Por: Enrique León
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A toda máquina... una gran mayoría de mexicanos, e inclusive latinoamericanos, conoce el origen de la frase que da título a esta nota: la cinta en la que aparecen Pedro Chávez (Infante) y Luis Macías (Aguilar) contoneándose en sus motocicletas —fijas, por cierto, en el set, con una pantalla detrás, donde se proyecta “el camino”—, mientras cantan la pieza que compuso el cubano Antonio Matas en 1947, Parece que va a llover.
Es la película A toda máquina, dirigida por Ismael Rodríguez en 1951, en la que (al igual que en su secuela, Qué te ha dado esa mujer, de 1952) la motocicleta no aparece como mero accesorio sino como parte fundamental de la trama, ya que es el instrumento de trabajo de los protagonistas: son policías de tránsito motorizados.
En este filme no son rebeldes sin causa, jóvenes violentos, ni mucho menos delincuentes los que conducen las motocicletas, como sucede en otras películas donde se utiliza este vehículo de dos ruedas.
Inclusive, los protagonistas no solo son agentes del orden: son además conductores hábiles que incursionan en el equipo de acrobacia de aquel cuerpo de policía, lo que en nada refleja lo que algunas personas opinan sobre los caballos de acero; que son casi un boleto para la tragedia.
Otros ejemplos del uso de la motocicleta por parte de fuerzas del orden en el cine son Mad Max (1979, y sus secuelas de 1981 y 1985), Capitán América (1990) y The first Avenger (2011).
Rebeldes
Pero el imaginario popular centra su atención en personajes como el de Johnny Strabler, que protagoniza Marlon Brando en The wild one (El salvaje, 1953), donde comanda una “banda” de motociclistas disconformes con la sociedad que vandaliza a un poblado estadunidense, provocando un sentimiento de rechazo por los conductores de este tipo de vehículos y que se satanice, de esta forma, al mismo transporte de dos ruedas.
Y es que ese filme solo sería el primero de varios que condicionaron a los espectadores para fundamentar su rechazo social hacia los motociclistas y sus vehículos, ya que películas como Easy Rider (1969), The wild angels, (1966), Streets of fire, (1984), y Black rain (1989), por mencionar algunas, han seguido la línea de contar historias que contribuyen a la mala fama que persiste sobre los conductores de motocicletas.
Si bien no podemos negar que casos aislados en la vida real son similares a los presentados en esas películas, tampoco puede afirmarse que la mayoría de los motociclistas tenga siquiera un ápice de la personalidad de alguno de los personajes vándalos que protagonizan esos filmes.
Los cineastas mexicanos también se colgaron del éxito de este tipo de películas para promover, aún sin ser su intención, una “culturización” de rechazo hacia las motocicletas. Ejemplo de ello son Jóvenes y rebeldes (1961) y La edad de la violencia (1964), filmes que exponen a muchachos violentos y vándalos a bordo de motocicletas.
Inclusive, el crítico de cine Jorge Ayala Blanco ubica a este tipo de películas como parte de un sistema de “control de masas”, al exponer una juventud descarriada y, por ende, “alertar” a los padres a contener a sus hijos.
Otra mirada
Sin embargo, no todo el cine tiene esta concepción equivocada de la motocicleta; y ejemplo de ello son películas como Roman holiday (1953), Harold and Maude (1971), Mask (1985) y Diarios de motocicleta (Motorcycle diaries, 2004), donde las motos representan libertad y amor a la vida, mientras que sus protagonistas son joviales (sea cual sea su edad), productivos, que contagian su alegría al entorno.
Otro ejemplo que llega a la memoria para ilustrar la bonhomía de la motocicleta es el del despistado enamorado de Amélie (en Le fabuleux destin d’Amélie Poulain, 2001), quien recorre París a bordo de su bicimoto para perseguir “al fantasma de las fotos”.
Sea cual fuere el resultado de la concepción que el espectador se forja después de ver una de las anteriores películas, o la intencionalidad de sus productores o directores, es innegable que la motocicleta no es solo parte de la utilería de muchos filmes: es la protagonista.