BAJO EL ACECHO DE LA ULTRADERECHA FRANCIA ABRE NUEVOS ESCENARIOS

Una nación profundamente dividida

Claudia Luna Palencia
Internacional
BAJO EL ACECHO DE LA ULTRADERECHA FRANCIA ABRE NUEVOS ESCENARIOS

El que sigue la consigue. La ultraderechista Marine Le Pen no disimula estos días su cara de satisfacción porque su partido, Agrupación Nacional, acaricia con las manos el olimpo del poder. El centro está difuminado en la política francesa con un presidente, Emmanuel Macron, en picada absoluta.

El macronismo está muerto siete años después de llegar al Elíseo con un proyecto de centro ilusionante que ha terminado fagocitado por su propio mentor. En un editorial, el New York Times señala que “el centro ha colapsado ante los ojos de Macron” y anticipa que el país se perfila hacia la ingobernabilidad.

Actualmente Francia está profundamente dividida y con una sociedad cada vez más confrontada económica, social, ideológica y políticamente. Si Macron no logra el apoyo de los partidos de izquierdas, comunistas y ecologistas, el futuro de Francia quedará en las manos de la ultraderecha.

Cohabitación

El primer escenario político al que Macron podría enfrentarse a raíz de la segunda vuelta electoral de las elecciones legislativas del domingo 7 de julio es cogobernar con un primer ministro distinto al de su partido y abrir así un llamado gobierno de cohabitación. Esto es, Macron como presidente pendiendo de un hilo, con un primer ministro ya sea de ultraderecha o de ultraizquierda y una Asamblea Nacional muy fragmentada en la que su partido sería tercera o cuarta fuerza.

Recordemos que Francia es una república constitucional semipresidencialista y el Poder Ejecutivo se comparte entre el presidente y el primer ministro. Si Macron no logra mediante un pacto con el nuevo Legislativo sostenerse en el gobierno perderá a su primer ministro y muy seguramente terminará acorralado en una moción de censura y serán convocadas elecciones generales. Todo hace prever que Macron perderá a su joven primer ministro, Gabriel Attal.

Los resultados de las elecciones legislativas del domingo 30 de junio ya evidenciaron per se la división rupturista en la sociedad francesa; lo escoradas que están las posiciones entre una generación de mayores que votó por el Nuevo Frente Popular que se presenta como una coalición antifascista, y los millennials que sufragaron por Le Pen y su extrema derecha de Agrupación Nacional. La muchachada veinteañera de la Generación Z también está muy radicalizada. Muchos son seguidores de la ultraizquierdista La Francia Insumisa, de Jean-Luc Mélenchon, miembro del Nuevo Frente Popular y quien ha declarado reiteradamente que él quiere ser el nuevo primer ministro de Francia.

Y aunque son polos encontrados, la historia siempre demuestra que tan malo es un gobierno de ultraderecha como otro de ultraizquierda, porque ambos siempre recorren el mismo lindero: más poder, más control y menos libertades.

El electorado galo vive una pulverización enfermiza, fruto de la polarización interna auspiciada por una serie de temas ríspidos que han degradado la convivencia y rebajado la calidad de vida de las personas que viven en Francia.

Para Le Pen y su Agrupación Nacional la culpa la tienen las políticas migratorias laxas que han supuesto un coladero de gente inmigrante que solo ha traído a Francia inseguridad, crimen y miseria. Francia es para los franceses, defiende el presidente de Agrupación Nacional, Jordan Bardella, un millennial de 29 años con una buena capacidad de oratoria.

En la primera vuelta de las elecciones legislativas Agrupación Nacional salió victoriosa con 34% de los votos; en segundo lugar, el Nuevo Frente Popular con 28.1%; y en tercera posición Ensemble, del presidente Macron, con 20.3 por ciento.

Lo que está en juego es crucial: desde la gobernabilidad de Francia; la parálisis en la Asamblea Nacional de los presupuestos y de las propuestas de Macron (serán renovados 577 miembros de la Asamblea Nacional); la posibilidad de convocar a elecciones generales anticipadas; y hasta el incendio social en las calles.

Freno

La parte más progresista en Francia se une para frenar en seco el ascenso de la ultraderecha que persigue al país desde octubre de 1972, cuando Jean-Marie Le Pen, padre de Marine, fundó el Frente Nacional para la Unidad Francesa.

