Una mañana de 1988 Salman Rushdie (Bombay, 1947) despertó con una amenaza de muerte a cuestas: el ayatola Jomeini lo declaró enemigo del Islam y sentenció al narrador indiobritánico por la publicación de Los versos satánicos. A partir de ello, el escritor hasta entonces medianamente conocido se convirtió en emblema de la libertad de expresión y aprendió a vivir a salto de mata, casi siempre con escoltas.
Han pasado 26 años y el narrador se enorgullece hoy de que su literatura no haya cambiado demasiado por la persecución. Hay libros que lo avalan y el más reciente es Dos años, ocho meses y veintiocho noches (Seix Barral).
Cauto y de buen humor, Rushdie accede a platicar con Vértigo “siempre que sea de literatura”, advierte.
Si alguien sabe lo que pesan las palabras es él; si algo le ha enseñado el tiempo es a medir sus comentarios y a evitar declaraciones incendiarias que le arrebaten una vez más la tranquilidad que ahora goza.
No obstante, sabe también que pocos intelectuales tienen su autoridad para hablar del Islam y sus radicales presuntos defensores.
—La suma de Dos años, ocho meses y veintiocho noches da como resultado mil y uno. ¿Cuál es su relación con Las mil y una noches?
—El título del libro viene de esas viejas historias y de mi afecto por ellas. De alguna manera, lo que estaba tratando de hacer era escribir una historia de ese tipo, aunque situada en un mundo muy contemporáneo. No quería que el mundo del libro fuera folclórico sino real, en el Nueva York de hoy; casi todo ocurre ahí, aunque no todo. Así que traté de llevar esas historias a un mundo contemporáneo.
—¿Lee frecuentemente Las mil y una noches?
—No, pero es un libro que conozco; me siento y a veces lo hojeo y me pongo a buscar algo. Es como un almacén de grandes cuentos fabulosos de Oriente Medio. Algunos relatos son muy largos, parecen más largos incluso que Las mil y una noches. Hay una gran tradición de contar historias en las culturas de Oriente Medio, empezando por India, pasando por el mundo persa y el árabe. Siempre han tenido este tipo de cuentos fantásticos y pensé que sería interesante ver cómo funcionarían en el siglo XXI.
Alegorías
—¿Tiene algún pasaje favorito?
—Tengo diferentes. Probablemente, la mejor historia es Simbad el marino, porque es muy larga, casi una novela, y es un trabajo extraordinario. También hay historias cómicas y otras prácticamente obscenas. Hay un cuento que trata en su totalidad de una flatulencia: sucede en la corte del rey, donde alguien se tira un pedo y nadie lo admite, y la gente tiene que descubrir quién es “el criminal”… Es muy divertida. Lo interesante de la colección es que oscila entre cuentos filosóficos y místicos.
—Simbad es muy épica…
—Sí, la historia de Simbad el marino es épica; pero también es un tipo de alegoría mística. Así que tiene un aspecto mucho más profundo del que conocemos a través de los recuentos populares. Simbad tiene siete aventuras; creo que solo de esta historia son 100 noches de las mil y una.
—El principio de la novela es: “Aunque se ha escrito mucho de ellos, se sabe muy poco de la naturaleza de los yinn (genios)…” Creo que este pasaje resume parte del sentido de la literatura: se publican muchos libros pero aún nos falta por conocer de la naturaleza humana.
—Sí. Pienso que el asunto con este libro es que, aun cuando está lleno de cuentos de hadas, trata de ser muy veraz acerca de la naturaleza humana. Los personajes son gente real a la que le sucede algo extraordinario y en muchos aspectos es el mundo en el que vivimos, un mundo en el que gente ordinaria descubre cosas extraordinarias. Y esa es la relación entre el libro y el mundo real.
—En sus memorias, Joseph Anton se alejó de la literatura fantástica, pero ahora vuelve a estas lides.
—Es verdad en el caso de Joseph Anton. Mis memorias son todo lo contrario: primero que nada es muy largo; después, es completamente naturalista. Traté de contar la verdad acerca de mi vida de una manera muy cuidadosa, lo más que pude; escribirlo me tomó tres años, y cuando lo terminé solo tenía el deseo emocional de hacer algo opuesto. En vez de este texto tan largo y naturalista quería escribir algo más rápido y más surrealista.
