En la Fundación para las Letras Mexicanas hace frío. “¿Un café no es lo típico de oficina?”, ofrece su director, Eduardo Langagne (Ciudad de México, 1952).
El poeta recién obtuvo el Premio José Lezama Lima a propósito del libro Verdad posible (Fondo de Cultura Económica), título donde delinea su visión sobre el acto creativo, además de conversar poéticamente con autores clásicos y figuras contemporáneas.
“El premio me toma en un momento creativo”, dice el escritor. No podría ser de otra manera: desde los 22 años, cuando descubrió su vocación para dedicarse a la literatura, no ha cesado de trabajar.
Su primer libro, Donde habita el cangrejo, le redituó el Premio Casa de las Américas. Años después, en 1994, cosechó el Premio Aguascalientes de Poesía con Cantos para una exposición.
Experiencia
En la obra de Langagne conviven la experiencia con el oficio y el conocimiento. Machado, García Lorca, López Velarde, Novo, Gorostiza, Díaz Mirón y Pessoa son protagonistas de su canon particular. En su caso la música ocupa un lugar no menos importante; de hecho, ha compuesto canciones para Eugenia León, Hebe Rosell, Cecilia Toussaint, Margie Bermejo y Betsy Pecannins.
Ahora trabaja en una selección de poemas. “No es una obra completa, sino una antología personal. Casa las Américas está gestionando con el Fondo de Cultura Económica para hacer un tiraje importante y distribuir en América Latina”, adelanta Langagne en entrevista.
—¿En qué momento lo toma el premio?
—En un momento creativo. La escritura ha sido mi compañera a lo largo de los años. Siempre digo que me gusta amar, cantar, leer y escribir.
—¿En ese orden?
—Sí. Procuro que ese orden no se interrumpa. Es la manera en que he venido trabajando desde hace muchos años. En resumen, es un gran estímulo.
—¿Qué relación tiene con la obra de Lezama Lima?
—El premio lleva su nombre, pero mi poesía no tiene una relación directa con la obra de Lezama Lima. Sin embargo, si pensamos en los autores canónicos de nuestro idioma nos damos cuenta de que las apropiaciones vienen de distintos caminos. Lezama Lima me parece un autor singularísimo. A través de la décima, que es una tradición popular cubana, logra un lenguaje más complejo y desarrolla un ejercicio de la estrofa popular. Es algo similar a lo que hace Góngora. Las apropiaciones nos dan una plataforma enorme para poder trabajar lo propio sin eclecticismos.
—Lo premiaron por el libro Verdad posible, un poemario que muestra la vitalidad de su literatura.
—Hay una búsqueda permanente alrededor de lo que queremos decir. El libro reunió poemas diversos. Nunca he preparado un poemario de los llamados unitarios. No obstante, creo que pueden ser importantes e interesantes porque veo que hay libros que son realmente muy gozables y una gran recompensa al lector. En este caso junté varios versos de manera que, editorialmente, ofrecieran la posibilidad de una lectura serena y consecutiva.
—¿Piensa en el lector cuando escribe?
—No se piensa en el lector cuando se escribe, pero sí cuando se reúne el libro. Es evidente que se escribe porque para uno es necesario, pero la discusión no la tenemos que dejar en un plano romántico porque cuando se integra el libro y lo voy a proponer a una editorial es porque pienso que es deseable que alguien lo lea.
—¿Se escribe para uno mismo o para comunicar?
—Es una vieja polémica. Yo creo que se escribe por necesidad, pero hay quien sugiere que en la hechura del poema uno ya está pensando en un lector. Cuando el poema está terminado en su primera versión y en cierto momento lo abandonamos, pasamos a una segunda etapa en la que pensamos en el lector. Me imagino que esto es similar en toda la escritura. Da igual si es una nota de prensa, un texto o un sello. Al final debemos reconocer que estamos pensando en un hipotético lector.
Música
—¿En qué momento sintió la necesidad de escribir poesía?
—Los géneros escogen al autor, dicen por ahí. La experiencia de los años me hace pensar que es verdad. Hay quien tiene una manera especial de pasar al papel sus ideas y se va por el ensayo, la narrativa o la poesía. Uno siempre tiene la necesidad de decir y escribir las cosas. Formalmente fue hasta los 22 años cuando descubrí que lo que quería escribir eran poemas y empecé a hacerlo de manera constante y con forma de canción.
—No me sorprende: la música es muy importante para su trabajo…
—Es uno de mis grandes placeres, pero uno debe reconocer que no tiene la capacidad para ser un intérprete, aunque sí ha estado cerca toda la vida.
—¿Cómo lleva esa musicalidad a la poesía?
—El poema tiene su propia melodía y busca sus propios rasgos. En este momento que se celebra el aniversario luctuoso de Rubén Darío podemos ver las diferentes posibilidades que tiene el español. Es una lengua con una gran diversidad de ritmos. Darío, Machado, García Lorca, Villaurrutia, Pellicer, López Velarde, Díaz Mirón... En todos ellos hay propuestas rítmicas muy interesantes. La poesía tiene forma y contenido, pero creo que siempre ganará el contenido: una falla formal se olvida ante un gran contenido.
