PAPA FRANCISCO: EL HOMBRE Y SU HISTORIA

“Su entorno familiar lo vincula a la clase media baja”.

Lorena Ríos
Internacional
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Historia Papa Francisco

La muerte es un misterio, manifiesta la fugacidad de la vida, nos enseña que nuestro orgullo, ira y odio, son solo vanidad; que no amamos lo suficiente; que no buscamos lo esencial.

Pero también nos indica que solamente el bien y el amor que sembramos mientras vivimos permanecerán.

Papa Francisco

Con la elección de Jorge Mario Bergoglio al trono de Pedro el 13 de marzo de 2013, tras la renuncia voluntaria de su predecesor Benedicto XVI (1927-2022), que constituyó en sí misma una innovación, Francisco fue el primer Papa argentino, el primero procedente del Nuevo Mundo y el primer Pontífice no europeo desde Gregorio III (731-741), Papa de origen sirio en el siglo VIII.

También fue el primero en acceder al pontificado procedente de la orden de los jesuitas, cuya influencia sobre la Santa Sede ha sido notable, lo que también lo convierte en uno de los muy pocos papas (20 de 266) que provienen de una congregación religiosa, el primero desde el conservador Gregorio XVI (Papa de 1831 a 1846).

Fue el primer Papa en adoptar el nombre de Francisco en referencia explícita a la figura profética de San Francisco de Asís (1181-1226) y así el primero en elegir un nombre inédito desde hacía más de un milenio.

Con el nombre de Francisco, Jorge Mario Bergoglio quería mostrar que hacía suyo su ideal de atención primordial a los excluidos, así como de reforma radical de la Iglesia mediante el retorno a la simplicidad evangélica.

Vocación

Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, en el popular barrio de Flores. Fue el mayor de una familia de cinco hermanos (su hermana María Elena aún vive). Su padre, Mario José Bergoglio, fue un inmigrante italiano de primera generación, originario del Piamonte, que llegó a Argentina para trabajar como contador en el servicio ferroviario; y aunque su madre, Regina Maria Sivori, nació en Argentina, ella misma fue hija de inmigrantes italianos procedentes de Liguria, de acuerdo con datos de la Santa Sede.

Resultado de esta doble ascendencia nórdico-italiana, Bergoglio habló italiano con fluidez, siendo el español su lengua materna, y estuvo inmerso en una cultura familiar europeizada: estos dos hechos fueron aspectos favorables en una curia todavía dominada por italianos en el momento de su elección y sin duda influyeron en ella, atenuando la impresión de ruptura producida por la elección de un no europeo.

Su entorno familiar lo vinculó, por tanto, a las clases medias bajas, en el límite entre la pequeña burguesía y los medios más populares. Realizó sus estudios secundarios en el colegio privado salesiano de Ramos Mejía, en los suburbios cercanos a Buenos Aires, pero fue en la iglesia de su barrio donde a los 17 años adquirió la convicción de su vocación religiosa después de una confesión en la que, según sus propias palabras, tuvo una “revelación de la misericordia de Dios”.

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Estaba prometido con una joven, pero decidió romper ese compromiso para entrar en la orden. Sin embargo, pospuso su entrada al seminario para comenzar estudios superiores en la Escuela Nacional de Enseñanza Técnica, donde obtuvo un diploma de técnico en Química.

Durante esos años de estudio trabajó en varios pequeños oficios para mantenerse, entre ellos el de cadenero en un sórdido club nocturno de Córdoba, sin duda inusual para un futuro Papa. También durante ese periodo tuvo graves problemas de salud, hasta el punto de que le extirparon la parte superior del pulmón derecho a causa de una neumonía. De ahí su gran fragilidad respiratoria.

