Arturo Rivera ha hecho del realismo su sello. Pintor polémico y poco dado a las concesiones sabe del significado de la libertad y sus implicaciones. Su estilo casi taxonómico lo ha llevado a convertirse en uno de los protagonistas de la plástica mexicana contemporánea pese a no subirse a las tendencias que rigen el mercado.
El costo de ser fiel a sí mismo lo mantuvo casi 20 años sin montar una exposición individual en la capital del país. Apenas la Universidad del Claustro de Sor Juana lo invitó a presentar Autofagia, una serie de 45 piezas que resumen una trayectoria que ya rebasa las cuatro décadas.
—¿La libertad creativa cambia con el tiempo?
—La libertad creativa siempre existe. Lo que sucede es que a veces uno mismo se pone los grilletes. Puedes ser tu propio juez pero también tu propio verdugo y eso es horrible.
—¿Cómo entiende la libertad?
—La libertad tiene un costo y a veces lo pagas con la soledad. La libertad implica hacer lo que quieres. Yo la practico en la pintura. Nadie me dice lo que debo hacer: a través de mi trabajo expreso mis ideas.
—¿El mercado, las galerías o los museos lo limitan?
—A muchos artistas sí pero a mí no. Por eso tardo tanto tiempo en exponer en la Ciudad de México. Cuando empecé estaba en boga lo abstracto con los hijos de la Ruptura y, sin embargo, mi propuesta estaba del lado del realismo, que no es lo mismo que figuración.
—¿Cuál es la diferencia entre uno y otro?
—La figuración consiste en trabajar de manera plana la realidad y no retomarla de manera objetiva. José Luis Cuevas o Toledo lo hacen muy bien. En cambio el realismo se ocupa de tomar la realidad objetiva. Ahora en México hay un momento muy fecundo para el realismo, sobre todo entre los jóvenes.
Ideales
—¿Cómo es su relación con la vejez?
—La vejez no me preocupa: me afectan los achaques que trae. En general me llevo muy bien con los jóvenes. La chava con la que salgo tiene 31 años: es una millennial. Le temo a la muerte igual que todos. Me gusta la muerte súbita y la idea de quedarme tieso de manera fulminante. Quizás el mayor acto de libertad sería morir cuando uno quisiera.
—A sus 73 años ¿se siente libre…?
—Claro, vivo el amor de una manera libre. Siempre me voy a sentir libre, de lo contrario me muero.
—¿Ahora se siente más libre que cuando era joven?
—No. Para mí el estado ideal es pintar de noche, como cuando era más joven. Ahora vivo la vida de día. Las galerías y los compradores vienen de día. Durante muchos años fui una persona nocturna. Viví en los edificios Condesa: ahí había dos grupos. Uno lo encabezaba El Chihuahua, hoy conocido como Sebastian; era muy buen tipo, aunque yo estaba en el otro bando. ¡Qué años aquellos!
—¿Cuál es su espacio de mayor libertad?
—Soy libre mientras pinto. Es el momento donde me desconecto de mí. Me siento y como una hora después de que empiezo a trabajar llega eso a lo que llaman inspiración. Mientras hago todo lo demás necesito estar atento y objetivo. Tenemos casi 60 mil pensamientos diarios, imagínate. La verdadera libertad consiste en desconectarte del ruido para hacer lo que te gusta.
—Es conocida su postura pro despenalización de las drogas…
—Prohibir su consumo es un atentado contra la libertad individual. Desgraciadamente no nos tocará ni a ti ni a mí verlo. La mota será la primera droga en ser liberada. Tampoco es que eso me preocupe mucho. Ahora lo que más me ocupa es cuidar mi corazón. Lleva 20 años con una válvula y ya es hora de que me la cambien por una biológica, pero la operación es complicada. Además necesito otra cirugía de espalda porque la pintura me la deshizo.
Arturo Rivera nació en la Ciudad de México en 1945. Estudió pintura en la Academia de San Carlos (1963-68); serigrafía y fotoserigrafía en The City Lit Art School de Londres (1973-74). Vivió ocho años en la ciudad de Nueva York, en donde para sobrevivir asume trabajos de: albañil, ayudante de cocinero y como trabajador en una fábrica de pinturas. Ha expuesto de manera individual en: Chicago, Nueva York y México. Su obra ha estado en el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (Marco), en el Museo del Palacio de Bellas Artes y en dos ocasiones en el Museo de Arte Moderno. Algunas de sus obras se encuentran en el Museo de la Tertulia de Cali, Colombia; el Banco Central de Quito; el Museo de Arte Moderno de México; el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey; el Instituto Cultural Mexicano en Washington; el Haus der Kunst de Munich; la Casa de las Américas en Cuba, y en el Instituto para la Cultura Puertorriqueña. En 2003 fue distinguido por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey como un maestro del arte mexicano del siglo XX. En 2005 ganó el primer premio en la Bienal Internacional de Arte de Pekín con la pintura al óleo Llegando a Nueva York, que ahora pertenece a la colección del Museo Nacional de Arte de China en Pekín.