A principios de 2014 el presidente Enrique Peña Nieto presentó los objetivos a seguir dentro del Programa Especial de Cultura y Arte 2013-2018: las líneas de acción establecían un conjunto de metas no demasiado diferentes a los propuestos en anteriores sexenios, salvo por dos puntualizaciones, “Hacer de la cultura un medio para la transformación, la cohesión y la inclusión social” y “Acceso universal a la cultura y uso de los medios digitales”.
Ambos puntos se articulaban, al menos en el discurso, al Programa Nacional para la Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia, estrategia que pretende hacer frente a las condiciones de inseguridad que privan en el país.
Será en septiembre cuando toque a la administración federal hacer el corte de caja de mitad de sexenio y exponer a la sociedad un nuevo balance de logros y pendientes.

¿Cultura elitista?
El antropólogo Bolfy Cottom evalúa la política federal y advierte que el planteamiento de la cultura como un elemento para la reconstrucción del tejido social fue una especie de “camisa de once varas. Fue la bandera presidencial y creó enormes expectativas de lo que iba a ser la cultura como razón de Estado. El problema es que el paquete les quedó grande. No veo que tengan la menor idea de lo que eso significa. El hecho de aprender a leer, de tener acceso a conciertos y festivales de ninguna manera restituye el tejido social en sí mismo: son apenas manifestaciones organizadas de un órgano encargado de ese catálogo de actividades culturales a nivel federal”.
En el mismo sentido, Édgar Morín, antropólogo de la UNAM, añade que si se hubiese tomado en serio el tema de la cultura como un elemento fundamental para la recomposición social, tendría que haberse planteado una política transversal que hiciera coincidir a los sectores sociales, educativos y turísticos. “Necesitamos un proyecto común destinado a resolver problemas relacionados con la pobreza, la miseria y la marginación. Y eso realmente no se ve en este momento. La disputa política se olvidó totalmente del tejido social”.
A decir de Cottom, autor de los libros Los derechos culturales en el marco de los derechos humanos en México y Legislación cultural. Temas y tendencias, históricamente en el proceso de las políticas públicas la cultura siempre ha tenido un lugar privilegiado. “El vínculo entre la educación y la cultura se asumió como modelo de la antigua civilización helénica, donde el Estado es responsable de la formación de sus individuos, de personas comprometidas, conscientes de sus derechos y obligaciones, de sus riquezas culturales y de su porvenir”.
No obstante, para el especialista esta corriente de pensamiento se disolvió en México a partir de la segunda mitad del siglo XX. “Se dio una separación de facto entre la cultura y la educación, esto es palpable en el hecho de que la sociedad no es consciente de la enorme riqueza cultural de su país a pesar de que la vive cotidianamente. Nuestros barrios, pueblos y regiones, las fiestas populares, religiosas y cívicas, tienen un enorme poder de convocatoria. La gente está ahí porque es parte de su ciclo de vida. Ahí empieza y termina todo. Ahí es donde se transmiten los valores de solidaridad ciudadana”.
La política cultural, sin embargo, continúa Cottom, se ha dirigido a concepciones elitistas que no necesariamente tienen vínculos con la realidad de los individuos. El éxito o fracaso de las iniciativas se miden por libros editados, exposiciones o filmes producidos. “Actualmente se privilegia un modelo educativo cultural elitista que abandonó la idea popular del proyecto vasconcelista, cuyo objetivo tenía la idea de conformar una unidad nacional rescatando la riqueza cultural”.

Tejido social
Autor de La maña. Un recorrido antropológico por la cultura de las drogas, Édgar Morín expone que la cultura siempre será “un elemento importante para la reconstrucción del tejido social”.
Las ciudades de Bogotá y Medellín, en Colombia, diseñaron proyectos sociales eficaces en términos de combate al crimen organizado. “Involucrar a la comunidad no significa decidir por ellos, sino hacerlos parte de un proceso que es mucho más complicado; que parte de escuchar y entender las necesidades de esa comunidad e impulsar una serie de acciones que surgen de la misma sociedad civil en convergencia con el Estado y la iniciativa privada. La apuesta pasa por la educación, la cultura y la información; eso es mucho más eficaz que cualquier otra cosa. La cultura es de las cosas más poderosas que hay para combatir la delincuencia, el problema es que no sabemos utilizarla”.
El investigador de la UNAM advierte sobre la urgencia de atacar el problema de fondo, si en verdad se quiere restituir el tejido social. “Libros, festivales, películas o centros culturales de poco sirven si la gente no tiene qué comer, si no tiene seguridad para transitar, si no tiene trabajo o acceso a los servicios básicos”.
En febrero de 2015 en Apatzingán, Michoacán, zona conflictiva del Bajío, se inauguró la Librería y Estación de Lectura del Centro Cultural del Fondo de Cultura Económica como parte del programa Cultura para la armonía en Michoacán, promovido desde el gobierno federal.
La iniciativa ha tenido como eje sustancial llevar actividades artísticas a la región. “No basta con hacer conciertos para los jóvenes. Las políticas públicas deben ir más allá, deben ser integrales. La reconstrucción del tejido social debe ser simultánea a la reducción de la violencia en todas sus variantes. En Italia hay programas exitosos que subsidian ciertos productos del campo en zonas vulnerables para el crimen organizado. Es decir, si se impulsan cultivos alternativos o si se mejoran las condiciones de los campesinos de la zona de la montaña de Guerrero en lugar de poner militares, marinos y policía, seguramente se podría reducir la producción de amapola. La cultura como tal no basta si no va acompañada de soluciones integrales que por un lado involucren a la sociedad y, por el otro, controlen cuestiones administrativas, judiciales y de rendición de cuentas”, concluye Édgar Morín.