En 1957, a los 21 años, ingresó en el seminario diocesano de Villa Devoto, en los suburbios residenciales de Buenos Aires. Su título de educación superior, antes de ingresar al seminario, constituye otra rareza en esos años: el 11 de marzo de 1958 ingresó como novicio en la Compañía de Jesús, la orden de los jesuitas, congregación que en derecho canónico es una compañía de clérigos seculares (y, por lo tanto, permite una presencia en el mundo más activa que una orden monástica) y era entonces percibida por muchos como la élite del clero católico.

Esa gran influencia la adquirieron los jesuitas en la Iglesia antes del Concilio Vaticano II, en 1959 con más de 34 mil miembros en los cinco continentes, lo que constituía por mucho la congregación religiosa más numerosa del mundo.

Sus primeros años en la Compañía transcurrieron en el extranjero: fue enviado a Chile. En 1963 regresó a Buenos Aires para cursar filosofía y vinieron luego los años de regencia, es decir, una experiencia docente que lo llevó a ser profesor de Literatura en el Colegio Inmaculada de Santa Fe y en el Colegio del Salvador de Buenos Aires (1964-1966), seguidos de sus tres años de estudio de Teología (1967-1970) en el teologado San Miguel, anexo de la Universidad del Salvador, la gran universidad jesuita de su país.

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Una etapa central de su trayectoria fue su ordenación como sacerdote el 13 de diciembre de 1969: la fecha es importante porque el final de ese año marca precisamente la entrada en vigor de la reforma litúrgica promulgada por Pablo VI tras el Concilio Vaticano II, reforma marcada por el paso a la lengua vernácula y una gran simplificación de los ritos.

Bergoglio, de nuevo a diferencia de sus predecesores, nunca celebró la misa en latín según la forma tradicional: por un efecto generacional fue plenamente un sacerdote de la reforma litúrgica.

Su formación jesuita se completó en 1971-1972 con la etapa conocida como del Tercer Año: una nueva estancia de retiro en el extranjero, en la Universidad de Alcalá de Henares, en España, al término de la cual pronunció su cuarto voto de obediencia particular al Papa y a la Iglesia.

De vuelta en Argentina se convirtió en maestro de novicios del colegio jesuita de San Miguel, también en las afueras de la capital. Su profesión solemne en la orden tuvo lugar el 22 de abril de 1973. Tres meses después, a los 36 años, fue nombrado provincial, es decir, superior de todos los jesuitas de Argentina.

Bajo la dictadura

Desde su juventud, Bergoglio no fue indiferente a la política. Su herencia familiar en este sentido fue diversa, desde el socialismo radical de uno de sus tíos hasta el conservadurismo. A través de sus lecturas y amistades, el joven entró temprano en diálogo con pensamientos de izquierda. Pero sus años de madurez estuvieron marcados por la omnipresencia de Juan Domingo Perón (1895-1974) y del peronismo.

Perón, presidente de Argentina desde 1946, reelegido por sufragio universal en 1951 antes de ser derrocado en 1955, pretendió romper con las élites corruptas de la llamada Década Infame (1930-1943) apoyándose en su vínculo directo con las masas populares, en favor de las cuales llevó a cabo numerosas reformas sociales.

En 1968 el Consejo Episcopal Latinoamericano, reunido en Medellín, denunció la violencia institucionalizada de las dictaduras militares del continente y proclamó la opción preferencial de la Iglesia por los pobres, que debe conducir a su apoyo en sus luchas contra la opresión.

Fue el nacimiento de la Teología de la Liberación, para la cual el mensaje evangélico de salvación es inseparable del esfuerzo de liberación de los excluidos y dominados contra estructuras socioeconómicas opresivas.

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Si bien esta orientación provoca grandes debates dentro del episcopado, son muchas las órdenes religiosas que se comprometen resueltamente con ella. Y los jesuitas están entre los primeros.

El español Pedro Arrupe (1907-1995), superior general de la Compañía de Jesús desde 1965, dio los impulsos decisivos para este reposicionamiento, empujando a su orden a comprometerse con la justicia social, especialmente en América del Sur.

