CUANDO LA CALLE RUGE EL MUNDO TIEMBLA

Redacción
Política
Foto: Especial
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Por Claudia Luna Palencia

En los albores del siglo XXI hay una vuelta al activismo callejero, como si resucitase la década de los sesenta, cuando el fragor del espíritu de las revueltas estaba inspirado contra el intervencionismo militar estadunidense en la Guerra de Vietnam y a favor de la extensión de los derechos civiles en las personas de raza negra y de las mujeres en general.

La contracultura de aquel decenio se convirtió en un fenómeno social que contagió a muchas esferas de la actividad humana prácticamente en todo el mundo occidental.

En los sesenta y setenta la gente alborotaba fundamentalmente contra el capitalismo yanqui, pero hubo además algunas acciones más transgresoras como método de protesta y de llamar la atención de los medios de comunicación con diversas personas inmoladas: Norman Morrison, de 31 años, se quemó a lo bonzo frente a las oficinas del Pentágono para condenar la participación de EU en la invasión de Vietnam, por ejemplo.

Muy frecuentes además fueron las sentadas en las universidades, las pintadas en las paredes, los murales de denuncia y hasta canciones que en la voz de grupos novedosos se convirtieron en icónicas, como Imagine, compuesta por John Lennon, del mítico grupo británico The Beatles.

Andado el tiempo, cinco décadas después, la rueca de la historia y del tiempo vuelve a girar. Se aprecia una vuelta de ciclo a otro momentum convulso, como si fuese una espiral de repeticiones, un eterno retorno al que se refirió constantemente el filósofo alemán Friedrich Nietzsche en sus argumentaciones literarias, algunas veces salpicadas de una visión negativa y pesimista.

El cambio de siglo ha traído una nueva corriente social bastante virulenta que inició también en las calles y prendió como la pólvora en Túnez en 2010 dando origen al fenómeno de la Primavera Árabe que se extendió a otros países musulmanes.

Las multitudinarias protestas que tomaron las rúas de cientos de ciudades árabes dejaron como consecuencia la caída de diversas dictaduras que ni el paso del tiempo había logrado derrocar; lo logró la ira desmedida de la gente echada adelante en turba como si fuese Versalles para derrocar al absolutismo.

Así cayeron Hosni Mubárak, en Egipto; en Libia pasó con Muamar Khadafi; en Yemen renunció Alí Abdulá Salé, y en otros países se provocaron cambios, como aconteció con Bahrein y Marruecos.

La guerra civil intestina en Siria es también consecuencia de la Primavera Árabe: el presidente sirio Bashar al-Assad prevalece asido con alfileres al poder gracias a la intervención de Vladimir Putin. El presidente ruso no ha dudado en enviar tropas para sostener al régimen sirio contra los insurgentes y para derrocar al autodenominado Estado Islámico (EI).

De aquellos polvos estos lodos. Los últimos tres años han sido especialmente difíciles en varios países del globo terráqueo debido a la continua concentración de tumultos multitudinarios; ya no es únicamente Venezuela con las constantes imágenes de civiles reunidos en las calles en un río de gente vociferando contra el régimen de Nicolás Maduro, la ausencia de libertad de expresión y de derechos humanos en un gobierno que tiene más tintes dictatoriales que democráticos.

La gente sale en masa en otros países latinoamericanos, pero también europeos e inclusive asiáticos, para hacer sentir su ira, su frustración, su temor, su descontento en ciernes contra el sistema en sí mismo.

Se protesta contra el establishment, pero también por el cambio climático, por el Brexit que tiene enfrentados a los que quieren la ruptura con la UE contra un contingente masivo posicionado justo en el polo opuesto a favor de un nuevo referendo.

Se abronca contra la subida de los impuestos en el precio de los combustibles (Francia); se incendia la calle contra un proyecto de ley de extradición a China (Hong Kong); lo mismo por la eliminación de los subsidios a los combustibles (Ecuador); o el ajuste alcista en el costo del pasaje del Metro (Chile), o una sentencia judicial contra varios políticos catalanes (Barcelona).

Si bien las provocan distintos motivos todas coinciden en su enorme violencia no solo contra las fuerzas del Estado sino también contra la infraestructura pública, los comercios, el inmobiliario y los medios de transporte públicos y privados.

Las hogueras, así como los barracones que transfiguran la imagen citadina escenario de la batahola, dan paso a una cólera desmedida, un panorama de guerra entre fuerzas ciudadanas formadas al calor de los acontecimientos actuando muchas veces como una guerrilla urbana contra la policía e inclusive el ejército.

Otra coincidencia interesante subyace en el hecho de que si bien el motivo de la protesta es resarcido por el gobierno atenazado por las exigencias impetuosas no sirve para amainar el ánimo bravío de la gente, que decide quedarse en una cadena de repetición de eventos concatenados al discurrir de los días, de las semanas o inclusive hasta de los meses.

El poder ciudadano

Tan es así que llaman poderosamente la atención los sucesos de Francia: el fenómeno social de los chalecos amarillos (#GilletsJaunes) irrumpió de forma abrupta e improvisada por la convocatoria de las redes sociales tras un anuncio del presidente Emmanuel Macron de subir las tasas sobre el carburante a partir del 1 de enero de 2019.