Fue como una respuesta emocional al haber acabado el otro libro. Y fue divertido. Quería hacer algo que fuera muy disfrutable al estar hablando de cosas en realidad oscuras. Siempre me ha gustado la comedia como mecanismo para contrarrestar a los tiempos oscuros; esa mezcla de lo cómico con lo trágico es el tipo de voz que me gusta probar y encontrar.
—La vida es así, ¿no?
—Exacto. Todas las vidas.
—¿Y su vida?
—Creo que tengo muy buen sentido del humor. Me rodeo de gente divertida. Supongo que la siguiente pregunta será sobre la persecución, así que me adelanto: nunca me ha interesado amargarme. A lo más, procuro ser cuidadoso. Tampoco me interesa hacer de mi experiencia un discurso literario. Y hablando como lector, no como escritor, no me gusta leer libros en los que el autor no tenga sentido del humor. No quiere decir que solo leo libros divertidos, porque el sentido del humor no necesariamente son solamente chistes: también es ingenio o algo parecido que se encuentre en lo que se dice.
Personajes
—Hábleme de la figura del filósofo Ibn Rushdie. Su padre se cambió el apellido en su honor y ahora usted lo hace personaje de su novela.
—Los dos filósofos del libro, Ibn Rushdie y Ghazali, obviamente son dos figuras históricas. A grandes rasgos, lo que hay en el libro está apegado a sus circunstancias: es cierto que Ibn Rushdie fue por mucho tiempo un hombre muy eminente, era el filósofo de la corte en Córdoba, del sultán árabe; también fue el médico personal del príncipe, así que tenía un rol muy importante. Y era el más grande estudioso de Aristóteles, su mejor traductor, y escribió grandes comentarios acerca de su obra. Y en su tiempo, el siglo XII, era probablemente la voz progresista más importante, era muy liberal debido a lo que quería hacer: traer a la tradición musulmana ideas aristotélicas de la razón, la ciencia y la lógica, y por mucho tiempo fue muy celebrado.
Pero también en ese periodo hubo una explosión de fanatismo musulmán, como los árabes norafricanos que llegaban a España, y ellos lo atacaron y persuadieron al príncipe de que lo despidiera. Así que se quedó sin trabajo y lo mandaron al exilio. Y luego tuvo una experiencia extraña, como yo: quemaron sus libros. Pero más adelante ese fanatismo se apagó y lo regresaron a su posición de eminencia en la corte. Lo extraño es que sus ideas, aunque muy progresistas y atractivas, al final no tuvieron mucha influencia en la tradición islámica.
De hecho, añade Salman Rushdie, “las ideas de Ghazali eran mucho más conservadoras, pero tuvieron mayor influencia. Ibn Rushdie fue muy influyente fuera del mundo musulmán. Los filósofos europeos lo leían debido a que su obra acerca de Aristóteles fue muy importante; filósofos como Santo Tomás de Aquino, por ejemplo; también los filósofos humanistas en Italia, en Florencia, en el Renacimiento, estaban muy influenciados por él. Así que tuvo una vida extraordinaria, su trabajo es extremadamente importante fuera del mundo árabe y no tanto dentro”.
Y Ghazali es “lo opuesto: su obra es muy importante dentro del mundo árabe, no así fuera de este. Eran opuestos, nunca se conocieron, los separaban 75 años y Ghazali vivía en lo que ahora es Irán, mientras que Ibn Rushdie vivía en España. Pero hubo una disputa intelectual entre ellos. Toda esa parte histórica en mi libro sí sucedió. Pero más allá de eso, cuando estás escribiendo un personaje al final se convierte en eso, en un personaje, y estoy seguro de que hay mucho de mí, mucha ficción en la forma en la que hablan, en lo que dicen; mucho de eso es de mi invención. Pero fue divertido, disfruté al escribirlo”.
—¿La construcción de los personajes ha cambiado con el tiempo a partir de su primera novela?
—La verdad, creo que cada libro es diferente. Ha pasado mucho tiempo desde Hijos de la medianoche. Era un escritor mucho más joven entonces y tenía diferentes ideas acerca de la lengua y los personajes.