Su línea fue confirmada por una congregación general de la Compañía en 1974. Pero Arrupe no pudo evitar una crisis abierta entre los jesuitas: la orden se encuentra dividida entre sus miembros más progresistas, para quienes el compromiso al servicio de la liberación debe hacerse más visible, dando prioridad a las luchas sociales reales, y su franja conservadora, que teme la infiltración del marxismo en la Iglesia.

Así, en los años 1968-1976 miles de jesuitas abandonaron la vida religiosa, lo que provocó una verdadera crisis en los cuadros de la Compañía.

En este contexto, Bergoglio se convirtió en el hombre adecuado para evitar la ruptura de la provincia jesuita de Argentina, ya que encarnó un camino intermedio: se sabe que estuvo cerca de la teología del pueblo, la variante más moderada de la Teología de la Liberación, pero se negó a mezclar su voz con la de los contestatarios. Y, de hecho, durante los siete años que ejerció su cargo de provincial (1973-1980) logró mantener la unidad de la provincia de Argentina.

Con la dictadura militar del general Jorge Rafael Videla (1976-1981) y sus epígonos (1981-1983) una sangrienta represión se abatió sobre Argentina. La Iglesia se encontraba dividida entre la franca aprobación del proceso nacional, expresada por algunos de sus jerarcas en nombre del anticomunismo, y el compromiso de los sacerdotes y las comunidades de base en la resistencia abierta. Como provincial, Bergoglio mantuvo una actitud prudente que buscaba proteger a sus religiosos, al tiempo que brindaba apoyo material discreto a los opositores al régimen.

En 2012 la Conferencia Episcopal de Argentina, que él presidía entonces, presentó sus disculpas por su actitud dilatoria durante la dictadura. Su comportamiento personal no puede disociarse de la actitud de la Iglesia y de la sociedad argentina en su conjunto, que sufrieron la dictadura en lugar de levantarse contra ella. En cualquier caso, la acusación de complicidad con Videla que a veces se lanza parece excesiva, según se menciona en el ensayo Ha fallecido el papa Francisco: Historia de un pontífice revolucionario (1936-2025), de Jean-Benoît Poulle, publicado en la revista Grand Continent.

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Travesía del desierto

Después de su provincialato el padre Bergoglio fue nombrado profesor de Teología y rector de la Facultad de Filosofía de San Miguel en 1980, al tiempo que asumía el cargo de párroco en la misma ciudad. Se trata de una salida totalmente normal para una orden dedicada a la enseñanza y que no teme denunciar los problemas sociales en sus homilías.

Bergoglio decidió trasladarse a Alemania ese mismo año para realizar una tesis doctoral en Teología en la Universidad de Fráncfort sobre el teólogo y liturgista Romano Guardini (1885-1968), uno de los grandes inspiradores del Concilio Vaticano II y de Benedicto XVI. Durante su formación había aprendido alemán y algunos rudimentos de inglés y francés. Por razones que siguen siendo misteriosas, nunca completó ese trabajo, por lo que regresó a Argentina a finales de 1986.

En 1990 debió unirse a una pequeña parroquia de Córdoba, la segunda ciudad de Argentina en el centro-norte del país, para ejercer como confesor, pero tenía prohibido predicar. Su ministerio se desarrolló en la sombra. Convertido en arzobispo de Buenos Aires, siguió confesando regularmente a sus fieles en la catedral.

A principios de los noventa un encuentro con el prelado Antonio Quarracino (1923-1998), arzobispo de La Plata en 1985, dio un giro a su carrera.

Ferviente partidario de las orientaciones restauradoras de Juan Pablo II, convencido defensor del diálogo con el judaísmo y de la presencia mediática de la Iglesia, en 1992 Quarracino propuso a Roma que Bergoglio se convirtiera en uno de sus obispos auxiliares en Buenos Aires. Tras una entrevista con Juan Pablo II, el 20 de marzo de 1992 el padre Bergoglio fue nombrado obispo auxiliar y se tomó un permiso de la Compañía de Jesús.

