En estos últimos días aquí en Europa hay una alharaca provocada por Donald Trump y sus políticas de gobierno que han estrellado al ciudadano europeo con una realidad que estaba ahí orbitando a su alrededor: las amenazas sobre el destino de la Unión Europea (UE) van más allá de la sombra de Rusia y salen proyectadas desde el mismo despacho oval. El socio trasatlántico es incluso más intimidante que el dictador ruso.
La sacudida es dolorosa porque rompe todo lo que hasta ahora se había venido repitiendo desde la Guerra Fría y desde la caída del bloque soviético: el eje es Occidente y dentro de este, Estados Unidos juega el papel de garante de la seguridad de sus socios occidentales con los que comparte valores tales como la democracia, los derechos civiles y la libertad.
Ese eje está roto, y no lo ha roto Rusia, ni China, ni Irán, ni mucho menos Corea del Norte, ni está desmoronándose a consecuencia de un atentado terrorista perpetrado por los yihadistas o por Al Qaeda, enemigos acérrimos de las democracias occidentales. Es el presidente de Estados Unidos, junto con su oligarquía en el poder, el que está martillando a mazazos todo lo que estaba dado per se desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Ola ideológica
A Donald Trump no le gusta el orden establecido y cree que sacando a Estados Unidos de los organismos multilaterales y de los tratados internacionales, así como llenando a su país de una muralla de aranceles y, sobre todo, atacando a sus aliados tradicionales y desdeñando a sus vecinos comerciales logrará bajo ese neoproteccionismo unilateralista y tecnócrata hacer que la economía norteamericana recupere la hegemonía que ha perdido con la globalización.
Pero también ha ido transformándose la bandera ideológica y económica que por varias décadas se enarboló desde la Casa Blanca en la que se defendió a ultranza que la libertad económica traía consigo la libertad y la democracia. El desmoronamiento de la URSS y del bloque soviético comunista con su área de influencia en Europa del Este reivindicó el triunfo del capitalismo sobre el comunismo, lo que al mismo tiempo defendía la victoria de la libertad y de la democracia sobre las autocracias.
No han pasado siquiera cuatro décadas desde el final de la Guerra Fría y una nueva ola ideológica, política y tecnócrata ha puesto a los populismos autoritarios, con esquemas de economía de mercado, como un cáncer que avanza sobre las democracias occidentales. Y Estados Unidos, con Trump a la cabeza, no escapa del relato sino más bien juega peligrosamente con esta retórica.
Trump, que en campaña llegó a declarar que le gustaría ser dictador por un día, no lleva ni tres meses gobernando Estados Unidos y ya busca una fórmula para quedarse de forma consecutiva otros cuatro años en la Casa Blanca.
La mayoría de sus decisiones han sido ejecutadas por decreto sin tomar en cuenta al Congreso y solo considera, para determinadas decisiones, a los más allegados, mientras deja la administración pública y su destino en manos de un multimillonario como Elon Musk, con nula experiencia en la gestión de las cuentas públicas y sin visión sobre la relevancia de las ayudas sociales y los programas humanitarios.
El trumpismo es totalmente contrario a ese binomio de libertad económica y democracia que él sustituye por proteccionismo y populismo y menos libertades civiles, como se constata a través de la censura impuesta tras excluir a diversos medios de comunicación de sus ruedas de prensa; por las detenciones masivas de civiles con estatus de inmigrantes ilegales a los que entran a detener en escuelas, centros comerciales, medios de transporte, lugares de trabajo y hasta en sus domicilios; la expulsión del país de estudiantes y otros activistas que han participado en manifestaciones en apoyo a los palestinos; y, la persecución, de los partidarios del expresidente Joe Biden y la vicepresidenta Kamala Harris.
Ese miedo atenta contra la democracia. En el Índice de Democracia de 2024, publicado por el equipo de Economist Intelligence Unit, la puntuación de Estados Unidos se mantuvo sin cambio bajo la etiqueta de “democracia defectuosa”. Una categoría que se anticipa empeorará en 2025.
Avanzan las autocracias
Las autocracias parecen estar ganando fuerza. De acuerdo con Joan Hoe, director de dicho informe, hay una tendencia favorable a debilitar la fiabilidad en el sistema democrático.
“Nosotros analizamos los factores que han alimentado la insatisfacción popular con los sistemas políticos democráticos en las últimas dos décadas, lo que ha dado lugar al ascenso de insurgentes políticos como Donald Trump, Nigel Farage, Javier Milei y Marine Le Pen. Si los insurgentes llegan al poder y no logran mejorar la gobernanza y ofrecer mejoras tangibles a los ciudadanos, existe el riesgo de que crezca la desafección y la polarización política”, de acuerdo con Hoe.
Vértigo platicó con el escritor español Félix de Azúa, quien compartió su opinión respecto de si las autocracias terminarán derrotando a las democracias imperfectas e igual habló de si el nuevo orden mundial será el desplazamiento de Occidente hacia Asia que, con China al frente, podría ser un eje más desfavorable aún.
