Ella nació en San Petersburgo el 31 de enero de 1881, en un pequeño hospital donde su padre, Matvey Pavlovich Pavlov, servía en un regimiento. Su nombre fue Anna Pávlova.
Algunos afirman que sus padres se casaron un día antes de su nacimiento; otros, que años después. Su madre se llamaba Lyubov Feodorovna Pávlova y pertenecía a una familia de campesinos. En algún tiempo trabajó en la casa de un banquero judío, Lazar Polyakov, de lavandera.
Cuando Anna se hizo famosa, el hijo del banquero, Vladimir, afirmó que era hija ilegítima de su papá. El patronímico de Pávlova apareció mucho más tarde como el nombre artístico de la bailarina en una carta que ella misma utilizó en 1924.
Fue una niña prematura. Sus padres la mandaron a vivir con su abuela, quien la cuidaba. El amor por la danza nació cuando su madre la llevó a la producción original de Marius Petipa de La bella durmiente en el fabulosos Teatro Mariinski. Contaba con nueve años. No la aceptaron hasta un año después porque tenía una apariencia enfermiza. Su primera aparición fue en 1891 en la obra de Marius Petipa, Un cuento de hadas.
Sus compañeros se burlaban de ella por las piernas flacas y esbeltas y sus tobillos delgados, con apodos como La Escoba. Ni se inmutaba. Alcanzó a decir por aquella época: “Nadie puede llegar por ser talentoso. Dios da talento; el trabajo transforma al talentoso en genio”.
Después de algunos años llegó al teatro imperial. En 1909 viajó a Europa. Después de algunos avatares, el 16 de febrero de 1910 llegó a Nueva York, donde produjo una adaptación de La bella durmiente de 50 minutos. En 1911 viajó a Londres, Irlanda y Escocia.
Victor Dandré se casó con ella en 1914. Además era su manager. Cuando él murió sus restos fueron cremados y sus cenizas puestas debajo de las de Anna.
Mientras viajaba de París a la Haya enfermó y sus médicos le informaron que no podría volver a bailar, puesto que tenía neumonía. Ella se negó a una cirugía y dijo: “Si no puedo bailar, prefiero estar muerta”. Murió el 23 de enero de 1931.
Al día siguiente, según la tradición de “el espectáculo debe continuar”, estaba programada una función en que ella debía interpretar La muerte del cisne. Únicamente, con un proyector, se iluminó el escenario donde debería estar la bailarina.
Los servicios fúnebres se llevaron a cabo en la Iglesia ortodoxa de Londres y su cuerpo fue incinerado. Sus cenizas se depositaron en el crematorio de Golders Green, donde su urna estaba adornada con unas zapatillas de ballet, mismas que, por supuesto,fueron robadas.
Para 1926, durante un viaje a Nueva Zelanda en una gira mundial, el chef del hotel donde se hospedaba Anna inventó la pavlova, el postre que ahora lleva su nombre, para sorprender a la bailarina.
La pavlova está hecha con una base de merengue horneado con una capa de crema batida que representa el tul de la falda; encima del merengue vienen los frutos rojos frescos y una salsa de mermelada. Es una delicia.
La pavlova
Estando con Lore comiendo en un restaurante de un famoso centro comercial al sur de la ciudad, la niña quería un postre. Tris conocía la historia de la pavlova, un postre realizado con merengue que sabía que a Lore le iba a encantar.
Pidieron la tarta y mientras la comían Tris le contó la leyenda a la niña. Al terminar, ella muy seria y circunspecta le dijo:
—Tris, ¿podemos tomar clases de ballet?
El rio y le contestó:
––Si quieres tú, porque yo ya me veo envuelto en una falda de tul rojo…
––Ándale, Tris, no seas malo.
Esa tarde, después de pagar la cuenta, fueron a buscar por su casa una clase de ballet. Al encontrarla Tris preguntó a la dependienta.
––¿Podría aceptarnos a los dos para tomar clase?
Para sus adentros se dijo: “Debo estar loco o querer mucho a esta escuincle. Donde se enteren en la oficina que voy a tomar clases voy a ser el hazmerreír”.