El campo, improductivo y generador de pobreza
Minifundios, carencia de infraestructura, tecnificación insuficiente, escasez de agua y falta de créditos, son males que arrastra la agricultura nacional.
La producción agrícola en el país, sobre todo en alimentos básicos para la alimentación de los mexicanos como son maíz, frijol y arroz es insuficiente y registra un déficit que no ha podido ser revertido, lo que propicia la compra en el exterior de miles de toneladas de esos productos y el consiguiente gasto de casi diez mil millones de dólares al año, en promedio, cifra que representa casi una cuarta parte de los ingresos de México por la venta de petróleo en 2012.
La dependencia creciente de insumos básicos para la alimentación humana tiene un alto costo, no sólo porque afecta las finanzas del país por la gran cantidad de recursos económicos que se destinan para su importación, sino porque además la improductividad del campo mexicano ha empobrecido aún más a millones de campesinos, mientras que para los productores es una opción cada vez menos rentable.
Esta crisis productiva se refleja en la dramática caída del sector agroalimentario en las últimas décadas: de representar 16.5% del Producto Interno Bruto (PIB), en la actualidad es de apenas 3.7%, en contraste con Argentina, que alcanza 9.1%; Perú, con 7.8%; Colombia, 6.8%; y Brasil, con 5.5 por ciento.
Ello demuestra el fuerte deterioro en un sector estratégico fundamental para garantizar una soberanía alimentaria que, en el caso de nuestro país, está lejos de alcanzarse en el corto plazo.
Autoridades y expertos coinciden en el diagnóstico: improductividad, minifundios, infraestructura y tecnificación agrícola insuficiente, escasez de agua y falta de créditos, son males que arrastra la agricultura nacional como un pesado yunque que impide al país alcanzar la autosuficiencia alimentaria, clave en un mundo de fronteras abiertas y donde la producción de alimentos a nivel internacional está sometida a la especulación de precios y a las prolongadas sequías o inundaciones que azotan al planeta.
Rezago
La falta de crecimiento de la agricultura es reflejo de lo que ha ocurrido en los últimos tiempos en la economía mexicana: raquíticos crecimientos, en promedio de 1.4% del PIB, insuficientes para atender la demanda del mercado interno, reconoce el titular de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa), Enrique Martínez y Martínez.
El secretario expone, además, que México importa 42% de los alimentos que consumimos.
A la falta de productividad tienen que añadirse otras complicaciones, como los problemas que causa el agua: mientras en el sur y sudeste del territorio nacional son frecuentes las inundaciones, en el norte las sequías son prolongadas.
Asimismo, de los 30.2 millones de hectáreas clasificadas como superficie agrícola, casi 5.6 millones son de riego, lo que representa 28% de la superficie agrícola total, y el resto es de temporal.
De ahí que el responsable del ramo destaque que una tercera parte de la tierra produce 60% de los alimentos, y el resto del territorio, que no tiene riego, genera 40% del total de la producción agrícola.
En este aspecto, especialistas destacan que la productividad agrícola no debe medirse sólo por el número de toneladas producidas por hectárea, sino también por los metros cúbicos de agua usados para producir una tonelada de alimentos.
Afirman que el buen uso de agua y energía es fundamental en las zonas de riego, por ser la fuente principal para la seguridad alimentaria, al contribuir con casi 50% de la producción de alimentos para el país, no obstante lo cual la agricultura de riego enfrenta problemas que incluyen la falta de inversión pública en la tecnificación con sistemas de riego y equipos electromecánicos.
Contrastes
Otra dificultad que afecta la productividad es el minifundio: según Sagarpa, 77% de la propiedad territorial está en manos de minifundistas con cinco hectáreas o menos, lo que complica la producción, pues 35% de quienes poseen esa extensión de tierra trabaja en el campo, 50% se va a otras actividades agropecuarias y 15.6% emigra porque no tiene forma de subsistir.
Los ingresos son otro problema, ya que en los noventa el ingreso de un trabajador del campo era de 53 mil pesos anuales, pero en la actualidad es de 49 mil pesos.
“Tenemos que hacer mucho más productiva la mano de obra en el campo, sobre todo con semillas mejoradas, con tecnificación en el riego… La situación actual nos habla de un campo bipolar, porque los grandes contrastes se dan ahí; porque tenemos productores de clase mundial, con los mejores indicadores de competitividad internacional, y también millones de productores con insuficiencia de todo, que no tienen ninguna tecnología, ninguna organización. Están desposeídos de cualquier situación de competitividad”, reconoce Martínez y Martínez.
El funcionario destaca que se requiere una cadena de insumos de fertilizante, agua y semillas genéticamente modificadas, un financiamiento competitivo y oportuno, el relanzamiento de la banca de desarrollo agroalimentario, entre las medidas más urgentes para aumentar la producción agrícola.
Abandono
Para algunos expertos, el uso de semillas mejoradas puede ser de gran utilidad para aumentar la producción.
