Ciudad de México, México, 24 de enero 2025. Al abordar las nuevas visiones sobre el romanticismo en el siglo XX, Christopher Domínguez Michael, miembro de El Colegio Nacional, dedicó una segunda sesión a un personaje que ha aparecido a lo largo de sus conferencias, sobre todo en las dedicadas a Jacques Derrida: Paul de Man, a quien el crítico literario definió como “toda una leyenda en la crítica literaria el siglo XX, una leyenda negra de impostura, siendo un hombre extremadamente dotado para la crítica literaria”.
“Paul de Man era belga, de una familia de origen flamenco, pero formaba parte de la élite bilingüe del país. Desde luego, como hombre de cultura, se decantó por el francés, aunque su enfoque filosófico a la literatura era muy alemán, profundamente heideggeriano, mucho antes de que Heidegger, vía Sartre, se pusiera de moda en Francia. Es importante destacar que De Man era sobrino de un destacado político belga, Henry de Man, que fue el colaboracionista belga más notorio durante la ocupación nazi de Bélgica. Henry de Man, como muchos en los 30, pasó del socialismo al apoyo al nazismo con relativa rapidez, y en este proyecto arrastró a su sobrino predilecto, el brillante Paul de Man, que había nacido en 1919”.
Esta situación resulta fundamental para entender al crítico literario belga, quien entre 1940 y 1942 escribió artículos de crítica literaria y política tanto en la prensa flamenca como en la belga de expresión francesa, y “publicó varios artículos francamente antisemitas y prohitlerianos”. En 1942, como muchas personas prudentes o cobardes, como se les quiera llamar, al percatarse de que Hitler pierde la guerra, Paul de Man, un joven de 22 años, abandonó Bélgica. Dando un recorrido por Francia donde tuvo buenas relaciones en Gallimard y donde pudo haberse establecido, pero optó por un camino distinto: se trasladó rápidamente a los Estados Unidos, un país más acorde con su interés en el ámbito académico universitario.
“Paul de Man se hace muy amigo de los intelectuales de Nueva York, y acaba siendo una de las grandes figuras de la crítica literaria en los Estados Unidos. Desarrolla su carrera en la universidad John Hopskins y, posteriormente, en Yale, al grado que después será la deconstrucción, también es llamada la escuela de Yale. Paul de Man muere a los 60 años de un cáncer fulminante en 1983. Para entonces ya existían rumores sobre sus artículos, pero el escándalo estalla cinco años después de su muerte, cuando un periodista que dominaba la lengua flamenca y la francesa reproduce en los Estados Unidos esos artículos. Fue una verdadera bofetada contra la deconstrucción, concebido como un pensamiento radical de vanguardia, obviamente antiburgués, anticapitalista y, para decirlo en términos generales, de izquierda”.
Una historia que llegó hasta la portada del Times, lo que refleja la importancia que tenía la crítica literaria en el siglo XX, cuando un profesor que hacía deconstrucción en Yale llega por haber sido “nazi” a la portada del Times, lo cual habla de otros tiempos y, como suele suceder, se divide lo que llaman ahora el campo intelectual en dos bandos y, aquí, Jacques Derrida, íntimo amigo de Paul de Man, “cometió lo que en mi opinión es uno de los errores más groseros en la historia de la crítica literaria y de la honestidad intelectual”.
“Escribió una larguísima defensa de Paul de Man que, en vez de decir lo que dicta el sentido común —porque desde luego de Derridá era judío y era un hombre de izquierda—: ‘lamento mucho que mi amigo Paul de Man, como muchísimos jóvenes en esa época, se haya equivocado políticamente, y haya escrito estos artículos; lamento mucho que no haya tenido la valentía de confesarlo y que hayamos tenido que enterarnos póstumamente’.
“Si bien una declaración de ese tipo habría resuelto el problema, al menos para Derrida, aunque no hubiera sido favorable para la deconstrucción, ‘porque esta comenzó a ser a ser calificada, históricamente, como una “ciencia nazi”; hubo mucha exageración en torno al caso.’ Sin embargo, en lugar de optar por ese camino, Derrida decidió deconstruir los artículos del joven Paul de Man para argumentar que en realidad no decían lo que aparentaban, sino lo contrario. Si ustedes leen los artículos, como sucede con cualquier panfleto político, son bastante abominables. De Man expresa una idea clara: el antisemitismo era algo muy común en los años 30 y antes del Holocausto, incluso era considerado de buen tono”.
