A pesar de las protestas, Japón continúa con su controvertido plan de verter al mar más de un millón de toneladas de agua contaminada de la planta nuclear de Fukushima que quedó destruida por un tsunami en 2011.
El país afirma que el líquido, que se prevé se vierta durante este verano, tendrá un nivel de radiactividad por debajo del límite fijado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y, por lo tanto, no supondría un peligro para las personas ni para el entorno. No obstante, el plan es enérgicamente rechazado por algunos de sus habitantes, la industria pesquera, así como China y Corea del Sur.
El 7 de julio el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) –encargado de la vigilancia nuclear– anunció que el plan del país nipón es seguro y que no hay mejor opción para lidiar con la enorme acumulación de aguas residuales recolectadas después del desastre nuclear de Fukushima.
El proyecto consiste en liberar gradualmente el agua contaminada por tritio a lo largo de las próximas tres décadas, aunque algunos expertos afirman que podría llevar más tiempo, dada la cantidad que se sigue produciendo.
El tritio es un isótopo de hidrógeno que produce bajos niveles de radiación. Puede reaccionar con el oxígeno para formar un óxido líquido, que es agua radiactiva. Se usa en la generación de energía para armas de destrucción masiva, como bombas nucleares. También se emplea para fabricar baterías atómicas que producen energía eléctrica.
Desde 2013 Japón ya había estudiado el tema de la manipulación del agua contaminada. Entre algunas propuestas de solución se analizó mezclarla con cemento y colocar esa mezcla bajo tierra, hermetizándola con hormigón; una segunda opción fue separar el hidrógeno mediante la electrólisis, entre otras. Finalmente, el gobierno japonés optó por verter el agua al mar.
¿Qué pasó en Fukushima?
Tras un terremoto de magnitud 9.1 en la costa este de la isla principal de Japón, ocurrido el 11 de marzo de 2011, dos olas de tsunami se abalanzaron sobre la central nuclear. Como consecuencia de ello tres de sus reactores se fundieron; los operadores comenzaron a bombear agua de mar para enfriar el combustible derretido. Más de doce años después, el proceso de refrigeración en curso produce más de 130 toneladas de agua contaminada al día.
De acuerdo con autoridades japonesas, desde el accidente se han recogido, tratado y almacenado más de 1.3 millones de toneladas de aguas residuales nucleares en un parque de tanques de la central. Recientemente se dio a conocer que el espacio de almacenamiento está a punto de agotarse, por lo que no queda más remedio que empezar a verter las aguas residuales al Pacífico.
Algunos vecinos de Japón califican esta decisión como “unilateral y peligrosa”. El canciller chino, Wang Wenbin, sugirió beber el agua radiactiva de la central nuclear de Fukushima a cualquiera que confíe en que sea apta para su consumo.
“Si hay algunas personas que creen que el agua contaminada radiactivamente de Fukushima es potable y que se puede nadar en ella, entonces recomendamos a la parte japonesa que empiece a utilizar esta agua, que se la dé a beber a estas personas o que naden en ella, pero que no la viertan en el océano, causando preocupación a la comunidad internacional”, declaró.
Wang Wenbin también opinó que Japón no puede utilizar la decisión de la OIEA como “luz verde” para la descarga del océano. “Debo señalar una vez más que va en contra de la ciencia común poner el agua contaminada con energía nuclear de la planta nuclear japonesa y el agua liberada de las plantas de energía nuclear que funcionan normalmente en la misma categoría”, advirtió.
En este sentido, añadió que estos dos tipos de agua son intrínsecamente diferentes ya que provienen de diferentes fuentes, contienen diferentes radionucleidos y requieren diferentes niveles en términos de los métodos de tratamiento.
Debido a la situación muchos habitantes de Corea del Sur comenzaron a comprar sal marina por miedo a la contaminación cuando comience la descarga.
Ecosistemas en peligro
Sindicatos pesqueros japoneses han expresado su oposición al plan anunciado por el gobierno y denunciaron que ello va a perjudicar los esfuerzos realizados en estos años para reparar la reputación de ciertos productos locales que fueron prohibidos por varios países luego de la catástrofe de 2011.
Henry Puna, director del Foro de las Islas del Pacífico, organización que representa a 18 naciones insulares (algunas ya traumatizadas por décadas de pruebas nucleares en la región), calificó el plan como una caja de Pandora.
“El camino a seguir debería incluir consultas internacionales amplias, en particular con los Estados afectados, y no solo a través de la plataforma del OIEA, sino también a través de otras plataformas pertinentes que tienen el mandato sobre la protección del medio marino y oceánico, como la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de 1982, el Convenio de Londres y el Protocolo sobre la prevención de la contaminación marina por vertimiento de desechos y otras materias”, puntualizó.
“Nuestro pueblo no gana nada con el plan de Japón, pero tiene mucho que arriesgar para las generaciones venideras”, señaló Puna.
Para Dmitri Lisitsin, director de la ONG Ecoguardia de Sajalín (Rusia), el agua contaminada podría llegar al Pacífico Norte.
“Fukushima está situada en la costa pacífica de la isla de Honshu. Cuando la contaminación radiactiva llegue al Pacífico será transportada rápidamente y de forma unidireccional hacia el noreste por la corriente de Kuroshio, que luego pasa a la corriente del Pacífico Norte. Así que toda la contaminación llega directamente al Pacífico Norte”, indicó.
Detalló que las especies de peces que crecen en el Pacífico Norte y que llegan hasta nuestro plato “ya están exponiéndose a algo de contaminación de Fukushima y recibirán aún más tras el desecho. Se trata principalmente del salmón”, agregó el ecologista.
Por su lado, la Asociación Nacional de Laboratorios Marinos de Estados Unidos (una organización con más de 100 laboratorios en ese país o sus territorios) hizo pública en diciembre pasado una declaración en la que se opone al plan de vertido de aguas residuales, debido a “la falta de datos científicos adecuados y precisos que respalden la afirmación de seguridad de Japón”. Los vertidos, según la declaración, pueden amenazar la “mayor masa de agua continua del planeta, que contiene la mayor biomasa de organismos, incluido 70% de la pesca mundial”.