Las letras no tienen sentido a menos que alguien del otro lado las lea.
Hay un ejercicio que he realizado los últimos dos años y es el de escribir en esta revista. Ha sido por demás placentero recordar, investigar y comprobar lo que escribo. Pero lo que más he disfrutado son mis crónicas negras con mi personaje creado de la realidad: el buen Tristán Carnales, el policía ojete.
Todo comenzó cuando hice un texto sobre Rubem Fonseca. Al investigarlo me di cuenta de que tenía muchas cosas en común con él, así que traté de emular su estilo.
Hoy he escrito aproximadamente 90 crónicas, las cuales acumulé en un pequeño libro titulado Rompecabezas. Son pequeñas piezas que juntas forman un mosaico interesante sobre la personalidad del policía.
Pensar diferente y vivir a través de un personaje en un desdoblamiento de personalidad ha sido fascinante, casi como ser Superman o Batman (sin esconderse detrás de una máscara).
Investigar crímenes, inventar otros y tratar de comprender la complejidad y a la vez simpleza humana ha sido una escuela que difícilmente voy a olvidar. El verdadero Tristán, al igual que yo, una vez publicadas las crónicas ha reído y gozado con lo que dicen los textos. Toda una catarsis para los dos. Yo, en tono de broma, le he dicho que se hará famoso. Cosa curiosa: ya lo conocen en Europa, Estados Unidos y Sudamérica, así que por ese lado estamos saldados: cumplí mi palabra.
Círculo Editorial Azteca ha ayudado a realizar este juego que ahora ya es una realidad gracias a Sofi López, Sofita, Charly, Arturo y, sobre todo, a Jaime Aljure, que con pocas palabras me ha mantenido interesado en seguir haciéndolo.
Ha sido una gran aventura. Descubrí que puedo ser un asesino y un santo al mismo tiempo. Me gustaría hacer una serie para que los jóvenes se acerquen al fascinante mundo de la literatura, aunque sea con cuentos considerados como subliteratura; algo podrán aprender, como yo, al hacerlo.
Tristán y yo
Lo cité en una cafetería del centro, muy cerca de la comisaría. Quería conocerlo en persona. Tristán llegó a la hora acordada. No era como yo creía o como lo había descrito físicamente: era mejor. Se sentó y me miró fijamente a los ojos.
––O sea que tú eres el hijo de la chingada que me trae de un lado a otro resolviendo y arreglando crímenes. ¡No tienes madre! ¿Sabes que llego a mi casa la mayoría de las noches y no puedo dormir pensando a quién hay que salvar y a quién me tengo que ejecutar? ¿Te has puesto a pensar lo que pasa por mi mente?
En realidad tenía razón pero la verdad yo estaba encantado jugando a Dios.
—Todo es producto de la imaginación: ella tiene la culpa.
—Habría que meterle un par de plomazos a la tal imaginación, ¿no crees?
Terminamos nuestra plática conociendo nuestras aventuras y quedamos de vernos muy pronto… quizá para seguir escribiendo.