Los Bichir juntos en ‘El último preso’

El 11 de enero termina la temporada de El último preso en el Foro Shakespeare. Posteriormente iniciarán una gira por el interior de la República, a la que se incorporará en algunas funciones Demián Bichir.

Hector González
Todo menos politica
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El 11 de enero termina la temporada de El último preso en el Foro Shakespeare. Posteriormente iniciarán una gira por el interior de la República, a la que se incorporará en algunas funciones Demián Bichir.
Foto: Especial

Dentro del teatro polaco Slawomir Mrozek tiene un lugar de privilegio: vivió en distintos campos de concentración, entre ellos el de Cracovia, durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial; en Polonia formó parte de los grupos de intelectuales que protestaron contra el régimen estalinista, y sus posiciones políticas lo llevaron a exiliarse en Francia, México e Italia.

Sus piezas se caracterizaron por su alto contenido social, siempre abordado con un sentido del humor corrosivo. Una de sus obras emblemáticas en este sentido es El último preso.

La historia transcurre en una ciudad dominada por un sistema represor. Por temor al castigo la población es incapaz de cuestionar o romper la ley, situación que genera preocupación entre la policía, pues se vuelve innecesaria.

Actualmente la puesta en escena tiene lugar en el Foro Shakespeare bajo la dirección de Alejandro Bichir y con las actuaciones de Odiseo y Bruno Bichir, Reynaldo Rossado, Sandra Covián y Hassif Fadul.

Tres años tomó el montaje de la pieza. “No habíamos podido concretarlo por diferentes circunstancias”, explica Odiseo Bichir en entrevista. En principio no se contempló la idea de las actuaciones de Bichir, por la dificultad que representa la coordinación de agendas. “Mi padre escogió la obra y buscamos los apoyos de inversores privados para hacer el montaje. Tuvimos luz verde a finales de 2013 y nos empezamos a organizar para poder estrenar, ya con nosotros en escena”.

Hace 30 años Alejandro Bichir montó por primera vez El último preso. Entonces el protagonista era Luis Gimeno, a quien dedica la pieza.

Convencido de que el teatro es mágico, Bruno Bichir asegura que la temporada coincide con un momento crucial y complicado en el país. “El tema y los textos nos calan como si fueran escritos hoy, dadas las circunstancias que vivimos. Es escalofriante y mágico ver las coincidencias, porque nada de lo que se ve en el escenario es para complacer fácilmente al espectador”, comenta a Vértigo.

La simpatía por las cuestiones sociales es una de las coincidencias que distinguen el trabajo de la familia Bichir. Odiseo reconoce que es algo que les viene desde casa. “Simpatizamos con las causas de los sectores más desprotegidos o vulnerables porque nosotros mismos somos un sector en constantes problemas. Sabemos lo que es la lucha diaria, hacer teatro es una actividad combativa. No es fácil producir una obra, sostener una temporada y decir cosas que probablemente no sean del agrado de todos. Todo eso te empareja con la gente que trabaja todos los días. De alguna manera nos identifica con quienes toman el Metro o el pesero. No somos privilegiados y eso nos coloca obligatoriamente en una posición ante lo que sucede en el país. No es gratuito que mi padre escogiera esta obra. Mrozek es del tipo de autores que seducen a un director como Alejandro Bichir. El texto le habla a su tiempo, que a su vez es universal porque aún no se han resuelto los graves problemas que retrata”.

¿Dinastía o marca?

Sin ánimo de polemizar sobre la franja que divide al artista comprometido del artista panfletario, Bruno Bichir argumenta que no le interesa entrar en ese tipo de disertaciones.

“No lo sé o no me interesa saberlo. Si lo hiciera seguramente formaría parte de los artistas retóricos. Mi compromiso lo veo como una necesidad intrínseca. Es algo que viene consustancial al conocimiento, a lo que produce la lectura, la visita de museos, el contacto con la realidad y la gente. No sé si sea retórico alguien que apoye las causas universales que a todas luces nos parecen justas”.

A su modo de ver, todo artista creativo por definición debería estar preocupado por las causas justas. “Seguramente los hay de ultraderecha, pero yo no los entiendo. No es mi labor señalar a nadie, porque tampoco pretendo ser identificado por más que ponga mi nombre y cara para expresar mi punto de vista. No soy analista político. Soy un ciudadano; eventualmente soy un creador, pero no pretendo que nadie me aplauda ni formar parte de un grupo. Quiero formar parte de un mundo que cada vez sea mejor”.

La última vez que “los Bichir” coincidieron en un proyecto teatral fue hace casi 20 años con la obra Malcolm contra los eunucos. A fuerza de presencia y trabajo se han convertido en una de las familias protagónicas del medio artístico mexicano.

Ambos hermanos niegan que el apellido sea hoy una marca. “Es una cuestión de trabajo y constancia —señala Odiseo—, probablemente la forma en que el espectador percibe el apellido obedece a la cantidad de tiempo en el medio. Han sido muchos años de oficio, primero con Maricruz Nájera y Alejandro Bichir, quienes hace años formaron un matrimonio que no ha dejado de trabajar. Así que desde hace mucho tiempo el apellido viene generando reconocimientos. No es algo nuevo, así pasa con otras familias que se dedican a la actuación, y es más: ya vienen los primos y sobrinos. El teatro en sí es muy familiar”.

No obstante, la constante presencia de los Bichir en medios como el cine se ha prestado a la broma, como la ocasión en que la cadena MTV dentro de su entrega de premios abrió la categoría El Mejor Bichir.

“Aquello de MTV fue un chiste en detrimento de nosotros, solo que lo tomamos de manera humorística. Sin embargo, esa vez algún compañero me reclamó porque le parecía una falta de respeto que hubiera un premio con nuestro nombre. En fin… todo es parte de un juego teatral”, concluye Bruno.

El 11 de enero termina la temporada de El último preso en el Foro Shakespeare. Posteriormente iniciarán una gira por el interior de la República, a la que se incorporará en algunas funciones Demián Bichir.