El próximo 17 de noviembre se cumplirá un año de protestas sabatinas de los chalecos amarillos, que no dejan de salir a presionar al gobierno de Macron a pesar de que el Elíseo decidió suspender —ante la ferocidad de la concentración masiva en París y su extensión a otros ciudades galas— de forma definitiva la imposición del alza en el impuesto a la gasolina y el gasoil.

En largas jornadas la capital francesa ha ardido con cientos de contenedores de basura quemados, coches, motos y parqué inmobiliario en combustión; muchos comercios han quedado destruidos ante el azoro de los turistas internacionales que visitan precisamente al país que lidera el turismo mundial.

Sin embargo no cesan las reclamaciones de los chalecos amarillos, que inclusive piden la dimisión de Macron. El mandatario galo ha cedido en varias concesiones sociales para aplacar la ira civil y desinflar el movimiento a fin de enviar a la gente de vuelta a su casa. Pero siguen en las alamedas y aparecen en las marchas de otras ciudades europeas.

París es siempre ese pulso social y revolucionario por tradición, ese cisma de cambio. La naturaleza de las protestas de los chalecos amarillos esconde un idealismo no satisfecho en una época de profundas transformaciones productivas, económicas, tecnológicas y digitales.

Otro que ha perdido el pulso con los bulevares atestados de civiles iracundos es Sebastián Piñera, mandatario de Chile, quien recientemente dio un paso atrás en su pretendido aumento en el costo del pasaje del Metro: la respuesta oficial a la rebelión popular dejó incluso muertos y Piñera, en un acto de contrición, ha pedido perdón anunciando además un paquete de reformas.

Al respecto Ninon François, empresaria chilena asentada en España, comenta que se conjuntaron una serie de factores que cansan a la población porque “es una deuda social de muchos años”.

Las medidas del bienestar social en Chile, puntualiza, “no han sido bien tratadas en los últimos 15 años y esto se traduce en el malestar de las personas; los ciudadanos salen a la calle y se manifiestan de esta manera contra sus carencias en el área de salud, del transporte, de las pensiones, del sueldo mínimo y de las alzas en el precio de los servicios básicos, como la electricidad”.

En Hong Kong también la calle ha salido victoriosa con su grito catártico. La actividad colectiva de boicotear a los medios de comunicación y la infraestructura de transporte colapsando el aeropuerto internacional recientemente dio sus frutos.

El miércoles pasado la Asamblea de Hong Kong anunció que retiraba formalmente el proyecto de ley que facilitaba la extradición de personas a la China continental. No obstante, como en el caso de París y los chalecos amarillos, ahora la turba organizada exige más concesiones al gobierno de la isla poniendo como condición cinco demandas, entre la que se incluye el sufragio universal.

El mundo está revuelto

Para Liberto Carratalá, integrante de la Federación Española de Sociología, las expresiones de la sociedad en Europa y en América “no tienen las mismas raíces, ni tendrán las mismas consecuencias u objetivos”.

En los últimos días varias reyertas copiosas en Cataluña se han dejado sentir tras dictar sentencia el Tribunal Supremo con penas de nueve a 13 años de prisión a los políticos presos participantes en el referendo independentista ilegal del 1 de octubre de 2017.

Hasta el momento hay una estela de 600 heridos, 200 detenciones, 28 encarcelados, daños por 3.1 millones de euros; más de mil contenedores quemados, junto con árboles; múltiples destrozos a la propiedad privada y pública; daños en las vías de comunicación y seis mil 400 metros cuadrados de pavimento destrozado. En varias jornadas de violencia se intentó volar una gasolinera y prender fuego a edificios.

Al respecto Carratalá explica que no cree que la raíz de dicha sentencia sea el detonante, “porque esto viene de mucho tiempo atrás” tanto con Cataluña como con el País Vasco.

“Lo que pasa es que en otros tiempos el País Vasco o Euskadi era un espacio de conflictividad máxima. El caso catalán se parece al vasco porque posiblemente tiene unas reivindicaciones similares, como es la autonomía, la segregación o independencia del territorio español. Pero optaron por caminos diferentes: Cataluña emprendió una vía más política”, comenta el académico de la Universidad de Alicante.

Cataluña, añade Carratalá, se ha visto “un poco frustrada” en sus aspiraciones y “se ha cocido a fuego lento” toda una situación de conflictividad que estalló con la declaración de la independencia transitoria, algo que duró cinco minutos “pero que ponía de manifiesto el descontento generalizado de una parte importante de la sociedad catalana. El hecho de que participaran dos millones de personas en un referendo habla por sí solo, así como las marchas con las convocatorias públicas”.

De los otros altercados internacionales registrados en los últimos meses en diversos países el sociólogo analiza que “vivimos tiempos convulsos” aunque las raíces de los problemas son distintas en cada nación.

