LA ORFANDAD DE ALEMANIA ANTE LA MARCHA DE MERKEL

La élite política solía llamarla “la muchacha de Kohl” y algunos más en tono despectivo “la chica del Este”.

Claudia Luna Palencia
Internacional
G7-IMAGENES CONTRASTANTES
Jesco Denzel/AP

El 26 de septiembre Alemania encarará una cita vital con las urnas para redefinir el camino de la nación germana rumbo a 2030 luego de un “reinado” de 16 años con Angela Merkel al frente de la cancillería: sin duda una de las figuras políticas más respetadas en el ámbito internacional, primordialmente en la Unión Europea (UE).

Querida y admirada por muchos y cuestionada también por detractores de la oposición, su legado empieza a documentarse para la historia: ella impuso su propia personalidad analítica y austera. Con su ausencia, el futuro está lleno de interrogantes. Al interior de su país los grupos fascistas quieren posicionarse rápidamente y en el club europeo temen que el entendimiento entre los 27 países miembros sea todavía más pedregoso.

Cuando nació Merkel, en Hamburgo (17 de julio de 1954), la selección de la República Federal de Alemania acababa de ganar el Mundial de Futbol de Suiza al vencer a los húngaros; fue un año especial que terminaría marcando el derrotero de varias naciones como China con la autoproclamación de Mao Zedong, al tiempo que Vietnam lograba el reconocimiento de su independencia por parte de Francia.

Angela Dorotea Kasner, mejor conocida por todos como Angela Merkel (tomó el apellido de su primer marido, el físico Ulrich Merkel, de quien se divorció) nació en la parte libre de Alemania pero por azares de la vida desde muy niña terminó desplazada hacia la parte de la Alemania comunista. Allí, en la República Democrática Alemana, su padre ejerció como pastor en la iglesia de Quitzow.

De religión luterana, habla el ruso, se graduó en la Universidad de Leipzig en Física y tiene un doctorado en Química; ella misma cuenta repetidamente que el día que cayó el Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, estaba en un sauna con una amiga. Tenía tan solo 35 años.

Ese hecho la marcaría para siempre y fue uno de los motivos para que decidiera entrar en política: en 1990 se unió al nuevo partido Despertar Democrático, que luego formaría parte de la Unión Demócrata Cristiana de Alemania (CDU).

Prácticamente ha hecho actividad y ha estado involucrada con distintas tareas desde el proceso mismo que llevó a la unificación de las dos Alemanias: la occidental o República Federal de Alemania y la oriental o República Democrática Alemana.

En 1991, con el primer gobierno de la Alemania unificada, el entonces canciller Helmut Kohl nombró a Merkel al frente del Ministerio de la Mujer y la Familia; a él se le atribuye el papel de ser el descubridor del talento mesurado, recto y conciliador de la joven de Hamburgo. La élite política solía llamarla “la muchacha de Kohl” y algunos más en tono despectivo “la chica del Este”.

Su ascenso se consolidó en la medida en que se ganó la confianza de los miembros de la CDU, partido que desde 2000 pasó a dirigir siendo la primera mujer y además no católica en encabezarlo, hasta que renunció a dicho cargo en 2018.

Las elecciones regionales fueron un batacazo que ella interpretó como el signo de los tiempos para retirarse, sin buscar más otro periodo de permanencia en el poder que ejerce como canciller desde 2005.

Legado y cuestionamientos

No han sido 16 años fáciles para la economía germana, considerada la cuarta economía más relevante del mundo y la primera de la UE.

El desempeño errático ha estado marcado por los shocks externos: primero los efectos colaterales derivados de la crisis subprime desatada en Estados Unidos desde 2008, que sumieron a los países más desarrollados en una larga crisis de más de una década, marcada sobre todo por crecimientos marginales.

Después el golpe en seco de la pandemia de SARS-CoV-2 cuya emergencia sanitaria deja consecuencias en casi todos los sectores productivos, provocando en 2020 una debacle económica mundial sin parangón.

La era Merkel no logró escapar de ninguna de las dos crisis y los efectos fueron inmediatos en el PIB germano: en 2009 la economía cayó 5.4% y en 2020 se hundió 5 por ciento.

De acuerdo con datos estadísticos proporcionados por el Banco Mundial solo los dos primeros años de su gobierno el PIB se favoreció del contexto con un crecimiento de 3.9% en 2006 y 3.1% en 2007; lo mismo aconteció en 2010, con un PIB de 4.3% y en 2011 de 5.8 por ciento.

El resto de los años la canciller gobernó bajo el signo de la austeridad y la prudencia, elaboró planes para reducir la deuda, buscó el equilibrio entre el presupuesto y los programas sociales. Aunque las críticas contra su política económica se enfocan aún hacia una brecha salarial y de oportunidades dispares.

Luego de la unificación alemana, en la actualidad persisten desigualdades regionales sociales y salariales: los sueldos y los salarios son 14% más bajos en la parte antigua de la Alemania comunista.

