El balón de la NBA dejó de botar. Tampoco rodó sobre el césped el esférico de la MLS, a lo que se unieron el ovoide de la NFL y la pelota de la MLB. Como pocas veces en el deporte de Estados Unidos las ligas deportivas más importantes del vecino país se detuvieron en un acto de protesta por el asesinato de Jacob Blake, un afroamericano de 29 años que recibió cobardemente siete disparos en la espalda por parte de la policía el 24 de agosto.
El racismo no es nuevo. Pero pocas veces se unen tantos deportistas en protestas coordinadas para alzar una voz enérgica contra los actos irracionales que padece una de las etnias más discriminadas de la historia.
Hace justamente cuatro años atrás el quarterback de San Francisco, Colin Kaepernick, impactó a su sociedad al hincarse durante el himno nacional estadunidense en un partido de la NFL como protesta por el racismo que azota a su país.
Secundaron este acto jugadores de otros equipos pese a la polémica sobre si era correcta o no esa manera de manifestarse: la osadía de Kaepernick le costó a mediano plazo ser marginado de su equipo y del resto de la liga.
Ahora no se trata de una protesta aislada. Es el grito unísono de uno de los sectores más influyentes de toda sociedad: el deporte espectáculo, receptor de miles de miradas cada semana.
Los primeros en parar fueron los Bucks de Milwaukee, que no se presentaron a jugar ante el Magic de Orlando, sin importar que se encontraban en plenos playoffs de la NBA. Al poco tiempo se les sumaron Rockets, Lakers, Thunders y Blazers.
Este movimiento se replicó en los diamantes, con tres partidos de las Grandes Ligas pospuestos por la negativa de varios beisbolistas de salir a jugar. En el futbol de la MLS se pospusieron cinco partidos, en tanto que en la NFL por lo menos nueve equipos detuvieron sus prácticas sin importar el poco tiempo que falta para el arranque de la temporada.
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El tenis también tuvo un gesto de protesta con la decisión de la japonesa Naomi Osaka, residente de Florida, de no salir a jugar a las semifinales del Master 1000 de Cincinnati. Dejó en segundo plano sus aspiraciones deportivas, en plena reactivación de la WTA luego del paro por la pandemia.
Las protestas en el deporte estadunidense contra el racismo se reanudaron a partir del asesinato de George Floyd, en mayo pasado, a manos de un policía a plena luz del día y con videos registrando el crudo momento.
Pese a pertenecer a un grupo privilegiado con altos sueldos y lujos a su alrededor esta generación de atletas no deja de tener convicciones sociales y mostrarlas con orgullo desde sus trincheras.
Esta reflexión que lanzan los deportistas ya impactó hasta en los nombres de equipos históricos que contaban con apelativos cuestionables al referirse a etnias amerindias, como es el caso de los Redskins (Pieles Rojas) de Washington, que abandonarán su mote después de 87 años de portarlo. Y en pleno debate se encuentran otros más como los Braves de Atlanta, los Jefes de Kansas City o los Indians de Cleveland.
Son los ecos de las manifestaciones de un sector que se rehúsa a solo pensar en anotaciones y campeonatos.