Médico de profesión, Arnoldo Kraus (Ciudad de México, 1951) se ha dedicado a reflexionar sobre los alcances de la bioética a partir de la literatura. A través de títulos como Cuando la muerte se aproxima, Decir adiós, decirse adiós y el más reciente Recordar a los difuntos (Sexto Piso) —donde aborda los últimos días de su madre Helen—, se aproxima al estudio del dolor y el luto humano.
—“Vivir es volver”, decía Azorín. En su libro Recordar a los difuntos, Helen, su madre, regresaba a su infancia, se dice que estos procesos son una constante entre quienes están a punto de morir. ¿A qué obedece esto?
—No creo que los neurólogos o neurobiólogos le puedan responder desde un punto de vista fisiológico, molecular o anatómico. Muchas personas cuando intuyen que se aproxima la muerte, sea por enfermedad o vejez, ven en su soledad épocas pasadas o figuras de personas fallecidas que quisieron. Desde otro punto de vista, vivir es volver; es necesario regresar para replantearnos quiénes somos, cómo estamos y qué le debemos al pasado.

Dolor
—¿El regreso tiene que ver con un estado de melancolía o nostalgia?
—Ambas palabras representan una forma de vivir con más sensibilidad, humanidad o humildad. Vivimos tiempos líquidos, diría Bauman. La nostalgia y la melancolía implican cierto dolor, adentrarse en uno mismo. Estos sentimientos afloran cuando uno está triste y eso en ocasiones sirve porque nos ayudan a construir algo.
—¿Promueven la creatividad?
—Es un debate interesante. La tristeza y la melancolía si no se padecen junto con un dolor físico, sí promueven el estado creativo, cosa que no sucede con las mermas físicas. Sumirse en cierta tristeza impulsa a quien es creativo.
—Escribe en su libro que “morir con dignidad y sin miedo es un arte que no se suele dar en Occidente”.
—Hablamos de calidad de vida pero poco de calidad de muerte, de eutanasia. Es un arte morir no aferrándose a la vida, no dejando una herencia demasiado dolorosa a los que se quedan. Esto no se lleva bien en Occidente si lo comparamos con Oriente, donde se comprende muy bien que la muerte es lo continuo de la vida. Corrijo, aquí también lo sabemos pero no lo comprendemos, por eso a veces tratamos de esterilizar la muerte. La conciencia de la finitud de vida nos ayuda a un mejor morir.
Dignidad
—¿Colocar a la muerte en el escenario de la vida tiene que ver con un estado de conciencia?
—Tiene que ver con asumir que somos mortales. Como decía Petrarca, una bella vida debe terminar en una bella muerte. Lo que sigue a una buena vida tiene que morir; y también en el caso de aquellos que sufren enfermedades crónicas y devastadoras, quienes deben pensar si es digno o no. Aunque entiendo que la palabra dignidad es compleja y resbaladiza, la resumo en un ejercicio comparativo entre lo que fue uno hace diez años y qué es hoy, entendiendo que la vejez y los años van mermando. Si el retrato es bueno adelante, pero sí es malo hay que pensar si tiene sentido seguir.
—¿Pero eso de quién depende, del enfermo o del acompañante?
—De todos. Primero de la persona que se retrate. No soy defensor del suicidio ni de la eutanasia. Camus decía con dureza y certeza, que el acto de mayor libertad es el suicidio, nada se compara con eso. También hay que pensar si los médicos tienen el derecho de prolongar indiscriminadamente la vida de alguien.
—¿Para usted qué hay detrás de la idea de que los mexicanos nos burlamos de la muerte?
—Es más mito que realidad. Le tememos igual que cualquier otra cultura. Si hablamos de comprensión de la muerte, vayamos a los monjes tibetanos y otras civilizaciones orientales. En México no estamos en ese nivel, tampoco lo estuvieron las culturas prehispánicas.

Cruda realidad
—Decía T. S. Eliot que los seres humanos no podemos soportar tanta realidad, ¿la realidad es la muerte?
—Sí, la muerte es una cruda realidad, la más real. Pero si entendemos que la vida es un regalo, que es finita y acompañamos a nuestros seres que murieron, podremos asumir cuando un ser querido y uno mismo va a morir. Cuando se quiere mucho a un perro y está a punto de morir, se le lleva al veterinario para sacrificarlo, es un acto de amor hacia el animal y de profundo dolor para el dueño. ¿Por qué no hacer eso con nuestras personas queridas?
—Por eso dice que los epitafios son cosa de los vivos, no de los muertos.
—Sí, es una idea mía. Los epitafios son para los vivos, los muertos ya no lo verán.
—¿Cómo conseguimos significar la vida a partir de la muerte?
—Asumir que vamos a morir, quizá nos sirva de acicate para vivir mejor y echarle ganas en la construcción del día a día.
—A la muerte, dice usted, le faltan palabras.
—Efectivamente, por eso escribo sobre ella, a lo mejor siempre hago el mismo libro. Cuántos poetas, pintores o músicos no lo han intentado. A la muerte, mejor dicho, no le faltan palabras nos faltan a nosotros.
—¿Cómo se lleva con la idea de su propia muerte?
—Pienso que bien, cuando me muera le digo.
