Los libros son compañeros, como puede ser la música o el cine. Entre quienes gustamos de la lectura, su cercanía al igual que la amistad nos brinda gozo, reflexión y abrazo, cuando hace falta. Cada quien tiene una experiencia única e irrepetible con esta actividad atravesada por narradores, ensayistas, poetas, que de manera personal nos han acompañado en ciertos momentos o, en el mejor de los casos, toda la vida. Este es el caso de Milan Kundera (1929-2023), al menos para quien esto escribe y seguramente de muchas personas más porque pese a haber sido un autor reacio a los reflectores y los medios de comunicación cuenta con una obra que se sostiene por sí misma.
A finales de los ochenta el cineasta Philip Kaufman estrenó su versión cinematográfica de La insoportable levedad del ser. La película fue la puerta de entrada a una novela –homónima– que hablaba como casi nadie entonces de las relaciones afectivas. El encuentro entre dos parejas desencadena una serie de situaciones y reflexiones sobre el amor, los celos, la sexualidad, pero también el poder. Originalmente publicado en 1984, el libro se convirtió en el clásico por antonomasia de Kundera. Poco después siguieron (hablo en orden de mis lecturas, no cronológico) El libro de los amores ridículos, un conjunto de cuentos delirantes y satíricos sobre el humor, y La broma, quizá una de las mejores parodias alrededor del comunismo. Por medio de esta novela descubrí otra de las facetas centrales del checo: era un acérrimo enemigo de los totalitarismos y esto fue lo que le costó el exilio de su país.
Más allá de la polémica
Se trasladó a Francia donde vivió hasta su último día. Obtuvo la nacionalidad cuando el gobierno checo le retiró el pasaporte, y aunque se lo regresó en 2019, el narrador nunca volvió a Praga a vivir, no obstante la reconciliación política significó la publicación de La inmortalidad. No faltará quien busque regatear la dimensión de Milan Kundera por medio de aquel episodio de 2008, cuando fue acusado de delatar a un espía del régimen soviético, el escritor se defendió diciendo que aquello era mentira, aun si no lo fuera, el hecho no empaña la trayectoria de un autor que sin decir nada sabíamos que ahí estaba y que quizá algún día nos sorprendería con la buena nueva de una nueva obra.
Creo que lo último que leí de Kundera fue El telón, un ensayo publicado en 2005 dedicado a sus autores de cabecera y a su relación con la escritura. Ahí reconoce que, si debe algo a alguien, es a Miguel de Cervantes y El Quijote, por ser el inventor de la novela, arte al que concibe como algo más que un género literario: es, para el checo y para mí también, el último observatorio que nos permite abrazar la existencia humana en su conjunto y lanzar “una mirada al alma de las cosas”.
Larga vida, incluso en el más allá, al gran Milan Kundera, un compañero que hace unos días simplemente decidió cambiar de vagón.