QUE LA FUERZA NOS ACOMPAÑE

Expresiones de violencia colectiva o linchamientos denotan la falta de capacidades del Estado.

Redacción
Política
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Foto: Especial
Cuartoscuro

Por Guillermo Deloya

En una época difícil de nuestro México se inscribieron con el sonido de un trueno dos frases pronunciadas por aquel a quien ahora la misma historia condena a los más sucios sótanos del recuerdo, Gustavo Díaz Ordaz, cuando en el marco del conflicto de 1968 sostuvo dos aseveraciones lapidarias: “Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados”, además de la afamada lógica que aplicó a “no ejercer el poder que la ley confiere al gobernante es tan nocivo como abusar de él”.

La actualidad se apersona con protagonismo entre aquellas rancias letras y entrechoca en la conciencia soterrada de muchos que no se atreven públicamente a asentir con ellas. Nadie podría hoy favorecer un actuar represivo, tiránico e ilimitado de gobernante alguno, pero la advertencia que hace poco más de medio siglo forjó el personaje mencionado parece que hoy entraña una profundidad inusitada, una verdadera reflexión sobre qué tanto se asume como Estado la responsabilidad de protección y salvaguarda ciudadana por medio de la fuerza pública.

Ejemplos de impunidad y abuso rebosan los titulares noticiosos y, peor aún, acontecen en silente regularidad en una enorme cantidad de rancherías, juntas auxiliares, municipios y estados de este mancillado México. Desde aquellos que escudados tras el anonimato de un pasamontañas o un paliacate que cubre la cara y descubre la cobardía, hasta esos otros que con cinismo aterrorizan comunidades al pedir derecho de piso y con ello coartan la protección que nos promete el texto constitucional de 1917.

Lo cierto es que a medida que se incrementa una percepción de un Estado permisivo de las más deleznables conductas sociales en aras de la no represión, la “justicia” ciudadana por vías ilegales encuentra un ducto de paso que peligrosamente tiende a normalizarse en varios confines de la nación. Es esta la expresión más extrema del descontento social ante el “no actuar” de un Estado, pero por igual ya se perciben ánimos de confrontación contra quienes vandalizan ciudades u obstruyen la circulación con amplia soberbia.

Ruego

Para ilustrar el caso más grave. Las expresiones de violencia colectiva o linchamientos denotan la falta de capacidades del Estado para mantener el monopolio legítimo del uso de la fuerza y el control sobre el territorio, y así garantizar la aplicación de la ley y la seguridad de la población. Funciones primordiales que al no ser cumplidas eclosionan síntomas de una crisis de autoridad e institucionalidad.

Los linchamientos, en su gran mayoría, buscan como fin último —expresado por sus protagonistas directos— la atención y solución al problema de la inseguridad ciudadana, aunque en realidad constituyen actos de desprecio y descalificación hacia las autoridades y la vigencia del Estado de Derecho.

Conforme al Informe especial sobre los linchamientos en el territorio nacional, elaborado por la CNDH, estos presentan una tendencia constante de crecimiento en el país desde 2015: en 2016 el incremento respecto de 2015 fue de 37%, mientras que 2018 presentó un claro repunte con un aumento de 190% respecto de 2017, al pasar de 60 a 174 casos.

En cuanto a las personas víctimas de linchamiento, fallecidos y lesionados, el incremento en ese año fue de 146%, al pasar de 110 en 2017 a 271 en 2018.

Si bien el estudio que hoy se presenta comprendió hasta 2018 los datos que se registran en 2019 confirman estas tendencias ya que en los primeros cinco meses se han registraron 67 casos de linchamiento, con 107 víctimas, cifras que son relevantes si consideramos que en 2018 se contabilizaron 174 casos, con 271 víctimas.

¿Llegará un aterrador momento en el que existan mexicanos que mayoritariamente aprueben que se ajusticie a un vándalo, a un manifestante o incluso a un criminal? Considero que no en tanto se ponga un alto con el ejemplo de que existe un Estado donde se respeta la ley y se protege eficientemente al ciudadano.

No esperamos un Estado oprobioso que aterrorice a sus habitantes con flamígera espada pero tampoco podemos estar bajo un cobijo dubitativo que en la creciente percepción pierda todo respeto de aquellos que dolosamente aprovechan este escenario. Es materia de un ruego para muchos el que la fuerza que se afianza en la legalidad nos acompañe… siempre.