Desde su inauguración, el Papalote Museo del Niño ha mantenido un firme compromiso con la educación ambiental: sus instalaciones, diseñadas para ser interactivas y accesibles para niños de todas las edades, están impregnadas de mensajes ecológicos, y a través de actividades lúdicas y educativas busca inspirar a los jóvenes visitantes a comprender la importancia de la sostenibilidad y la conservación del medio ambiente.
La exposición temporal RUTA 5Rs, que se inauguró el 11 de julio, se compone en 80% de materiales reutilizados, readaptados y reciclados, entre los que se encuentran útiles escolares, autopartes y envases.
Se trata de una muestra que busca educar a las infancias para que conozcan la manera correcta de desechar o dar un nuevo uso a distintos productos domésticos.
Alejandra Cervantes Mascareño, directora del museo, habló acerca de la importancia de esta nueva exhibición: “Es responsabilidad de todos nosotros empezar a tener mayor conciencia sobre el cuidado del medio ambiente. Los niños son nuestros principales maestros en la tarea ambiental y en la generación de conciencia por construir un mejor planeta”.
De igual manera, resaltó que “las 5Rs (reducir, reutilizar, readaptar, reintegrar y reciclar) nos permiten realizar pequeñas acciones en nuestro día a día que mejoran el medio ambiente y generan mayor conciencia. No nos sirve de nada hablar de un tema muy complejo de cambio climático si no les decimos qué podemos hacer al respecto. Esta exposición es una guía muy práctica con acciones muy puntuales sobre cómo podemos ayudar”.
Siguiendo el lema del museo, “Toco, juego y aprendo”, se incluyen en la muestra ocho experiencias interactivas, dos de ellas dedicadas a la primera infancia, tituladas Ruta bebé y Centro de acopio para peques.
Asimismo, se encuentra el Chancletófono, creado a partir de materiales readaptados que crean sonidos musicales con el uso de chanclas.
Las obras visuales también se hacen presentes. Quizá la que más resalta es Guardián de los desechos, una escultura de más de cinco metros de alto que busca crear conciencia acerca de toda la basura que generamos a diario. De hecho, 300 de sus 500 kilos de peso están hechos a partir de desperdicios, como una manera de insistir en el reciclaje.
Además, en la exposición temporal se exhibe una fotografía de gran formato del Bordo de Xochiaca del artista visual Santiago Arau, conocido por documentar aspectos de la vida cotidiana en la Ciudad de México.
Y se incluye, igualmente, el Fidencio Sillón, una pieza original del diseñador Andrés Lhima cuyo relleno intercambiable puede componerse de materiales reciclados.

Misión verde
En entrevista con Vértigo Alejandra Cervantes habla sobre el impacto y la importancia de este recinto en la niñez mexicana.
—Con la presencia constante de la tecnología en la vida cotidiana, ¿cómo se propone el Papalote Museo del Niño estar también presente en las infancias?
—En el Papalote tenemos el ADN de acompañar la educación y la formación de los niños. En estos 30 años hemos ido aprendiendo y evolucionando con ellos. Hoy no es la excepción. Los niños tienen muchas pantallas, videojuegos, tecnología… y está bien, es un complemento para que ellos aprendan y nosotros fomentemos la educación. Pero lo que proponemos es la visita presencial: este es un espacio físico, de experimentación, de sensaciones. Entonces, si ya tienen en sus cabezas, en sus escuelas esta parte digital, lo que ofrecemos nosotros es algo presencial donde puedan gritar, correr, tocar y vivirlo de otra manera.
—¿Cómo involucran a los padres de familia en estas actividades?
—Cuando diseñamos una exposición temporal o una experiencia del Papalote siempre lo hacemos pensando de manera intergeneracional. Nuestros mensajes, aunque de manera muy lúdica, se enfocan en los niños, pero siempre los leemos desde el punto de vista del adulto. Por ejemplo, en la exposición 5Rs tenemos muchas infografías, algunos datos, y el objetivo es que tú como adulto los leas y puedas complementar la visita del niño y le vayas comentando. También tú te quedas esos mensajes. Muchas veces somos muy efectivos para comunicar a los adultos, porque como ellos vienen en un modo muy relajado, pensando en que la experiencia es para el niño, son mucho más receptivos que si yo me pongo a aleccionarlos. Cuando los adultos se vuelven portadores del mensaje en el Papalote, sea de sustentabilidad y cuidado del medio ambiente o de cualquiera de nuestras otras experiencias, son mucho más abiertos para ese tipo de cambios, de conciencia y de generación de aprendizaje.
—A lo largo de los 30 años de vida del museo, ¿cuáles han sido sus grandes desafíos?
—El principal es que el Papalote recibe a 500 mil niños al año. Todos los días hay cosas, porque tenemos grupos escolares, niños, familias, escuelas, hermanitos… Entonces, operar este museo todos los días tiene un grado de complejidad importante. Lo sabemos hacer muy bien, nos encanta lo que hacemos. El segundo reto que mencionaría es el de mantenernos vigentes. Justo lo que comentábamos: toda la tecnología avanza muy rápido; la educación y los conocimientos también; y nosotros tenemos que ir a la par y no quedarnos atrás. Llevamos 30 años de experiencia, que son importantísimos, pero los niños de 2024 no son los mismos de 1994: hay que actualizarnos y mantenernos vigentes.
El impacto del Papalote Museo del Niño en la educación medioambiental es innegable. Cada año miles de niños y sus familias visitan el museo y participan en sus programas educativos, llevándose consigo valiosas lecciones sobre sostenibilidad y respeto por la naturaleza.
Al fomentar una conciencia ecológica desde la infancia el museo contribuye a la formación de futuras generaciones de ciudadanos responsables y comprometidos con el cuidado del planeta.