—Usted es posterior a la generación de Los Contemporáneos, ¿cómo trascender a una generación tan apabullante?
—Cada época ofrece otras posibilidades. Siempre se pueden nombrar las cosas de una manera novedosa. Cuando descubrí la poesía del portugués Nuno Judise me pregunté cómo iba a trabajar la poesía después de Fernando Pessoa. Pero siempre se puede, porque además no se trata de comparar sino de labrar un camino sobre una base que no compite sino, por el contrario, homenajea al idioma.
—¿Pero alguna vez sintió la necesidad de romper con sus generaciones anteriores?
—Hay desde luego rupturas, secuencias y consecuencias. Me voy a referir a López Velarde, quien sin una evidente conciencia escribe Suave patria, un poema que tiene que ver con un lirismo personal para cantar cosas épicas; escribió un canto cívico y al mismo tiempo íntimo. Nos enseñó a ver las virtudes de un poema que perdura. Juan de Dios Peza fue denostado por su poesía casi familiar; le decían “el cantor del hogar”. Pero después viene una recuperación, como nos lo enseñó José Emilio Pacheco. De niño yo leía a autores desconocidos que probablemente el público culto margina porque era una poesía sin grandes celebraciones críticas, sino oposiciones críticas. En la revisión de nuestros mayores, y en la propia formación y destreza, uno va construyendo su propia voz. En todas las tradiciones encontramos múltiples posibilidades. Un autor como Salvador Novo nos trajo una poesía que venía de las tradiciones inglesas; Villaurrutia nos enseñó la tradición francesa; y Gorostiza, la alemana. Al final de lo que se trata es de establecer un diálogo con quien escribe.
—¿Nota el paso del tiempo en su poesía?
—Lo primero que me satisface es descubrir que un poema de 1975 puede convivir con otro de 2015. Mi trabajo consiste en hacer que el poema dure más que yo. No he tenido que esconder ningún libro; desde luego, me siento más contento por unos que por otros. Cuando me equivoqué, ni hablar: es parte del camino y el trabajo.
—¿Cuándo se equivocó?
—Cuando uno solo realiza una búsqueda fonética y no consigue que el contenido tenga suficiente peso. Cuando los juegos no funcionan. Pero no me arrepiento, el intento había que hacerlo.
Percepción
—Esta experimentación, hablando en términos generales, ocasiona rupturas con los lectores. Poetas populares como Jaime Sabines o Efraín Huerta en su momento fueron relegados por la crítica…
—Las vanguardias hicieron grandes adelantos para la búsqueda del objeto literario llamado poema, pero es verdad que hubo una desconexión con un público lector. Los elementos de las vanguardias están presentes en la poesía de ahora, pero cada quien con su propia búsqueda. Hay quien piensa que se debe sugerir y otros creen que se debe ser absolutamente denotativo para que se entienda. Yo me coloco en un espacio intermedio, un espacio desde donde se sugieren cosas que llevan al lector a tener una percepción poética.
—¿Ahora escribe con más ahínco?
—Hay mayor exigencia. Uno quiere mantener la destreza para que los momentos poéticos no se escapen. Hay muchas cosas por hacer. Para todos hay una escena, una circunstancia y sentires colectivos, pero el poeta quiere tener la destreza de poder expresar ese sentido.
—¿Qué es el momento poético?
—No se sabe. Es una sensación especial. Los sentidos traen estos momentos que sorprenden a uno mismo. Pessoa nos enseñó que no solo se escribe con la emoción, sino también con el recuerdo de la emoción. Creo que es el momento de inspiración que todos los seres humanos tenemos; es un momento de sensibilidad.
—¿Cuándo fue la última vez que le agarró un momento poético?
—El trabajo es constante en ese sentido. Viene con una cierta frecuencia. Yo trabajo mucho el verso popular con amigos. Por ejemplo, con Waldo Leyva, cubano, nos mandamos recados en décimas. Es cuestión de mantener la práctica permanente. A veces, de una décima popular surge una idea para trabajar.
—¿Escribe todos los días?
—No diría que escribo todos los días, pero me gustaría decir que todos los días tengo qué escribir. Cuando transitas por una ciudad tan grande el transporte público sirve para pensar en una idea poética y que va digiriendo los poemas.
—Regularmente acudimos a los poetas cuando ganan un premio o cuando se mueren. No se habla de poesía de manera cotidiana. ¿Por qué están olvidados?
—Tampoco lo sé. Siempre he estado escribiendo y siempre he querido sentir las sensaciones poéticas. Continuamente me encuentro con poetas que cuando les preguntan qué es la poesía no saben qué responder. Puede parecer una respuesta brusca, pero la realidad es que uno no sabe cómo llegó hasta ahí.