MÉXICO SIN HIELO: ADIÓS A SUS GLACIARES

“La desaparición de estas masas de hielo revela el impacto del cambio climático”.

Martha Mejía
Nacional
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Glaciares

Su pérdida tendrá consecuencias en la agricultura, en el acceso al agua potable y en el equilibrio ecológico de las montañas.

En lo alto de los volcanes Citlaltépetl, Iztaccíhuatl y Popocatépetl aún resisten —cada vez más reducidos y vulnerables— los últimos tres glaciares de México, pero su extinción es inminente: en menos de cinco años estas masas de hielo podrían desaparecer por completo debido al acelerado calentamiento global y la actividad volcánica.

Su pérdida, más allá del simbolismo geográfico o ecológico, representa una alarma para el clima local, la disponibilidad de agua y la seguridad alimentaria de miles de personas.

Para Hugo Delgado Granados, investigador del Departamento de Volcanología del Instituto de Geofísica de la UNAM, los glaciares son mucho más que hielo: son termómetros naturales del planeta y reservas estratégicas de agua.

“Los glaciares se forman por la acumulación de nieve año tras año. Si las temperaturas globales bajan, los glaciares crecen. Si aumentan, retroceden. Así de claro es su vínculo con el cambio climático”, explica a Vértigo el especialista.

Indicadores del clima, reguladores del agua

En términos científicos, los glaciares son sistemas de almacenamiento de agua en estado sólido. Durante las temporadas de sequía, el deshielo gradual alimenta ríos, mantos acuíferos y suelos agrícolas. Pero con su desaparición esa “reserva” natural se evapora.

“Son fundamentales para regular el sistema hidrológico local y su pérdida tendrá consecuencias en la agricultura, en el acceso al agua potable y en el equilibrio ecológico de las montañas”, advierte Delgado.

En México el problema se agrava por una realidad alarmante: el país se está calentando más rápido que el promedio global. Francisco Estrada Porrúa, coordinador del Programa de Investigación en Cambio Climático de la UNAM, señala que mientras el mundo se ha calentado a una tasa de 2° C por siglo, México lo hace a 3.2° C. En 2024, la temperatura superó los 2.14° C respecto del periodo preindustrial, sobrepasando el límite crítico que la comunidad científica advirtió hace más de una década.

Actualmente los glaciares mexicanos están en fase terminal. En el Iztaccíhuatl apenas sobreviven, protegidos por la morfología del volcán. El Popocatépetl ya ha perdido casi toda su masa glaciar debido a la combinación de altas temperaturas y su actividad eruptiva.

El caso más crítico es el del Citlaltépetl (Pico de Orizaba), el volcán más alto de México. A pesar de estar por encima de los cinco mil 300 metros de altitud, recientes imágenes muestran una alarmante exposición del basamento rocoso. En los últimos cinco años ha perdido alrededor de 20% de su volumen glaciar, según datos presentados en la UNAM.

“Hay indicios de que el volcán podría estar despertando, lo cual aceleraría aún más el proceso de pérdida”, comenta Delgado.

Adaptación, única vía

Ante la desaparición inminente de los glaciares en el país la comunidad científica no habla ya de conservación, sino de adaptación.

“Tenemos que asumir que ya no contaremos con el aporte de agua de fusión durante la época de secas. Eso significa una presión directa sobre la agricultura de temporal y una mayor extracción de agua subterránea, que también es finita”, señala el investigador.

Adaptarse implica gestionar mejor los recursos hídricos, modificar hábitos de consumo y rediseñar políticas públicas. Sophie Ávila Foucat, investigadora del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, advierte que 67.8% del agua disponible en México se destina al sector agropecuario, mientras que solo 14.7% se asigna al consumo doméstico. Esta distribución exige una revisión urgente, sobre todo en las zonas rurales.

En su estudio sobre la cuenca Copalita-Huatulco, Ávila encontró que las redes de gestión ambiental y del uso del suelo son diversas, pero poco articuladas, y que las decisiones sobre el aprovechamiento del agua están dominadas por actores gubernamentales, sin suficiente participación comunitaria.

“Hay un problema estructural de acceso al agua en las zonas rurales. Las comunidades deben jugar un papel más activo en la gobernanza ambiental”, subraya.

La ONU declaró a 2025 como el Año para la Conservación de los Glaciares y ha lanzado la Década de Acción por la Criósfera (2025–2034). Esta iniciativa busca visibilizar la urgencia de proteger los sistemas congelados del planeta, desde glaciares hasta casquetes polares, cuya pérdida impacta globalmente.

Aunque los glaciares del Ártico no son iguales a los de montaña, también están en riesgo: durante los veranos el casquete polar podría desaparecer, afectando a especies emblemáticas como el oso polar y alterando las corrientes oceánicas.

Delgado es claro: “No podemos revertir el daño ya causado, pero sí evitar que empeore. Esa es nuestra responsabilidad”. Reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), cambiar los patrones de consumo energético y revalorar la relación con la naturaleza son acciones urgentes.

“Cada kilowatt que ahorramos cada vez que evitamos usar combustibles fósiles, cuenta. El planeta puede resistir. Nosotros no”, concluye.