“Sin duda el futuro se desplaza hacia Asia. Que eso sea una condena, aún está por ver. No sabemos cómo será el mundo hipertécnico que se va afianzando. Desgraciadamente, no es mi problema, sino el de los más jóvenes. Ellos son quienes han de tomar conciencia y no sabemos si habrá una gran diferencia entre las democracias occidentales robotizadas y la dictadura China, que es una sociedad de robots”, subraya el destacado intelectual español.
—Durante la Guerra Fría persistía una lucha ideológica entre dos espacios económicos: el capitalismo versus el comunismo. En la actualidad vemos una pugna más de valores esenciales como la libertad y de modos políticos, como la democracia versus las autocracias. Nos gustaría saber su opinión al respecto.
—Es curioso que siempre sea necesario dividir a las poblaciones en grupos enfrentados. Debe de ser la antiquísima dependencia de los opuestos: no hay negro sin blanco, vida sin muerte, húmedo sin seco y así sucesivamente. Hace unos años eran capitalistas y comunistas y ahora son populistas y liberales, pero da lo mismo, lo importante es tener a alguien a quien odiar.
¿El fin de Occidente?
Del ascenso de la ultraderecha en Europa y las posturas de los jóvenes, el filósofo miembro de la Real Academia Española quita yerro al asunto de que las redes sociales contribuyan a que los jóvenes estén siendo influenciados por mentiras que blanquean a Franco, a Hitler o a Mussolini.
“No creo. Las mentiras de las redes sociales tienen tan poca fuerza como el sexo robótico. Duran unas semanas y se evaporan para dejar paso a nuevas majaderías”, afirma.
—¿Cómo ganarle a la desinformación de la que beben las generaciones Z y Alfa?
—No me parece que tenga remedio, a menos de que los padres se ocupen de sus hijos, cosa improbable. El problema no es la desinformación sino la destrucción de la enseñanza. Los jóvenes crecen sin pensamiento y sin armas para defenderse de las mentiras. Ese es el final de Occidente.
-—¿Percibe una desafección entre los más jóvenes hacia la democracia?
—La democracia que han conocido carece del menor atractivo porque está en manos de los más mediocres de la sociedad. Solo quien no tiene el menor talento para ganarse la vida se dedica a la política y es casi imposible no percatarse del tipo de gente que nos manda. Es imposible encontrar a alguien ejemplar.
Mientras Bruselas utiliza un lenguaje belicista para favorecer el rearme de Europa, ya sea como política disuasoria ante la amenaza de Putin, los debates en los medios de comunicación y en muchas tertulias hablan de rescatar el servicio militar obligatorio en casi todos los países de la UE, incluido a España; las encuestas a pie de calle preguntan a los más jóvenes si estarían dispuestos a ir a la guerra para defender a su país. La mayoría se niega.
Sobre esta última cuestión, el escritor nacido en Barcelona y que cuenta con una prolífica obra literaria, aclara que no es tan sencillo afirmar que haya una pérdida de patriotismo en las generaciones más jóvenes: “En este país hay muchos jóvenes que votan a los partidos ultranacionalistas catalanes y vascos, que son formaciones racistas y herederas de los terroristas de ETA. Pero a los jóvenes analfabetos les parece una forma de rebeldía. Una vez más, es la ignorancia la que manda”.
UE en la orfandad
-—La UE se construyó para ser un espacio de paz ¿La observa en riesgo existencial?
-—Puede parecerlo, pero confío en que no suceda. Es muy interesante la reacción de los burócratas de Bruselas ante las chulerías de Trump. Es posible que esto contribuya a la creación de una fuerza real en Europa.
—¿Cómo interpreta el papel de Trump dentro del contexto de los aliados trasatlánticos? ¿Terminará la UE en la orfandad, sola ante Putin?
—Me parece evidente que Trump es un fascista de los que hemos conocido mucho en Europa. Y como todos ellos carece de la menor idea de lo que está haciendo. Improvisa y se cree un genio, pero es sencillamente un gánster analfabeto y provinciano. Y eso lo hundirá.
A Félix de Azúa se le echa de menos con sus editoriales en el periódico El País, del que formó parte desde 1976 hasta enero del año pasado, tras renunciar en solidaridad al despido injustificado de las columnas del filósofo y escritor Fernando Savater, tras presiones en la línea editorial desde el Palacio de la Moncloa.
Precisamente Vértigo los entrevistó a ambos en un artículo publicado en febrero del año pasado titulado Intelectuales advierten sobre la bolivarización de España (edición 1195). Y, un año después, volvemos a preguntarle a De Azúa su visión sobre la situación política en el país ibérico.
“En España tenemos ahora a un aspirante a tirano, el nefasto Pedro Sánchez, que tiene mucho en común con Trump. Pero en lugar de estar atado a las bestias disfrazadas de bisonte, se ha unido a los separatistas catalanes y vascos y a los restos del comunismo que aún colean. Vive gracias a un océano de corrupción”.