Además, la oposición señala a Merkel y a su moderación de construir un programa de empleo juvenil con base en los minijobs por 450 euros, que sostienen en la precariedad al ala más joven que no logra acceder a una universidad.

Estímulos y baja inversión

En 2008 y 2009 la canciller presentó un programa amplio de estímulos y de estabilización con base en reducción de impuestos, pero hubo consecuencias en el déficit público incluyendo el federal, el estatal y el municipal, que aumentó en su conjunto hasta 4.1% en 2010.

Al año siguiente el gobierno gastó menos y se elevaron algunos impuestos para reducir el déficit y llevarlo hasta 0.8% en 2011; y en 2017 Alemania logró un superávit fiscal de 0.7 por ciento.

En 2009 una enmienda constitucional puso límites a los déficits estructurales del gobierno federal, que en ningún caso pueden superar 0.35% del PIB por año.

Durante los últimos tiempos Alemania sufre bajos niveles de inversión: en el presupuesto de 2016 a 2018 se aprobó invertir 15 billones de euros para la creación de infraestructura.

Luego están los daños por la pandemia. De acuerdo con un reporte elaborado por Santander Trade Market el sector manufacturero resintió una reducción de su actividad “debido a una demanda limitada” tanto de los mercados internos como externos.

“Se prevé que la recuperación en el consumo privado y las exportaciones impulsarán el crecimiento en 2021 y 2022, con 4.2 y 3.1%, respectivamente; aunque todo dependerá de la evolución de la situación del Covid-19”, señala el informe.

El panorama sigue sin estabilizarse totalmente: la relación de la deuda respecto del PIB aumentó en 2020 hasta 73.3%, en buena medida por las medidas urgentes para contrarrestar y paliar los primeros efectos de la pandemia en los sectores productivos y sociales.

De hecho, el año pasado Alemania se resistió a cerrar la economía para tratar de contener la expansión del coronavirus, hasta que la explosión de casos motivó que Merkel junto con los representantes de los lands tomaran medidas para enviar a los trabajadores a sus casas.

Si bien el PIB per cápita es de 56 mil 52 dólares, el Banco Mundial y la ONU en 2019 señalaban que 17.4% de su población estaba en riesgo de pobreza o de exclusión; una estimación en aumento con la pandemia.

Relevo político

Las posibilidades de que continúe en el poder la CDU en la era posMerkel son limitadas. El propio partido conservador lleva varios meses sumido en la orfandad dándole vueltas a si debería hacer un punto y aparte en la doctrina Merkel y virar más hacia la derecha o bien continuar con su herencia, más centrista.

Armin Laschet, nuevo presidente de la CDU, aboga por continuar amparado bajo el legado de la todavía canciller, quien resultó reelecta para un cuarto mandato en 2017.

Analistas de Santander Trade Market explican que en el contexto político actual la gran coalición que lidera Merkel y conforman la Unión Demócrata Cristiana (UDC), la Unión Social Cristiana de Bavaria (USC) y los Socialdemócratas (SPD) ha gobernado desde las últimas elecciones en 2017.

“Durante 2020 la escena política estuvo dominada por la lucha contra la pandemia y el actual gobierno ganó mayor apoyo en el Parlamento, especialmente de los conservadores; se espera que la coalición de Merkel dure hasta la próxima elección general de este septiembre. Por lo pronto, la coalición pactó una reforma electoral que busca reducir el número de legisladores en el Bundestag, recortando el número de distritos electorales de 299 a 280 para la elección de 2025”, explican las fuentes consultadas.

¿Cuál es el actual escenario de campañas en Alemania? Complicado para los planes de Merkel, quien espera irse pero dejando por lo menos a la CDU gobernando. Lo peor que podría pasarle a la política germana es dejar a su partido en la debacle y metiendo en el poder a las fuerzas de izquierda o en el peor de los casos dándole más posiciones a la extrema derecha. Sería un voto que empañaría su larga gestión.

Para la analista Ana Carbajosa el candidato Laschet de la CDU va cayendo en picada en las encuestas, lo que ha hecho que Merkel tenga que salir al rescate participando en las campañas.

“Las próximas elecciones son decisivas para Alemania, pero también para Europa. En los últimos tres lustros nada se ha movido sin el visto bueno de Berlín. La salida de Merkel dejará un vacío, pero Alemania sigue siendo la gran economía de la zona euro”, en opinión de la autora del libro Angela Merkel, crónica de una era.

¿Cómo están los demás candidatos? A finales de agosto aconteció el primer debate televisado y las encuestas concedieron la victoria a Olaf Scholz, quien ocupa la cartera de Finanzas y miembro del Partido Socialdemócrata (SPD).

No va mal tampoco la candidata Annalena Baerbock por los Verdes, mientras que Laschet languidece.

Scholz se posiciona precisamente con las ideas de Merkel para dar tranquilidad acerca de un previsible continuismo. Los sondeos más recientes lo ubican a tres puntos de ventaja de Laschet para conquistar el voto en las urnas. De ser así, sería la primera vez en 15 años que el SPD resultaría vencedor.

