MUERTE SIN FIN: EL POEMA QUE TODO LO CAMBIÓ

“Muerte sin fin inscribe a la poesía mexicana en la más alta literatura universal”.

Cultura
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El 16 de marzo se cumplirán 50 años de la muerte de José Gorostiza (Villahermosa 1901-Ciudad de México 1973) y todavía no hay quien ponga en duda su presencia dentro del canon de la poesía mexicana.

Su caso, como el de Juan Rulfo, es sui generis: con apenas dos libros —Canciones para cantar en las barcas (1925) y Muerte sin fin (1939)— se colocó en una de las cúspides de la literatura nacional, en particular con su segundo poemario, el cual fue comparado con Primero sueño, de Sor Juana Inés de la Cruz, y con Cementerio marino, de Paul Valéry.

Aunque estuvo inscrito dentro del grupo de los Contemporáneos al lado de autores como Carlos Pellicer, Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Enrique González Rojo, Jorge Cuesta y Gilberto Owen, Gorostiza intentó mantenerse al margen de cualquier clasificación, al punto de que en su ensayo La poesía actual en México de 1937 negó la existencia del grupo como tal; es decir, como equipo u organización; se refiere a ellos como el “el grupo sin grupo”.

Y es que sus temas iban por otro lado. Si bien había una coincidencia en términos de oposición a la degradación y el abuso de lo nacional en la cultura posrevolucionaria, el tabasqueño profundizó en temas como la religión, la vida y la muerte, todos por cierto presentes en Muerte sin fin, obra fundamental publicada por Bernardo Ortiz de Montellano en la editorial Cvltvra.

Interpretaciones y leyendas

Para el editor y poeta Jaime Labastida, Muerte sin fin, como todo gran poema, “admite múltiples lecturas (que elevarán su número con el tiempo y que habrán de enriquecerlo y mantenerlo vivo, sin duda alguna) y permanece como el más alto paradigma de la poesía en México”.

En su momento Gorostiza comentó que le tomó un año escribir el poema y que su amigo y colega Jorge Cuesta fue fundamental para su escritura. “Cuesta y yo éramos amigos íntimos. Hablábamos todos los días de nuestros propósitos literarios, de nuestras ideas, los fines que perseguíamos nosotros dos; lo que queríamos conseguir en la poesía; realmente teníamos muchas ideas comunes”, comentó a Luis Terán en una entrevista concedida al suplemento El Gallo Ilustrado en 1971.

Cuesta, añadió, “siguió paso a paso los progresos que iba yo haciendo en la creación de Muerte sin fin. Por mi parte, yo escuchaba sus teorías y doctrinas literarias. Así es que en muchos de sus trabajos y de los míos deben aparecer indicios de esa casi hermandad literaria que formamos Jorge y yo”.

Si bien hay un consenso en el sentido de que el poema es una meditada reflexión sobre el ser humano y donde se indagan los conceptos de Dios, la vida, la muerte, la belleza o el conocimiento, lo cierto es que como escribió Octavio Paz es una obra “que posee múltiples y acaso infinitos significados”.

Perfeccionista como pocos, Gorostiza se encargó también de alimentar su figura y su obra de ciertas leyendas. Se dice, por ejemplo, que quemó los cuadernos donde escribió Muerte sin fin una vez que se publicó.

Hay además numerosos estudios sobre la relación de la pieza con la cábala. Los investigadores sostienen que las desafiantes metáforas están construidas acorde con la visión cabalística para explicar la génesis del mundo, parte del Tsim Tsum que considera que solo la contradicción de la energía divina que todo lo llena puede permitir la aparición de lo finito.

Entre quienes más han estudiado estas líneas se encuentra Mónica Mansour, quien advierte que el contacto de Gorostiza con la cábala se produjo cuando fue diplomático en Londres y se relacionó con la Orden Hermética del Alba Dorada, una sociedad iniciática de ocultismo y magia, ligada a la masonería, de la que también el poeta era miembro. La secta se consideraba depositaria del saber hermético, gnóstico, teosófico, cabalístico, alquímico, teúrgico, así como de la tradición mágica rosacruz. A ella habían pertenecido prestigiosos escritores (Bram Stoker, W. B. Yeats, Bernard Shaw o H. G. Wells), además del polémico brujo Aleister Crowley, quien fue expulsado por el líder de la Orden, McGregor Mathers, autor del libro La cábala sin velo.

Hito de la poesía

“El poeta tiene mucho parecido al trapecista del circo: siempre, todas las noches, da el salto mortal. Y yo quisiera darlo perfecto. Pues no tendría caso que en lugar del salto mortal perfecto resultara solamente un pequeño brinco”, comentó Gorostiza al periodista José Tiquet durante una plática en 1956. Sus dichos resumen lo ambicioso que podía ser como escritor y permiten entender por qué se cuidó de no publicar demasiado.

Salvador Elizondo lo definió como “el gran poeta de la muerte mexicana” y destacó a su obra cumbre como “la primera gran manifestación universal de la poesía mexicana de nuestro tiempo”, toda vez que el autor habla de la muerte del Universo, pero sin apelar a los aspectos populares que desde la arqueología definen la identidad nacional.

Jaime Labastida prefiere subrayar que “el verdadero valor de Muerte sin fin consiste en ser el poema que inscribe a la poesía mexicana, por derecho propio, en la tradición culta, rigurosa, de la más alta literatura universal”.

Hay autores que con el tiempo se diluyen y pierden peso, lectores. Otros, en cambio, los ganan con el transcurso de los años y este parece el caso de José Gorostiza, cuya obra todavía aguanta conversaciones e interpretaciones aun cuando, como apunta el poeta Julio Trujillo, se convierten en el escalón más alto de una tradición: “Muerte sin fin agotó un camino: la alucinante letanía de su cadencia, su densidad conceptual, su prolongado y tenso aliento, su arriesgado asomo a las lindes de la nada y su perfecta arquitectura acabaron con una ruta. Gorostiza escribió un poema que se abre al infinito y que al mismo tiempo es una tapia”.