Cultura y consumo
En un ejercicio de balance, Bolfy Cotton argumenta que la política cultural se queda en un plano consumista. De seguir así, explica el antropólogo, se incrementará la brecha social. “No se puede pensar en una restitución del tejido social cuando los programas son ajenos a como vive la gente. Se piensa que la felicidad volverá a partir de pan y circo. Imposible si no se resuelven sus problemas de fondo. Se puede pensar que la cultura es un elemento fundamental de la restitución del tejido social siempre y cuando la sociedad tenga las condiciones mínimas de certeza sobre su presente y futuro”.
Su análisis apunta a rescatar los valores de cohesión social que aporta la cultura. “Es un elemento que posibilita a las comunidades para que articulen proyectos colectivos. Pero eso no se logra solo con conciertos, porque después del espectáculo regresamos a la desazón de nuestra realidad”.
Entre las iniciativas impulsadas en lo que va del sexenio Cottom destaca el trabajo de la Dirección General de Cultural Populares. “Es valioso su trabajo con los migrantes, valoro el proceso que están iniciando con los artesanos de diferentes regiones o con los jóvenes de ciertos sectores, pero una golondrina no hace verano. Ese esfuerzo es mínimo comparado con lo que plantea la realidad nacional. Uno va a la Sierra Tarahumara y es desolador el panorama para los jóvenes. ¿Qué futuro ven los jóvenes? Mientras existan situaciones como esta no podremos hablar de una restitución del tejido social. En todo caso hay nuevas expresiones culturales que construyen nuevos tejidos que no son benéficos para la comunidad, dado que son destructivos del valor humano. Día a día vemos cómo la creatividad se canaliza en la violencia”.
La designación de Rafael Tovar y de Teresa al frente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes cosechó reacciones positivas, en lo general, dentro de la comunidad cultural y artística.
El propio Bolfy Cottom reconoce que vio con buenos ojos su regreso. “Su presencia consiguió bajar la tensión existente en el sector. Las administraciones de Sara Bermúdez, Sergio Vela y Consuelo Sáizar crearon un ambiente de confrontación institucional, además de un enorme despilfarro y corrupción. Tovar y de Teresa logró hacer que las instituciones pudieran tener cierta paz para trabajar”.
Sin embargo, a tres años del arribo de Tovar y de Teresa, el antropólogo expresa su desconcierto y desencanto por lo que el funcionario ha mostrado hasta ahora. “El organismo cayó en una dinámica de pasividad, de hacer fama y echarse a dormir. Se les ha ido el tiempo en hacer homenajes y no ha pasado nada. Se volvió a una posición cómoda y complaciente con gobiernos estatales donde prevalece la situación de confrontación por los caprichos faraónicos de ciertos gobernadores, pues no pasó nada. Regresamos a la concepción de vender la idea de un paquete de expresiones culturales elitistas de las bellas artes”.
Adelanta que aguarda con reservas el informe de septiembre próximo en lo concerniente al sector cultural. “A estas alturas de la administración empieza la cuenta regresiva. Si no pasó nada en el inicio, no veo cómo se pueda revertir la tendencia. En el ámbito legislativo seguimos padeciendo una especie de ruptura entre lo que piensan los legisladores y las comunidades que conforman la institución de la cultura, no solo a nivel institucional, sino a nivel de la organización civil. No hay cambios en las formas de construir proyectos de legislación, salvo en algunas excepciones donde se ha consultado y logrado construir nuevas propuestas e instrumentos legales con mayor objetivad, pero en otros casos sigue habiendo caprichos y ocurrencias y eso no ayuda al avance en esta reconformación de las actividades culturales políticas del país”.