Desconfío cuando alguien escribe de un autor joven que es “una de las mayores promesas de la letras”. ¿Promesa de qué? ¿Quiere decir que en el futuro mostrará el talento que todavía no cuaja? No entiendo. Si un libro nos atrapa, nos atrapa, independientemente de la edad del autor.
Si nos gusta —reconozcamos que en primera instancia la literatura es cuestión de gustos—, nos gusta por cualidades determinadas, independientemente de que aun así tenga fallas. La contraportada de Papeles falsos, de Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983), retoma una cita que la define como una promesa.
Voy por partes. La autora es una mujer cosmopolita y con un amplio bagaje cultural, quizá mayor al de varios de sus colegas de generación. Se decanta por el ensayo cercano a la experiencia vital, pero sin deslindarse del todo de la academia. El conjunto de textos que integran el volumen parte de distintos periplos. De la tumba del poeta Joseph Brodsky a las calles de la colonia Roma, cada uno se hermana por su carácter transeúnte. En principio, Luiselli parte hacia una dirección determinada que conforme transcurre el ensayo parece diluirse; el ejercicio en ocasiones es revelador, aunque en otros momentos quita consistencia y unidad al texto.
Ya que estamos con Brodsky, sin duda autor determinante para la escritora, recuerdo sus versos: “El lugar no me importa, pero ¿quiénes son estos tipos?/ ¿Será esa su verdadera facha o están disfrazados?” La cita viene a colación porque en esencia da igual si Luiselli habla sobre el Distrito Federal o Venecia: lo importante es la capacidad para, a partir de lo cotidiano y aparentemente simple, profundizar sobre la realidad.
Uno de los puntos más altos del libro en este sentido tiene que ver con la bicicleta: “El que maneja una elige la rapidez que mejor se adecue al ritmo de su cuerpo, y eso no depende más que de los límites naturales del propio ciclista”, escribe la autora en un pasaje tan digno de Robert Walser como oportuno y propio de los ciclistas que hace unos días circularon desnudos para exigir respeto.
Escribir en primera persona implica ponerse por delante, con los riesgos que eso supone. En el caso de Luiselli, hay momentos donde se cuida demasiado de exponerse y se cubre con citas y referencias literarias, lo que quita frescura y naturalidad al ejercicio de digresión.
Por suerte, en este su primer libro predomina una primera persona vital, no tan acartonada y sí dispuesta a tender puentes entre la literatura y la experiencia. No es fortuito que escriba, no sin falta de razón: “Los paseos que hacemos a lo largo de las lecturas, trazan los espacios que habitamos en la intimidad”.