Cineteca Nacional.

Nativo del poblado de Quilmes, Campusano ha obtenido el Premio a la Trayectoria de la VII Bolivia Lab y el reconocimiento al Mejor Director de la más reciente edición del Festival Internacional de Cine de Buenos Aires gracias en buena medida a un discurso que tiende puentes entre la ficción y el documental.

“El cine es una parte del audiovisual, pero como dice Ripstein es un arte que esconde posibilidades que ni siquiera avizoramos. Hemos explotado un porcentaje minúsculo de sus facultades. El cine comercial es de una caducidad elocuente y el de autor corresponde a los caprichos de cierta crítica y se ajusta a las corrientes”, expone en entrevista con Vértigo.

A sus 51 años Campusano lleva sobre su espalda la productora Cine Bruto y más de una decena de filmes que se distinguen por hacer de la experiencia de rodaje una actividad comunitaria.

“Creemos que el autor es la comunidad. En Argentina nuestra productora es comunitaria y es la que más veces estuvo en festivales clase A. Nos hace falta resignificar las palabras cooperativismo y comunitario, que están bastante vilipendiadas por el poder”, dice.

Sus filmes son historias que suelen explorar escenarios conurbanos sin ceñirse a un guión ni a una puesta en escena; sus actores se interpretan a sí mismos, humanizándose frente a la cámara y siendo protagonistas de sus propias vivencias. “Si me acerqué a las zonas marginales obedeció a una cuestión de accesibilidad. Crecí en la periferia, es el ambiente que conozco; pero en realidad Cine Bruto fue concebida para no satisfacer las ansias del mercado, la crítica o la política. Exploramos los distintos sectores de la sociedad pero respetando su complejidad, sin censura. Nos funciona usar un esquema de coproducción con el sector retratado y después liberar las películas para que la comunidad se apodere del contenido”.

Marginal y comunitario

Su filmografía incluye cintas como Legión, tribus urbanas motorizadas (2006), un documental acerca de agrupaciones anarquistas que habitan la periferia de Buenos Aires, personajes extravagantes que se caracterizan por adornar sus vehículos con animales muertos; Vil romance (2008), seleccionada en la categoría a Mejor Película en Mar del Plata, retrato de un pasional triángulo amoroso homosexual; Vikingo (2009), filme ganador del Premio FIPRESCI en Mar del Plata, que narra el anarquismo anacrónico de un motociclista de vida licenciosa pero férreo en la aplicación de sus preceptos morales; Fantasmas de la ruta (2013), una especie de continuación de la obra anterior, solo que enfocada en un drama pasional al interior de la comunidad de motociclistas; Fango (2012), un poderoso reflejo del ambiente hostil en el que viven cientos de argentinos de las barriadas de Buenos Aires a través de la historia de dos músicos veteranos dispuestos a llevar el ritmo del tango al extremo al fusionarlo con rock trash, y El perro Molina (2014), historia acerca de un criminal en decadencia que quiere sostener a cualquier precio el respeto por la amistad y la palabra empeñada.

Para Campusano las mejores historias suceden a nuestro alrededor. “Hay un contenido fabuloso y gratuito: el contenido social. El problema es que por una atrofia de nuestros sentidos no lo vemos; para que florezca necesitamos recurrir al diálogo, ir a la fuente o a la persona que fue testigo presencial de un hecho. La mejor historia para filmar ya está escrita”.

Su obra no suscribe cánones importados sino que, a través de ella, opta por emprender su propia cruzada estética. Sin la intención de fabular ni metaforizar esos áridos contextos, recrea las atmósferas de la manera más desencarnada posible, por eso su inclinación por el uso de actores no profesionales. “No tenemos problema para trabajar con actores, lo que no queremos es que la película se legitime por una presencia, esa es una instancia mercantilista. Preferimos que se consoliden por un trabajo grupal. Por eso las personas que trabajan con nosotros son ignotas. Si tenemos los rostros ante la pantalla controlados, la dirección y la producción también lo estarán”.

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Herramienta

Por lo mismo, el argentino asegura que el uso del guión puede contaminar una producción.

“El guión es un recorrido por lugares efectivos. La inseguridad nos afecta a todos; entonces a nivel guión es fácil remitirse al lugar común. Puedes maquillar el secuenciado de planos, pero en realidad haces un reciclaje de más de lo mismo cuando en realidad no hacemos nada para que las cosas cambien. Y en lo personal yo sí creo que el audiovisual es una herramienta de cambio, no solo de entretenimiento”.

La vocación del cine comunitario de José Celestino Campusano invita a recomponer el circuito de producción de una película y a reconstruir su sentido por medio de alianzas ciudadanas. “No hay por qué apuntar a un modelo de realización foráneo que no necesitamos y que es real apenas para 1% de los directores latinoamericanos. Hay quien considera que sin cinco millones de dólares no se puede hacer nada; para nosotros esa es una falsedad absoluta: todas mis películas han costado una décima parte y no hemos tenido ningún problema. De lo que se trata es de establecer mecanismos de diálogo y confiar en el otro; de someter los recursos del cine a la realidad de la persona”.

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