BEETHOVEN: A 250 AÑOS DEL NACIMIENTO DEL GENIO

Hector González
Cultura
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composer Ludwig van Beethoven. vector portrait

Para Ludwig van Beethoven “componer era soñar”, escribe el argentino Esteban Buch en su libro La novena de Beeethoven. Historia política del himno europeo (Acantilado). Es verdad que la cita se refiere a la que tal vez sea la pieza más conocida del artista alemán, pero la imagen funciona para recrear el proceso creativo de un hombre tan genial como universal y del cual el próximo 16 de diciembre se conmemorarán 250 años de su nacimiento.

Originalmente 2020 se denominó en el campo cultural como “el año Beethoven”. Alrededor de todo el mundo se tenían previstos festivales, conciertos, homenajes y celebraciones dedicados a quien junto con Johann Sebastian Bach y Wolfgang Amadeus Mozart integra el tridente de compositores más grande de todos los tiempos.

No obstante en una mala jugada del destino la pandemia obligó a que las orquestas y celebraciones guardaran silencio, como si la sordera que vivió el artista se extendiera a todo lo que tendría que ser una fiesta en su honor.

“Beethoven tiene un lugar en el selecto grupo de los mayores artistas de todos los tiempos”, dice en entrevista Adolfo Martínez Palomo, integrante de El Colegio Nacional. Destaca que tuvo un despliegue de creatividad personal de tal magnitud que impactó en todas las culturas.

Beethoven fue el segundo hijo del tenor de la corte de Bonn, Johann van Beethoven, y de la joven Maria Magdalena Keverich. Tuvo seis hermanos, de los que solo sobrevivieron dos. Como integrante de una familia de artistas cuenta la leyenda que su padre quedó tan impresionado por las habilidades de Mozart que quiso que también su hijo fuera un “niño prodigio”. Le enseñó a Ludwig piano, órgano y clarinete. Con tan solo siete años ofreció su primer concierto público en Colonia y a los once, en 1782, estrenó su primera composición: Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Christoph Dressler.

Aunado a su talento las condiciones familiares lo obligaron a dejar temprano la escuela. Aun así su formación musical no se detuvo y tomó clases con el compositor y director de orquesta Christian Gottlob Neefe, quien lo guió también en el camino de la literatura y la filosofía.

Martínez Palomo lo define como un hombre de personalidad complicada, abstraído y recluido en sí mismo. A veces hosco y difícil. “Su infancia y adolescencia fueron complicadas. Después ya le fue mejor pero al principio lo pasó muy mal. Fue a la escuela tan solo los primeros años pero muy pronto descubrió que era un genio y nunca se dejó vencer”.

Gracias al propio Gottlob Neefe fue contratado en la corte del príncipe de Colonia. Comenzó a ganar fama como un notable pianista y en 1787 emprendió un viaje a Viena en busca de nuevas oportunidades y con la esperanza de conocer a Haydn y a Mozart, su gran ídolo.

Conoció a ambos pero no se llevó bien con ninguno de ellos, reseña el integrante de El Colegio Nacional. “No se llevó bien con ninguno de los dos”. Al llegar a Viena quería trabajar con Mozart para que le diera clases. Al principio no recibió la atención que creía merecer; entonces Beethoven se enojó y le pidió que lo dejara tocar cualquier tema para demostrar su capacidad. “Fue entonces cuando Mozart entendió e incluso advirtió a sus acompañantes: este hombre cambiará el mundo”.

Discapacidad

A principios del siglo XIX el éxito de Beethoven iba in crescendo. El estreno de su Primera Sinfonía lo colocó en el candelero. En paralelo al aumento de su fama un padecimiento lo aquejó con más intensidad: la sordera.

Para Martínez Palomo el origen de la enfermedad se remonta a una tarde en la que regresó a su casa acalorado y sudoroso. Abrió de forma brusca las puertas y las ventanas, se quitó la ropa y se refrescó en la brisa: “El resultado fue una enfermedad peligrosa, cuyos efectos alteraron el oído durante la adolescencia, después de lo cual la sordera aumentó progresivamente”.

A Beethoven le preocupaba que los demás se enteraran del problema, por lo que durante mucho tiempo solo los más cercanos lo supieron: no alcanzaba a comprender las palabras pero sí los sonidos, y aquello se convirtió en un periodo “de extraordinaria creatividad”.

Su música “ha sido dividida en tres periodos de creatividad, en relación con su sordera: una etapa inicial, exuberante, hasta los 30 años, antes del inicio del problema de la sordera, seguida de un periodo intermedio entre los 30 y los 45 años con muestras evidentes de sobreponerse a esta, y un tercer periodo desde los 45 años hasta su muerte, de notables innovaciones coincidente con la pérdida de audición”.

El compositor quedó tan afectado que en 1802 pensó en el suicidio y escribió una carta a sus hermanos, conocida como el Testamento de Heiligenstadt, donde se mostraba preocupado por su pérdida de audición.

La sordera, apunta el especialista, lo recluía en sus propias sensaciones auditivas, las que él creaba en su mente. “A medida que él se alejaba del mundo externo se concentró en sí mismo y con eso fue creando nuevas formas de composición musical, como los últimos cuartetos, que nunca hubiera escrito de haber tenido una audición perfecta. Inclusive en algunas partes se escucha cierta disonancia que sería imposible concebir con una buena audición”.

Una de sus obras más conocidas durante este periodo fue la Novena Sinfonía (1823), declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero que durante muchos años fue motivo de disputa política. Los músicos románticos la convirtieron en símbolo de su arte. Bakunin planteaba destruir al mundo burgués y salvar nada más la Oda a la alegría, como también se le conocía a la pieza. Los nacionalistas alemanes ponderaron la heroica fuerza de su música, mientras que los comunistas encontraron ahí un mundo sin clases, en tanto que para los católicos era la representación musical final del Evangelio. Este ir y venir concluyó en 1985 cuando se le declaró Himno de la Unión Europea.

Proveniente de una familia con tendencia al alcoholismo el artista no estuvo exento de esta adicción y los males hepáticos ocasionaron su muerte en 1827. No obstante, y al margen de su personalidad, Adolfo Martínez Palomo concluye: “Fue alguien admirable como músico, persona y representante del gremio artístico. Antes los músicos eran casi como criados: así vivió Haydn. Mozart comenzó a liberarse pero Beethoven fue el primero en rebelarse a quienes lo patrocinaban y se colocó por encima de ellos. Su creatividad se sostenía en la independencia y no ceñirse a las reglas. Es único por su posición como artista ante el poder económico y a la vez el más grande ejemplo de un hombre que logró sobreponerse a su discapacidad”.