Otro candidato es Christian Lindner, del centroderecha Partido Democrático Libre, que juega a ser un fiel de la balanza al momento de formar gobierno.

Todavía quedan dos debates más antes de la votación del próximo día 26. Hay quienes desde el Bundestag dan por hecho que a la CDU le terminará pasando factura la política migratoria de puertas abiertas que instrumentó Merkel cuando la crisis del éxodo sirio en 2011 y que cuatro años después recibió a un millón de refugiados en territorio germano.

Hasta los británicos rechazaron la intención de Berlín de imponer una política de reparto de cupos entre los entonces 28 miembros de la UE. Para muchos ese fue el detonante del referendo del Brexit: divorciarse de las constantes imposiciones de Merkel a los miembros del club europeo.

Ella quiso mostrarse humana pero los grupos de ultraderecha, como Alternativa para Alemania (AFD), lo rentabilizan a favor para rescatar un discurso de odio, de xenofobia y de rechazo.

El mayor temor de Merkel es que la AFD, con su candidato Trino Chrupalia, logren un mayor posicionamiento en el Bundestag; de hecho, en las pasadas generales de 2017 en las que Merkel salió reelecta por cuarta ocasión la AFD logró 92 diputados para convertirse en la tercera fuerza del Congreso.

Merkel siempre ha estado consciente de que unificar a Alemania —en todos los aspectos— significa también apagar definitivamente el humo de la extrema derecha, tan rancio que huele a nazismo.

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Merkel y sus despedidas

Angela Merkel ha sabido construir su propia imagen y dejar su herencia. Comparada al principio con la primera ministra británica, Margaret Thatcher, a quien se apodaba “la dama de hierro”, la canciller germana se ha labrado una personalidad política mesurada, conciliadora pero al mismo tiempo impositiva.

Con la Unión Europea (UE), el eje Berlín y París ha sido siempre crucial para marcar la agenda de Bruselas; en la larga crisis de 2008, con Grecia sobre todo al borde de la bancarrota, fue Merkel quien propuso un rescate a cambio de una serie de reajustes severos en la economía helena.

En su particular visión de la austeridad Merkel lo es también en su vida matrimonial y personal: su historia salpicó prácticamente todo su ejercicio de gobierno en 16 años.

También trascendió fronteras trasladándola hacia muchas de las decisiones económicas y financieras de la UE.

Un éxito de Merkel es dejar al frente de la Comisión Europea, como su presidenta, a Ursula von der Leyen, quien fungió como ministra de Defensa (2013 a 2019) de su gobierno y es integrante de la CDU.

No son pocas las preocupaciones con las que se marcha Merkel. Una muy sensible: la relación de Alemania con la Rusia de Vladimir Putin, con el gasoducto Nord Stream 2 que se vertebra por el mar desde Viborg, Rusia, hasta Greifswald, Alemania, en el centro de la polémica.

El presidente de EU, Joe Biden, amagó hace un par de meses con sancionar a Alemania por continuar con el gasoducto de la discordia, que hace a un lado a Ucrania y que a su juicio solo traerá mayor dependencia de Europa hacia las políticas del Kremlin.

Merkel viajó a Washington el 16 de julio para reunirse con Biden. El tema en la mesa fue precisamente el gasoducto: al menos la canciller logró que su homólogo estadunidense exima de sanciones a la empresa constructora del gasoducto, que Donald Trump en su momento castigó.

Casi un mes después la canciller viajó a Moscú, donde la esperaba Putin con un tradicional ramo de flores para darle la bienvenida. Un viaje de despedida: Merkel y Putin se encontraron varias veces en los últimos tres quinquenios y son viejos conocidos aunque los separan la anexión de Crimea, los conflictos bélicos con Ucrania y el tema de los derechos humanos. Putin se queda sin su mejor mediadora ante las feroces amenazas de más sanciones de varios países de la UE.

Dentro de todos los cientos de viajes y reuniones que protagonizó la canciller dos se recuerdan especialmente: el primero sucedió en el marco del G-20 en Cannes, Francia, en noviembre de 2011: ella terminó llorando en medio de un encuentro con los presidentes de Francia, Nicolás Sarkozy, y Barack Obama, de EU, dado que proponían que los Derechos Especiales de Giro (DEG) se utilizaran para detener la sangría de Italia y de Grecia y así evitar la ruptura del euro.

Merkel no se esperaba lo que la prensa calificó de “encerrona”, porque su plan de rescate era distinto. La imagen del presidente Obama abrazándola para consolarla queda para la posteridad.

La otra la protagonizó ella misma, en primera plana, en la cumbre del G-7 en Charlevoix, Canadá, en 2018: mientras el entonces presidente Trump permanece sentado con los brazos cruzados, Merkel está de frente con los brazos encima de la mesa acompañada de otros líderes mundiales en una especie de lenguaje corporal como llamando a cuentas a un mal encarado Trump.