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En junio de 1997 dio un nuevo paso decisivo al convertirse en coadjutor del cardenal Quarracino; es decir, obtuvo el derecho a su sucesión automática: al morir este último, menos de un año después (28 de febrero de 1998), fue por derecho el nuevo arzobispo de Buenos Aires, primado de Argentina.

Fue como arzobispo de la capital, puesto al que llegó a los 62 años, que Jorge Mario destacó y por primera vez tuvo la audacia de romper con lo establecido. Claramente, su estilo de gobierno diocesano anunció en muchos aspectos el que adoptaría como soberano Pontífice.

Se caracterizó en primer lugar por una gran austeridad de vida: se negó a alojarse en la lujosa residencia episcopal, para en cambio residir en un pequeño apartamento cerca de la catedral. Despreció el coche oficial con chofer y asumió él mismo la mayoría de las tareas de su secretaría. Se levantaba todos los días a las 4:30, pasaba la jornada trabajando y nunca se tomó un periodo de vacaciones para descansar, una costumbre que mantuvo en el Vaticano.

La cercanía con su clero fue otra de sus preocupaciones constantes: los 500 sacerdotes de su diócesis sabían que podía llamarlos directamente por teléfono, a través de una línea directa; mostró preocupación por los párrocos de los suburbios desfavorecidos, sacerdotes de las favelas que visitaba con frecuencia y a los que a veces hospedaba. Porque la atención a los pobres y marginados fue el otro gran eje de su cargo de pastor.

Elección sorpresa

En 2001 se negó a ser elegido presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Sin embargo, ese mismo año aceptó ser nombrado cardenal por Juan Pablo II, como primado de una de las comunidades católicas más importantes del mundo.

Su reputación de austeridad y humildad le abrió camino en las altas esferas del Vaticano: durante el cónclave de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, impresionó a sus colegas con una forma de radicalidad evangélica; además, fue identificado como un progresista moderado, mucho menos llamativo y, por tanto, menos divisivo.

En cualquier caso, es evidente que algo crucial ocurrió en el cónclave de 2005, lo que permite comprender en parte el de 2013, que efectivamente eligió al cardenal Bergoglio como Papa el 13 de marzo, tras la renuncia de Benedicto XVI. Durante las congregaciones generales preparatorias el discurso sobrio y sereno del cardenal Bergoglio sobre la necesidad de que la Iglesia salga de sí misma, de ir a sus márgenes, causó una fuerte impresión en sus pares y convenció a muchos indecisos.

Desde sus primeras palabras en el balcón de San Pedro, el Papa Francisco adoptó un modo de comunicación que contrastó con la solemnidad habitual de sus predecesores, saludando a la multitud con un cordial Buonasera: aparecía con una simple sotana blanca, sin ninguno de los ornamentos papales, y conservaba su cruz episcopal plateada en lugar de la dorada prevista para él.

Se presentó primero como “obispo de Roma” y no como jefe de la Iglesia universal, y pidió rezar por “Benedicto, nuestro obispo emérito”, antes de pedir a la multitud hacer lo mismo por él. Al llegar rompió con los honores monárquicos que correspondían al Sumo Pontífice: en lugar de residir en los apartamentos pontificios oficiales, en el primer piso del Palacio Apostólico, eligió vivir en la Casa Santa Marta.

Desde ahí, sin abandonar su impronta religiosa, el Papa comenzó a construir su condición de referente mundial más allá de las fronteras de la Iglesia católica, convirtiéndose en interlocutor de jefes de Estado, de dirigentes sociales, políticos y culturales.

En un mundo con liderazgos en crisis y enfrentando los desafíos que se presentaban, Francisco eligió el camino del diálogo y del encuentro con los diferentes, desde la realidad de los pobres y reclamando por sus derechos.