La polémica de una época
Ser antisemita en los años 30 era tan bueno o tan malo como si ahora ser antineoliberal, recordó Christopher Domínguez Michael, porque a los judíos le iba mal por los dos lados: para los nazis, eran a la vez la inspiración del bolchevismo y del capitalismo, los dueños del dinero, entonces eran una figura completamente demoníaca, en aquel artículo, “Paul de Man hace una diferencia entre el buen antisemitismo y el mal antisemitismo, que es una cosa muy escalofriante que está también en todos los escritores que se acercaron de alguna u otra manera al nazismo, como Heidegger o Jünger”.
“Solían decir algo así como ‘las ideas del nacionalsocialismo eran hermosas y magnánimas, pero desgraciadamente la aplicaron políticos mediocres; es más, esta cosa tan grande la hicieron mal’, lo cual es aún más escandaloso que decir que pudo haber sido mejor la empresa, que es un poco lo que dicen los recientemente publicados Cuadernos negros, de Heidegger”.
El joven Paul de Man se pone a diferenciar cuál es el semitismo bueno y cuál es el malo, cuál es el de buen gusto y cuál es el de mal gusto. Obviamente él, como Heidegger, consideraba que perseguir a los judíos por razones raciales era vulgar, “porque el problema era espiritual, era una infección del espíritu que iba más allá de las personas”.
“Esta diferenciación que hace en sus artículos el joven Paul de Man, Derrida comete la coquetería y la tontería de ponerse a reinterpretar para tratar de vendernos que, en realidad, ya tenía instalada en su cerebro la deconstrucción y estaba deconstruyendo el pensamiento antisemita para negarlo: desde luego, muchas personas cercanas a Derridá, como Michel Foucault, le dijeron que ‘había metido la pata’ y nunca jamás volvió a mencionar la palabra Paul de Man en su vida, porque se equivocó gravemente, perjudicó a su movimiento académico. Ya se imaginará usted la cantidad de donantes judíos que le retiraron dinero a la universidad de Yale por este escándalo”.
Si bien este escándalo hizo famoso a Paul de Man, por lo cual Christopher Domínguez Michael se puso a leerlo todo desde el principio para encontrarse con un crítico literario “muy, muy bueno, pero curiosamente muy similar a sus contemporáneos” y a los que estaba más cerca a la escuela de Ginebra; sus textos, muchos de ellos, sobre todo cuando habla de autores contemporáneos como André Gide o Jünger, y cualquier otro de la esfera europea, pero era un crítico literario bastante tradicional en el contexto de lo que era la crítica literaria de los años 30-50 y “fue muy difícil para mí adivinar cómo eso había llegado hacia la deconstrucción”.
“Si se lee paralelamente a Derridá y a Paul de Man, ya incluso en la etapa deconstruccionista de ambos, son absolutamente distintos: De Man jamás abandonó la expresión pulcra, abierta, el deseo de comunicación expedita y efectiva con el lector, la ilustración de los clásicos y jamás formó parte del carnaval de ideas y de presunciones y medias palabras, y neologismos y todo aquello que fascina o repele en Derrida”.
En ese sentido, Paul de Man se convirtió en una especie de patrocinador académico de una corriente intelectual que, en realidad no le interesaba demasiado, porque al final de cada texto acaba siendo, para bien o para mal, un crítico tradicional, un crítico muy canónico, señaló el colegiado.
“Paul de Man es un crítico muy canónico y el libro de Derrida sobre De Man, salvo por la parte final que es la famosa defensa de los artículos de juventud de Paul de Man, la primera es realmente una especie de pesadilla, en que está conectando sus pesadillas intelectuales con las de Paul de Man, partiendo de la base como si fueran dos pacientes en dos divanes, pero sin psicoanalista en medio, intercambiando experiencias oníricas o sobreentendidos de una relación muy personal, donde cuesta mucho entender”.