Entre pachucos, chinelos, punks y zapatismo se mueve el nahual gráfico, mejor conocido como Sergio Sánchez Santamaría: las más de 200 piezas presentadas en el Museo Nacional de la Estampa (Munae) dan cuenta del enorme talento del grabador mexicano, en un homenaje a su obra que definitivamente es una muestra imperdible.
Nacido en Tlayacapan, Morelos, Sánchez plasma en su trabajo una constante interacción entre el ámbito rural y urbano, fusionando elementos culturales que enriquecen el imaginario popular mexicano.
El místico lenguaje de este artista se hace presente a través de grabados en linóleo y piedra, hasta guitarras y patinetas intervenidas.
Fernando Gálvez de Aguinaga, curador de la exposición, resalta el valor de Sánchez como uno de los últimos grandes exponentes del Taller de Gráfica Popular (TGP), cuna de importantes figuras del arte mexicano que ayudaron a dar vida al propio Munae.
En Sergio Sánchez Santamaría. El Nahual gráfico, el artista muestra la influencia de esta tradición con una reinterpretación moderna, incorporando su amor por el rock y la cultura pop, además de una particular conexión con sus raíces zapatistas y campesinas.
“Es como una oscilación que, sin embargo, forma parte de un todo para dar identidad a la obra y persona de Sánchez Santamaría, autor con firmes raíces en la tradición gráfica de Posada y Manilla, así como del Taller de Gráfica Popular, pero que le da a la estética mexicanista y hasta a la de compromiso social o nacionalista una salida contemporánea al mezclar el rock y las calles de la capital de México, donde ha pasado la mitad de su vida”, asevera Gálvez.
Desde un pachuco que vuela en patineta sobre una pirámide hasta una Coatlicue que compite con un pesero, las creaciones del artista encapsulan la riqueza de la cultura popular mexicana en un estilo propio y lleno de humor.
Junto a la gran variedad de objetos que Sánchez Santamaría interviene se encuentran distintas técnicas que demuestran su talento y conocimiento en la gráfica. Xilografía, linografía, punta seca, buril en cobre, litografía, serigrafía y monotipia son algunos ejemplos que se aprecian en la exposición y que destacan la versatilidad de Sánchez en el arte.
Además de las piezas gráficas, la exposición cuenta con una muestra de playeras, pósters de conciertos y hasta un traje de chinelo que el propio artista usa en las festividades de Tlayacapan, elaborado por él y su madre.
De igual forma, los asistentes pueden ver en la muestra el documental Los últimos zapatistas, héroes olvidados, dirigido por Francesco Taboada, que refuerza el vínculo del artista con la historia zapatista de Morelos.
Narrativa gráfica
En entrevista con Vértigo, Sánchez habla acerca de su trabajo artístico.
—¿Cuál es la historia de su acercamiento al arte gráfico?
—Recuerdo haber visto un catálogo de Posada en Bellas Artes en los ochenta; yo tenía como seis años. Mi papá tenía su biblioteca y ahí empecé a ver un poquitito lo que era la gráfica, pero no entendía los esquemas de impresión, ni tampoco entendía quién era Posada. Pasaron unos cinco años y mi papá compró otro catálogo sobre la iconografía de Emiliano Zapata y en ella venían fotos de Zapata, pero también había unos grabados. En ese momento tampoco entendía qué eran grabados ni qué eran gráficas ni quién era Leopoldo Méndez. Fue alrededor de mis 20 años que estuve en el Taller de Gráfica Popular, grabando con Jesús Álvarez Amaya y Alfredo Mereles, quienes fueron mis primeros maestros de grabado.
—¿Qué lo hizo conectar con el zapatismo, los pachucos y las tribus urbanas?
—Nací en Tlayacapan, Morelos, y me pegaron mucho las danzas; de parte de mis abuelitos la revolución, porque varios de ellos fueron revolucionarios. También muchas cosas se contraponían con la libertad, con el rock, con todo lo que allá no había; porque allá en el pueblo se oían cumbias, banda, el tamborazo, todo eso. A pesar de que a mí me gusta esa música, aquí en México yo veía conciertos grabados de George Harrison, cosas de Led Zeppelin; y entonces hubo ahí un acto de rebeldía al tener oportunidad de conocer otro tipo de música.
Sánchez agrega: “Como a los doce años conocí el punk, las patinetas. Fui viendo la represión contra los jóvenes y la falta de oportunidades. Entre tribus urbanas, entre el rock, la nostalgia de mi pueblo… siempre o eran los chinelos o era un mundo totalmente citadino. Total, que al final de cuentas me sentía contento en un lado y me sentía contento en el otro, pero también estaba triste en un lado y estaba triste en el otro, porque no me reconocía en un punto.
—¿Por qué eligió la figura del nahual para representar su exposición?
—Es una metáfora de un mito mexicano. Dentro de la mitología prehispánica los nahuales eran los brujos, los que tenían la capacidad de transformarse en una bestia. Obviamente yo no soy ni brujo ni nahual, no me transformo, pero sí hay como una mimetización en mí por vivir entre la ciudad y mi pueblo. El nahual es el que se transforma, el que sale en la oscuridad, el que tiene otras capacidades no humanas y tiene otro tipo de poder. Cuando hago mi obra no soy yo, me transformo, soy como el conducto de algo que viene de más adentro, por los temas; la técnica es muy humana, pero los temas no.
—¿Considera que el arte gráfico es una herramienta de transformación social en México?
—Siempre anduve con esa ilusión de que el arte podía transformar al ser humano, pero es una utopía, es mi utopía gráfica. En realidad, un grabado no va a cambiar el mundo. Una imagen no va a cambiar el mundo, simplemente te acompaña en el camino. La mentalidad, el pensamiento de la masa, del colectivo, para nada, no los trastoca, porque estas imágenes que yo quisiera que llegaran a más personas no lo hacen. La única opción que tengo actualmente son las redes sociales, que es donde puedes publicar y ahí sí se pueden volver virales o pueden llamar la atención de los demás, pero es difícil porque la gente no está preparada, no está educada para el arte.