El conflicto en Burundi suma diariamente desvenas de víctimas mortales: de acuerdo con organismos humanitarios, en los últimos meses han muerto más de 260 personas por la violencia política y más de 300,000 se han desplazado a países vecinos como Uganda, Tanzania y Ruanda.
La crisis actual se desencadenó el pasado mes de abril, cuando el presidente Pierre Nkurunziza, quien gobierna desde 2005, anunció que se presentaría a un tercer mandato pese al veto de la Constitución, que solo prevé la posibilidad de acumular dos legislaturas. Para ello, Nkurunziza modificó la Carta Magna.
El anuncio provocó la indignación de la población y numerosos manifestantes se lanzaron a las calles. Sin embargo, las protestas fueron detenidas mediante el uso excesivo de la fuerza —según organismos internacionales—, causando decenas de muertos.
Desde entonces la violencia en las calles se suscita diariamente a tal grado, que en días pasados habitantes de Buyumbura, la capital de Burundi, amanecieron horrorizados por el hallazgo de decenas de cadáveres de jóvenes acribillados a balazos en las calles de los barrios que se oponen al mandatario, quien en agosto fue envestido para su tercer mandato.
El gobierno de Nkurunziza ha presentado cifras incompletas sobre los sucesos violentos de los últimos meses y a pesar de que se ha comprometido a que los asesinatos se investigarán, no muestra resultados tangibles.
La violencia incluso provocó una advertencia de la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre la posibilidad de que en ese país estalle una guerra civil.
La democracia se desploma, mientras los grupos políticos alimentan más el terror que la justicia.
Estado fallido
En este conflicto, entonces, no hay ninguna causa defendida de manera plausible: tanto las fuerzas oficiales, repartidas entre la policía, los militares y el grupo de defensa financiado por la presidencia y autodenominado Imbonerakure, como los grupos armados de opositores cobran vidas de civiles y enemigos en un contexto político que carece de control, dice a Vértigo la internacionalista Arlene Ramírez Uresti, profesora del Tecnológico de Monterrey campus Toluca.
—Esta crisis de violencia entre instituciones y sociedad civil en Burundi, ¿de qué forma amenaza ya la frágil estabilidad de esa región?
—Burundi es uno de los países de África que han intentando con gran ahínco establecer regímenes democráticos, autónomos y libres de toda desestabilización como consecuencia del proceso de descolonización que ha traído diferentes escenarios democráticos en ese continente. Definitivamente, la situación y la crisis de derechos humanos que vemos en este momento en Burundi tienen como eje principal tratar, por parte de su población civil, rescatar a un país que está dentro de la lista de Estados fallidos.
Es decir, explica la especialista, “aquellos Estados que han intentado por diversos medios establecer repúblicas o democracias con respeto al Estado de Derecho, los derechos humanos y los procesos democráticos. Pero cuando hay una situación de crisis entre las instituciones y la sociedad civil como la que vemos ahora, los países entran en una alerta de convertirse en Estados fallidos y son susceptibles de alguna manera a que un actor de la comunidad internacional pueda establecer una especie de margen para poder salvaguardar no solo el Estado de Derecho y las garantías individuales sino también el proyecto democrático”.
Sobre este aspecto democrático ya el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, anunció que su asesor para Burundi, Jamal Benomar, viajará a ese país para tratar de impulsar un diálogo político entre las partes en conflicto, además de lanzar un pedido de intervención categórica de la Unión Africana (UA) para detener la escalada de la violencia.

—¿Qué dificultades presenta, sobre todo para la UA, una intervención o mediación en el conflicto?
—El problema con África en general ha sido de manera recurrente la debilidad de sus instituciones. Todos los países africanos que fueron colonias europeas han tenido que pasar por procesos muy dolorosos para encontrar su propia identidad democrática: los dejaron encaminados con regímenes que quizá ni siquiera correspondían o empataban con la idiosincrasia de los pueblos originarios de la zona.
Existe una gran preocupación, añade Ramírez Uresti, porque este conflicto origine “un escenario tipo Siria, donde el gobierno por mantener el poder arremeta contra la población. La alerta de la Unión Africana en este momento es sobre cómo contener una escalada regional de regimenes totalitarios y absolutistas, que arremeten contra sus pueblos, y cómo salvaguardar un Estado de Derecho de por sí frágil en su propia estructura”.
La internacionalista señala que “lo que ahora vemos en Burundi, esta gran escalada de violencia, la salida a las calles de la gente buscando posicionamiento, es solamente la consecuencia natural de un Estado que no ha logrado conformar sus instituciones e incluso carece de visión e identidad o unidad nacional como hilo conductor”.
Burundi es además uno de los países más pobres del mundo: la tasa de pobreza asciende a 66.9% de la población.
Este país de África oriental tiene el segundo Producto Interno Bruto per cápita (PIB) más bajo, según el Banco Mundial, solo después de la República Democrática del Congo. A ello se suma la crisis humanitaria que viven los desplazados por la violencia.

—¿Cómo afecta todo ello a la región, se observan cambios significativos a nivel geopolítico?
—El tema con los desplazados en África es muy preocupante, porque actualmente en el Magreb Árabe, es decir el norte de África, Egipto, Libia y Marruecos, hay una crisis importantísima no solo de refugiados, sino también de desplazados. Gente que antes de manera natural emigraba al norte, ahora, además de su propio conflicto, enfrenta a regímenes islámicos intolerantes y totalmente radicales que van tomando más terreno en el norte de África, lo que provoca que la crisis humanitaria sea todavía más cruda y complicada.
Añadidos
El problema no es solo por la gente que huye, esos 300,000 ciudadanos de Burundi, sino que va más allá. “Ahora la ayuda internacional se canaliza contra el terrorismo y se dejan de lado problemas tan importantes como la subsistencia y aprovisionamiento de recursos mínimos elementales para la población, como son agua, territorio y, en otros casos, incluso acceso a la educación. Son generaciones que se están perdiendo, en África y en Oriente Medio, de niños que no van a estar educados y la tasa de analfabetismo se incrementará impresionantemente en el mundo para 2030, cuando estos niños que están siendo desplazados pues no solamente no presenten una identidad y una formación nacional sino que además no estén teniendo acceso a sus derechos mínimos indispensables, como es el derecho a la seguridad alimentaría, por ejemplo”.
Al problema de los desplazados se suma, igualmente, el resurgimiento en la región de varias pandemias, como el cólera y la malaria, enfermedades que aparentemente estaban controladas.
—La situación es grave y la comunidad internacional parece no prestar atención al caso de Burundi…
—Lo que pasa es que la ayuda internacional ya no es suficiente. Los países están canalizando la ayuda a otros intereses y el gran dilema o debate sobre África siempre ha sido: ¿a quién le importa realmente ese continente?
En África, dice Arlene Ramírez, “encontramos países que quizás están limitados en recursos, que ya fueron totalmente explotados durante la época del colonialismo europeo, que fueron saqueados completamente y difícilmente las potencias europeas encontrarán nuevos recursos”.
Las potencias europeas, indica, “están ahora cuidando su homeland security, es decir, sus asuntos internos, más que los externos. Existe una cuestión de ética muy interesante en la política internacional en este momento respecto, sobre todo, a estas potencias europeas que fueron colonizadores o intervinieron de alguna forma en países de África, como Tanzania, Kenia, Burundi y toda la zona ubicada entre el Magreb Árabe y África del Sur, que siempre ha sido el centro de las carencias estructurales de ese continente: es donde hemos visto la pugna por el poder, donde se ven las grandes guerrillas, los golpes de Estado constantes; es, sin duda, el África más conflictiva”.

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