Creo que la distancia entre estos dos libros (Hijos… se publicó en 1981) son 35 años, pero una de las formas que siempre uso para encontrar a los personajes es que escucho cómo hablan. Si sabes cómo habla alguien, conoces mucho acerca de él. Por ejemplo, te preguntas: ¿es una persona que habla mucho?, ¿tiene mucho qué decir?, ¿casi no habla? Y luego: ¿qué tan amplio es su vocabulario?, ¿es limitado?, ¿qué acento tiene? Hay algunos países, como Inglaterra, en los que el acento te dice a qué clase social pertenece la persona.
En Estados Unidos el acento no te dice mucho de eso, pero sí te habla de su origen, de qué parte del país viene el personaje. Una persona del Sur no habla igual que alguien de Nueva Jersey. Una vez que contestas nueve o diez preguntas acerca de cómo habla la persona, ya sabes mucho acerca de ella y es una buena manera de dar forma al personaje. Una vez que logras que el personaje hable, puede también empezar a vivir.
Imagen
—Creo que usted sabe escuchar muy bien…
—Pienso que para un escritor el oído es algo muy importante. Tienes que saber escuchar cómo habla la gente y creo que hay tres cosas que hacen interesante a la escritura: una es el oído; otra, el ojo, puesto que hay que tener la capacidad de ver el mundo de una manera extraña, y tener una manera muy personal de ver las cosas. Y la tercera, los grandes escritores a los que admiro, todos tienen en sus cabezas una imagen del mundo que tratan de explorar. Y eso es lo que buscas: una imagen del mundo, una forma interesante de ver y de escuchar.
—En esta novela habla de la identidad. En estos tiempos de globalización, ¿por qué es importante hablar de identidad?
—Creo que en estos días la identidad se ha convertido en una especie de eslogan. Se nos pide que definamos nuestra identidad de una manera muy estrecha. Por supuesto, hay muchos argumentos acerca de la identidad, no solo los relacionados con la etnicidad sino también sobre políticas de género, cuántas formas hay, quién es la mujer; eso se ha convertido en todo un tema con el ascenso del asunto del LGBT. Así que la identidad se ha politizado mucho, por así decir, cuando en realidad, si se revisa la identidad literaria, no es para nada eso.
Una de las cosas que la literatura sabe, añada Salman Rushdie, “es que la identidad es múltiple, son muchas cosas al mismo tiempo y generalmente es contradictoria, así que en vez de que la identidad de los personajes sea algo sencillo, como por ejemplo ‘él es mexicano’, se compone de muchos elementos, algunos de los cuales se contradicen entre sí. Tenemos muchas formas de comportamiento, dependiendo de con quién estamos. Así que la manera en la que nos comportamos con los niños no es la misma que como lo hacemos con nuestro jefe; la forma en la que nos conducimos con nuestros amigos no es la misma que con nuestros amantes, etcétera”.
Así que todos, puntualiza, “tenemos diferentes maneras de actuar y el conjunto de estas es la que nos conforma”.
—¿Qué me dice de la identidad religiosa?
—Puedes definir la identidad de varias formas: no solo debe ser “soy cristiano” o “soy musulmán”; puede ser si eres alto, o bajo, o si te preocupas mucho por el peso o si tienes una enfermedad en particular o si apoyas a algún equipo de futbol. Todos estos son aspectos de la identidad. Puedes decir 100 cosas de cualquier persona, que si las juntas conforman su identidad. Siempre he pensado que si ves la identidad de esa forma se vuelve más fácil que las personas encuentren cosas en común entre ellas; puede que sean opuestos a nivel político, pero le pueden ir al mismo equipo de futbol. Quizá son distintos en términos de su religión, pero ambos pueden padecer asma. Entre más ampliamente nos definamos, será más fácil encontrar cosas en común con la gente.
El problema, advierte el escritor, “es que nos obligan a entrar a este patrón de definir la identidad de una manera muy simple; por eso abundan los conflictos. Si nos vemos de una manera ‘angosta’, reducimos los puntos de contacto con otra gente. La literatura siempre ha sido el lugar donde se explora este amplio sentido de la identidad humana. En una novela es muy mala idea hacer que un personaje sea una sola cosa, no es convincente; sabes que un personaje debe ser multidimensional para que esté vivo”.
Batalla
—En la novela se habla de la guerra, encabezada por un genio oscuro. En la vida real, ¿quién podría ser un genio?