El investigador del Laboratorio Nacional de Genómica para la Biodiversidad del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) del Instituto Politécnico Nacional (IPN), Jean-Philippe Vielle Calzada, destaca la importancia que tuvo la producción de semillas mejoradas en el país desde los años sesenta del siglo XX, sector que tuvo un gran potencial para establecer una infraestructura de producción de semillas mejoradas pero que desapareció por completo.
Jean-Philippe Vielle Calzada, investigador del Cinvestav (Foto: Internet)
Vielle lamenta que 50 años después nos encontremos en una situación en la cual la producción de semillas mejoradas en instituciones públicas o privadas está abandonada. “Hay un mercado de semillas que se producen a través de las grandes empresas trasnacionales a partir de esquemas de mejoramiento adaptados a un mercado internacional, que no necesariamente cubren los ambientes productivos del campo mexicano, y en particular de los agricultores temporales del país que no tienen acceso a esos insumos, a los fertilizantes, a las tierras de riego, y que por ello practican una agricultura de semisubsistencia”, señala.
El especialista coincide con el titular de la Sagarpa en subrayar que México tiene una producción agrícola de contrastes, pues junto con la insuficiente producción de semillas hay una “atomización del campo”, con parcelas pequeñas, de agricultores que trabajan con menos de diez hectáreas y quienes deben tener una producción muy intensiva para ser rentables.
Fundamentales
En su opinión, el futuro del mejoramiento de semillas en el país depende de la aplicación de la información genómica al mejoramiento tradicional, como se ha hecho desde principios del siglo XX, que no será reemplazado por los transgénicos en México, Estados Unidos ni en ningún país del mundo.
Es decir, recalca, que “en la actualidad los transgénicos no reemplazan el mejoramiento genético tradicional; seguimos dependiendo del mejoramiento tradicional, pero ahora la innovación permite el acceso al genoma de un genoma vegetal como el maíz, y poner esa información a disposición de los mejoradores genéticos tradicionales”.
Vielle Calzada afirma que para que las semillas mejoradas sean fundamentales para aumentar la producción agrícola, lo principal será establecer políticas públicas que lo alienten, ya que ha faltado apoyo que haga del mejoramiento genético de semillas en el campo una política de Estado. “Si al gobierno le interesa que el país tenga acceso a semillas mejoradas, adaptadas al agro nacional, y sobre todo a la agricultura de bajos recursos, se requiere de una acción decidida de inversión”, recalca el investigador.
Caída histórica
Felipe Torres, profesor del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, asevera por su parte que el sector agropecuario ha sufrido un abandono paulatino desde hace 50 años, en relación con las prioridades de la política pública.
Dice que se adaptó un modelo de ventajas competitivas de los productos agropecuarios y como los precios internacionales de los granos eran bajos a nivel internacional en ese momento, se dejaron de producir y se cambió la política a la producción de alimentos que tenían un valor internacional alto.
Sin embargo, agrega, vino un repunte de los granos básicos y a partir de entonces el sector agropecuario interno no ha podido revertir el déficit de la producción de estos alimentos, lo que implica problemas graves para la economía y para el sector agrícola.
—¿Qué ha pasado en estos 50 años?
—Que la participación del PIB del sector agropecuario ha venido disminuyendo de 22% que representaban en la década de los setenta, a casi 3% en la actualidad. Y ahí se expresa la atención que se le da al sector dentro de las prioridades de políticas públicas.
El investigador dice que el problema se ha agudizado en los últimos doce años, ya que a la falta de producción de los principales granos de consumo en la dieta del mexicano hay que sumar que los precios de la canasta básica alimentaria han subido casi el doble de la inflación de la economía: en 2008 la inflación fue de 4%, mientras que la tasa de inflación del sector alimentario fue de más de 9 por ciento.
Reto
Añade que en el periodo 2000-2012 la importación de maíz fue de 445%; en frijol de más de 500%; en arroz de 265%, sin contar otros alimentos como el huevo y el azúcar.
“Hemos tenido importaciones que han oscilado entre los diez mil y los 16 mil millones de dólares al año, lo que representa más de la mitad de la renta petrolera; y esto quiere decir que nos estamos comiendo de alguna manera el petróleo. Y demuestra incapacidad política y económica para recuperar a la agricultura como factor de desarrollo”.
—¿Qué tanto está el país en condiciones de garantizar su soberanía alimentaria?
—Como potencial, por lo menos en los granos básicos, estamos en condiciones de asegurar la producción interna de alimentos, incluso con capacidad de exportar, como ya se logró en una época. El problema es tomar la decisión para ver al agro como un factor del desarrollo, lo que implica mejorar los desarrollos tecnológicos, hacer más atractiva la rentabilidad en el medio rural, con mejores obras de infraestructura, resolver el problema de la violencia, que se ha sumado a todo lo que ya de por sí se presenta como problema estructural de la economía… Y sobre esa base hacer una economía agrícola competitiva frente a los embates externos.
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