“Tomando como base el combate activo en la calle, de las personas que defienden una idea y que ven frustrada sus expectativas y anhelos, sí podemos decir que todo este clima de convulsión tiene un denominador común: la crisis económica. Hay una pérdida de derechos por parte de muchos ciudadanos”, argumenta.

Millennials se dejan sentir

La actual etapa de transición global no facilita el entendimiento entre las demandas de las masas y el quehacer gubernamental; en medio, además, persiste una crisis de representación popular.

La gente, agrega Carratalá, siente mucha incertidumbre, no sabe si “iremos a peor o a mejor”. Eso hace que se ponga nerviosa, que exprese esa incertidumbre, todas sus dudas y esa confusión de una manera violenta.

“La gente joven, no nos olvidemos, es una parte de la población más vulnerable, porque no tiene ninguna independencia económica y todavía está a expensas del mundo adulto; las personas jóvenes están desesperadas y encima están frustradas”, reconoce el sociólogo.

—Hay quien dice que son una mayoría de Ninis…

—Yo trabajo con jóvenes y no me gusta usar esa etiqueta porque no hace justicia a su realidad. Es verdad que hay personas que no tienen nada. Tengo contacto con gente joven, personas que manifiestan interés por lo que les ocurre, pero hay que señalar que el sistema no responde a sus expectativas.

—Hay una mayoría de millennials en todas las protestas de Reino Unido, Francia, Ecuador, Chile, Hong Kong…

—He participado en diversos estudios con jóvenes en España y en la UE. Cuando vemos una protesta a favor del medio ambiente se ve la imagen de una persona joven abanderando ese movimiento. Es algo que les preocupa bastante, porque es transversal en todas las sociedades, un problema planetario. Y lógicamente son las acciones que más atención reciben por parte de los medios de comunicación. Los jóvenes se preocupan por ello y son creativos, independientes.

Los millennials, recalca Carratalá, abanderan muchos cambios: “Ellos no tienen interés en la forma como se hace política, aunque sí tienen interés en la política. Pueden participar en manifestaciones o campañas de boicot de alimentos, para consumir unos productos en vez de otros; es una forma de activismo político diferente a la de ir a votar a una urna”.

—A diferencia de 1960 a 1970, con sus protestas sociales, en las actuales las redes sociales juegan un papel clave…

—Definitivamente. En la Primavera Árabe las redes sociales jugaron un papel importantísimo en la difusión de convocatorias, manifestaciones, de lo que estaba ocurriendo en el momento… Es un elemento dinamizador, no impulsor. Las ganas de querer manifestarse están en la población: allí está ese impulso.

Las redes sociales, agrega Carratalá, consiguen poner en contacto a personas que comparten esas ganas por manifestarse y, en segundo término, sirven de potenciador de las manifestaciones.

De este papel clave la empresaria chilena Ninon François advierte que luego se mezclan grupos de extremas ideologías con los jóvenes y los estudiantes.

“Las protestas que deberían ser pacíficas se vuelven violentas, se organizan muy rápidamente a través de las redes sociales, muchas veces son los grupos que causan más destrozos. Lo vemos en el caso de Chile: un puñado de esos jóvenes provocan estragos que serán reparados con los impuestos de todos. Hay atracción de delincuentes que se suman a estas marchas”, destaca convencida.

François abunda en el papel vital de las redes sociales “para conseguir el máximo impacto”, aunque mucha gente lo vive como “un reality show”, quizá lo más significativo es que en Chile se logra llamar la atención de esta manera y se consiguió que el gobierno de Piñera ofreciera un paquete de reformas, todas dirigidas hacia el bienestar social.

“Me parece muy relevante esta decisión por primera vez en este gobierno: un paquete de reformas para mejorar el sueldo mínimo, el transporte, la salud, los medicamentos y las pensiones. Dentro del paquete está reducir el sueldo de los congresistas, que es exageradamente alto en Chile”, explica.

Las reyertas han dejado hasta el momento 18 muertos, mil 571 detenidos, muchos estropicios urbanos, incendios, saqueos en los comercios y un toque de queda que pretende recuperar la tranquilidad.

El clamor de la calle ruge como león herido…

Bolivia: polvorín en ciernes

El desencanto electoral desborda las pasiones en las calles de Bolivia: el domingo 20 de octubre se llevaron a cabo elecciones generales en las que el actual presidente, Evo Morales, se declara victorioso pero la oposición denuncia fraude y afirma que además Morales perdió la justa electoral.

A la espera de definiciones desde el lunes 21 de octubre vienen registrándose diversas protestas en buena parte de las ciudades bolivianas.

Comenzaron a subir de tono con enfrentamientos entre seguidores de Morales y grupos de la oposición, en la medida en que el recuento electoral avanza lentamente.

Para evitar un derramamiento de sangre la Organización de Estados Americanos (OEA) aceptó participar como mediador y validar el recuento. De acuerdo con el organismo internacional, “en el caso de que concluido el cómputo el margen de diferencia sea superior a 10% no habría desempate, estadísticamente es razonable concluir que será por un porcentaje ínfimo. Debido al contexto y las problemáticas evidenciadas continuaría siendo una mejor opción convocar a una segunda vuelta”.