—No lo sé. El punto de las metáforas es que no las explicas: tienes que encontrar tus propios puntos de conexión y eso puede ser en la vida privada como en la pública. Cuando empecé a escribir este libro, hace poco más de cuatro años, nadie había escuchado la palabra ISIS (Estado Islámico de Irak y el Levante, hoy mejor conocido por las siglas EI). Nadie sabía del tema, no existía, así es que no estaba pensando en eso sino que reflexioné:
“Ok, hay este conflicto en el mundo, lo voy a dramatizar”.
Pensé que estaba exagerando; sin embargo, en términos de terrorismo la realidad superó a la ficción. Pienso que esa es solo una forma de leerlo; claro que el libro tiene relación con eventos actuales, no lo niego; pero también estaba tratando de encontrar algo más universal, tratando de decir que esta batalla entre la razón y la irracionalidad, entre la fe y la incredulidad, entre la tiranía y la apertura, no es una batalla nueva, tiene esta cara en particular en este momento, pero es una batalla recurrente a lo largo de la historia de la humanidad.
Y explica Rushdie:
“Así que es una pequeña fábula acerca de lo que somos como humanos: estas son el tipo de batallas en las que nos enfrascamos. Sí, por el momento esa batalla se llama ISIS, pero no es la única vez que ha sucedido”.
—¿El origen de lo que sucede con el EI es político o religioso?
—Creo que debemos mirar a la política. Los involucrados persiguen intereses. Hay países que aseveran estar de un lado pero actúan a favor de al contrario. Occidente, por ejemplo, parece sorprendido de que Arabia Saudita no esté de su lado; lo mismo sucede con Turquía, que defiende una posición de ambigüedad.
—¿Es de los que se sorprendieron por los atentados en París o los veía venir?
—Ese tipo de acciones siempre son horribles. Me alegro de que los ciudadanos franceses no respondieran con odio. De inmediato entendieron que la mejor forma de responder no era deteniendo su vida. Seguir adelante demuestra que eres más fuerte que tu agresor.
—¿Algo así como lo que usted ha hecho?
—Mmm, si lo quieres ver así, está bien.
—Creo que un buen soundtrack para su novela sería la canción de Leonard Cohen, There is a war…
—Me encanta Leonard Cohen. Soy un gran admirador suyo y además tuve el placer de darle un premio hace un par de años, porque PEN, la asociación de escritores, empezó a dar premios también a los compositores de canciones y la primera vez que hicieron esto distinguieron a Cohen y a Chuck Berry.
Yo hice lo propio con Leonard, y Paul Simon con Chuck Berry. Fue increíble, porque no lo conocía; así que fue un momento muy especial y resultó ser un hombre muy dulce. Ahora es viejo, ya no tiene tanto sexo como el que acostumbraba tener.
—En el libro, el amor presagia la guerra. ¿Es una condición natural del amor?
—No lo sé. El libro tiene una serie de ideas sobre el amor y tienes que decidir con cuál estás de acuerdo. Una de las cosas que sugiere el libro acerca del amor es que los personajes principales, tanto los femeninos como los masculinos, Dunia y el Señor Gerónimo, ambos son personas que han perdido a la persona que aman. En ambos casos, la persona que amaban murió y conocen la tristeza; por eso cuando se miran ven a alguien que les recuerda a la persona que perdieron, y quizás ello es algo que hacemos. Creo que todos nosotros, en algún punto, hemos perdido algo o a alguien que amábamos. Y tal vez lo que hacemos es buscar a quien llene su espacio. Habiendo dicho eso, creo que este libro trata mucho acerca del amor; hay muchas historias de amor entrelazadas y muy cerca del final hay una feliz historia de amor: el Señor Gerónimo encuentra la felicidad. Es muy inusual para mí que un libro tenga un final optimista.
—¿Usted es optimista?
—Creo que sí. No completamente optimista, pero sí lo soy, y me gusta. En estos tiempos está de moda la distopía. Hay tanta literatura sobre un mundo en el que todo es horrible, y empeora, donde no hay cabida para un final feliz… Hasta los libros infantiles y juveniles son así. Por ahora no me interesa escribir ese tipo de libros. Suelo preguntarme: ¿Soy capaz de imaginar un mundo donde no todo sea tristeza y desesperación? Así es como funciono.
La importancia de llamarse Salman Rushdie
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