Hace algunos meses salió una serie de entrevistas entre Martin Scorsese y Ridley Scott donde afirmaban que el cine ha muerto. Básicamente se referían a que en la actualidad no hay historias, puro cine de superhéroe, violencia, destrucción de grandes ciudades. Yo voy a hablar de las nuevas plataformas y sus repercusiones.
En diciembre estrenaron dos películas de directores mexicanos en el cine: Bardo, de González Iñárritu (para mí inmamable); y Pinocho, de Del Toro (una joya).
Las dos primero entraron a las salas cinematográficas, pero al cabo de un par de días aparecieron en Netflix. Recientemente, también en esta plataforma, se estrenó la serie Merlina(Wednesday), de Tim Burton.
Los cines han sufrido la pandemia, como casi todos los espectáculos en el mundo. Y la mayoría de los grandes cineastas de décadas pasadas comienza a usar plataformas digitales para estrenar sus películas (recordemos El irlandés, de Scorsese; o Soul, de Disney).
El ritual de encontrar la película, trasladarse al cine, comprar palomitas y queso y una coca familiar para ir al baño 50 veces, entrar en la sala, buscar el lugar, esperar a que apaguen las luces y la pantalla se ilumine y luego irse por tacos a comentar la película no tiene el mismo significado para la gente joven que para los sexagenarios.
Cada vez tenemos más oportunidades de ver buenas producciones en las plataformas; son la nueva forma de ver las cintas; aunque la televisión durante muchos años se nutrió de las más grandes películas.
Las plataformas tienen muchas ventajas. Por ejemplo, poder parar en cualquier momento para ir al baño, regresar la cinta si a uno se le perdió algún diálogo y ver la serie o la película a la hora que uno quiera.
En fin, el cine es una de las cosas que las generaciones de los boomers realmente disfrutamos. Ya me imagino a un millennial viendo los 332 minutos que dura Napoleón, de Abel Gance, película muda y sin cortes. Seguro que ni le interesa.
Efecto Breaking Bad
Llamaron al famoso detective porque encontraron a la pobre Sofía López más fría que paleta helada de carrito en el parque México. Tenía los ojos abiertos y estaba cómodamente sentada con una manta en un mullido sillón. Enfrente de ella estaba prendida la televisión en la plataforma de Netflix y se veía en la pantalla uno de los últimos capítulos de la famosa serie Breaking Bad.
El cuerpo llevaba 24 horas en esa posición y tenía ya el rigor mortis. No había señales de violencia.
Halló el cuerpo la mujer que limpiaba la casa. Los hijos de Sofía habían estado con el papá de viaje de fin de semana y todavía no regresaban. Llegarían, contó la mujer, hasta el martes. Apenas era lunes por la noche y la mucama no sabía dónde había ido, porque Sofi le dijo que tenía tiempo sin distractores para ver la serie completa, ya que su marido y sus hijos no estarían en casa.
Tampoco se veía evidencia de robo o de violencia. Al parecer, a Sofía le dio un paro cardiaco.
El forense dictaminó que la muerte había sido natural, de un infarto, por un sobresalto seguramente causado por alguna escena impactante de la serie.
Tris hizo cálculos y dedujo la hora de la muerte. Lo que vio la occisa en aquel momento fue la escena de la muerte del narcotraficante dueño de las pollerías de la serie.
Cuando el marido regresó con sus hijos, le comentó a Tris:
—Yo siempre le dije que no viera ese programa, porque ella era muy impresionable con cualquier cosa.
No daba crédito de que su mujer no le hubiera hecho caso. Eso es lo que pasa con las plataformas. No había crimen que reportar.