La ruta de Umberto Eco (1932-2016)

Eco fue un hombre que, en honor a su apellido, consiguió hacer que su voz resonara en los cuatro puntos cardinales. 

Hector González
Todo menos politica
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Umberto Eco
Foto: AP

Umberto Eco, el hombre que modernizó la cultura italiana”: así tituló el diario Corriere della Sera la información que anunciaba la muerte de Umberto Eco. Quizás habría que ampliar el horizonte e ir más allá.

Eco fue un hombre que, en honor a su apellido, consiguió hacer que su voz resonara en los cuatro puntos cardinales. Semiólogo, analista de la cultura de masas, intelectual crítico de su tiempo y consumado novelista de 84 años, se convirtió en un referente de su época.

Oriundo de Alessandria, cultivó un conocimiento enciclopédico. Sobre casi cualquier tema tenía una opinión, misma que solía ser retomada por medio mundo.

Inteligente y provocador, todavía hace poco más de un año declaró: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Entonces eran rápidamente silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”.

Eco es parte del selecto grupo de intelectuales al que muchos aspiran pero pocos acceden: famosos y respetados. A lo largo de su vida publicó más de 50 títulos que en conjunto vendieron más de 30 millones de ejemplares alrededor del mundo. Nunca tuvo miedo de convertirse en un best seller; todo lo contrario: disfrutaba de tener lectores y, más aún, escribió para llegar al gran público pero sin sacrificar conocimiento ni rigor alguno.

Sus críticos le regatearon el éxito de El nombre de la rosa (1980), adaptada al cine por Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Sean Connery. Ahí el italiano, valiéndose de características propias de la novela gótica, la crónica medieval, la novela policiaca, el relato ideológico en clave y la alegoría narrativa, cuenta las actividades detectivescas de Guillermo de Baskerville para esclarecer los crímenes cometidos en una abadía benedictina. Destacó sobre todo la apasionante reconstrucción del siglo XVI y de la censura promovida por la Iglesia católica.

Años después repitió la dosis con El péndulo de Foucault (1988), donde plantea la historia de tres intelectuales que trabajan en una editorial de Milán y establecen contacto con autores interesados en las ciencias ocultas, las sociedades secretas y las conjuras cósmicas.

El manejo de la historia al servicio de la trama por parte de Eco abrió una puerta por la que después se asomaron decenas de imitadores; uno de ellos Dan Brown y El Código Da Vinci.

Más allá de la academia

La academia y no pocos críticos cuestionaron los recursos literarios de Umberto Eco. Baudolino (2009), El cementerio de Praga (2010) y, la última, Número cero (2015) —esta interesante porque hace una ácida crítica de la relación entre los medios de comunicación y la política— alcanzaron un importante número de lectores pero pocos halagos por parte de colegas.

Aunque su nombre se candidateó continuamente para el Nobel de Literatura nunca lo consiguió, quizá porque no se prodigó en el activismo de “las causas justas”.

En paralelo a su faceta como novelista desarrolló una obra ensayística sólida. Sus estudios de semiología son referentes: La estructura ausente (1968), La forma y el contenido (1971), El signo (1973) y Tratado de semiótica general (1975) son escala obligada para los interesados en el tema.

Aficionado al estudio de la cultura de masas publicó un clásico dentro de las escuelas y facultades de comunicación: Apocalípticos e integrados. Publicado por primera vez en 1964, este volumen supuso todo un suceso por la manera en que afrontó la cultura de masas. A partir del mito de Superman, personaje con amplia conciencia cívica pero escasa conciencia política —asevera Eco—, divide la cultura de masas en dos áreas: los apocalípticos ven en la anticultura el signo de una caída irrecuperable y los integrados creen con optimismo que estamos viviendo la era de la generalización.

Posteriormente hablará sobre el mismo tema en La estrategia de la ilusión (1999).

En los últimos años vertió su conocimiento en obras de divulgación: Historia de la belleza (2005), Historia de la fealdad (2007) e Historias de las tierras y lugares legendarios (2013). Se subió también al cuadrilátero del debate sobre la supervivencia del libro impreso ante el digital y en esas lides publicó, junto a Jean Claude Carrière, Nadie acabará con los libros (2010).

Amante del whisky y la buena vida, Umberto Eco hizo del conocimiento, la literatura y la divulgación su deporte favorito. Llegó la hora de que sus libros se defiendan por si solos, sin la enorme figura de su autor: un auténtico peso completo.

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