Cuando el diario británico The Guardian publicó, gracias a las filtraciones del extécnico de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) Edward Snowden, que la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos espió las llamadas telefónicas y comunicaciones por internet de millones de personas en su territorio y otros países del orbe, nadie imaginó la magnitud que alcanzaría el escándalo.
Y aunque al final se vio obligada a reconocer que realizaba esas prácticas, la Casa Blanca alegó que lo hacía para proteger a su nación de amenazas terroristas.
Sin embargo, los intentos por amortiguar el impacto por el escándalo fueron inútiles y la noticia terminó por sacudir la credibilidad del presidente Barack Obama.
Peor aún: la polémica comenzó a subir de nivel cuando a finales de agosto último salió a la luz pública que varios mandatarios en todo el mundo, comenzando por la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, habían sido blanco de espionaje cibernético por parte de la NSA.
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