En la segunda vuelta electoral del domingo 7 de julio prevalece un sentimiento de frenar a como dé lugar a Le Pen y a sus corifeos, impedir que Bardella se convierta en primer ministro y, por supuesto, evitar que allane el camino para unas elecciones generales en las que Le Pen termine siendo la nueva inquilina del Elíseo.

La llave para impedirlo está en las manos del Nuevo Frente Popular, una maxialianza que recupera el nombre ya utilizado en Francia entre 1936 y 1938, cuando se luchaba también contra la extensión del fascismo. Un ciclo político que pasó a dominar a buena parte de Europa y que levantó gobiernos como el nazismo en Alemania, el fascismo de Benito Mussolini en Italia o el franquismo en España.

Solo este Nuevo Frente Popular puede encarar a la ultraderecha francesa tan cuidada por Le Pen porque ella personalmente se ha encargado de matizar y esgrimir que son “una derecha moderada”.

El mismo caso que Giorgia Meloni, en Italia. La primera ministra que pertenece a Hermanos de Italia y que repite a diestra y siniestra que “en Italia no hay sitio para racistas y antisemitas”. Le Pen y Meloni representan la imagen autóctona local en la que muchos se ven (o quisieran) verse reflejados: rubias, blancas, de buen ver y con ojos de color.

¿Quién puede frenar las aspiraciones de los lepenistas? Sin duda, el Nuevo Frente Popular, conformado por partidos de izquierda (de todos los espectros), comenzando por la ultraizquierda de La Francia Insumisa; el Partido Socialista, de tintes socialdemócratas; el Partido Comunista Francés; y los verdes del partido Los Ecologistas.

No es la primera vez que llevan a cabo un pacto de conveniencia: lo hicieron en 2022 cuando Macron volvió a presentarse por otro quinquenio y este pacto consiguió 131 diputados que, en parte, fueron responsables de impedir la mayoría absoluta que Macron consiguió durante su primera victoria electoral en 2017, cuando derrotó a Francois Hollande.

¿Mélenchon será primer ministro?

La otra polarización se vive ardientemente en las calles francesas. En París las marchas antifascistas movilizadas por Jean-Luc Mélenchon son cada día más voluminosas. “Son ellos o nosotros”, advierte el veterano político, quien cumplirá 73 años.

Sin embargo, los otros partidos izquierdistas, comunistas y ecologistas con los que se ha aliado en el Frente Nacional no lo quieren de primer ministro. Una situación que hará difícil una negociación para el nuevo gobierno.

Los caminos, entre uno y otro lado, son malos para Macron: si es la ultraderecha de Le Pen la que obtiene un relevante porcentaje de legisladores en la Asamblea Nacional, el presidente tendrá que aceptar al ultraderechista Jordan Bardella como primer ministro. No solo será todavía más joven que Attal, sino que incluso le impondrá al Elíseo su agenda antimigratoria.

Ya Agrupación Nacional ha venido anunciando que limitará el acceso a los puestos clave en varias áreas del gobierno y dentro del sector público solo para franceses nacidos en Francia.

Y si es el ultraizquierdista Mélenchon el que resulta ser nuevo primer ministro también es malo para Macron: entre las propuestas de la izquierda radical están una reforma del sistema electoral para una mayor proporcionalidad, la subida del salario mínimo, un nuevo impuesto a las grandes fortunas, la gratuidad de materiales y comidas escolares, así como la jubilación a los 60 años.

Además, en política internacional piden el reconocimiento del Estado de Palestina; un embargo de armas a Israel; y respecto de la guerra de Ucrania la Francia Insumisa apuesta por seguir enviando ayuda militar, pero sin que Francia intervenga de manera directa en el conflicto. Sus ideas son igualmente nacionalistas y euroescépticas.

El analista Marc Bassets escribió en El País que Francia, cuna de una idea de la Europa de los derechos humanos y la Ilustración, tiene que decidir si coloca a la extrema derecha euroescéptica y nacionalista en el poder o si enfrenta su ascenso imparable con una coalición heterogénea que abarque desde la izquierda radical a la derecha moderada. Una coalición Frankenstein.

Desde luego, para Macron y para sus políticas de centro el costo será enorme. Ahora mismo el balón del poder lo disputan la ultraderecha lepenista y la ultraizquierda de Mélenchon.

Y no es, desde luego, ninguna buena noticia para el futuro inmediato de Francia.