METINIDES

“Al parecer la fascinación por el morbo es una parte intrínseca de los humanos”.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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No hay nada peor que una imagen nítida de un concepto difuso.

Ansel Adams

Enrique Metinides murió en días pasados a los 87 años. Fue un fotógrafo mexicano de nota roja. Todo comenzó cuando él, siendo niño, su padre de origen griego le regaló una cámara fotográfica. Enrique comentó que en vez de ir a jugar detrás de una pelota le gustaba fotografiar accidentes, una fascinación que tuvo hasta los últimos días de su vida.

Su primera foto la publicaron cuando tenía doce años, por lo que automáticamente se ganó el apodo de El Niño. Su primer trabajo fue de asistente del fotógrafo Antonio Velázquez para el periódico La Prensa, donde destacó por varias décadas.

Con los años le dieron un permiso especial de la Cruz Roja para viajar en las ambulancias y poder sacar sus placas. Inventó un sistema de claves para la radio que se siguen usando; por ejemplo, un “cinco” es un herido y “bravo” es bala.

Sus temas eran incidentes policiacos, desastres, incendios, accidentes viales y donde hubiera muertos y mucha sangre.

Una de las últimas y más representativas imágenes que tomó fue la de “Adela Legorreta Rivas atropellada por un Datsun blanco”. Ella era periodista; había acudido a un salón de belleza porque tenía la presentación de su último libro. Es la justa medida del estilo de Metinides: en su obra encontramos las grandes paradojas de la fotografía y lo que la activista Susan Sontag (de quién hablé hace algunos meses) define como debilidad: “La facilidad que tiene la cámara de embellecer la fatalidad”, diría la poeta y cineasta.

Él afirmaba que sus influencias fueron las películas de gánsteres que veía de niño en un cine que era propiedad de su cuñado, donde trabajaba su hermana y no le cobraban la entrada.

Sus impresiones fueron expuestas en Casa de América, en Madrid, España; la Central de Guadalajara, en Jalisco; The Photographers’ Gallery, en Londres, Reino Unido; la Galería de Anton Kern, en Nueva York; y en el Museo del Estanquillo, en la Ciudad de México.

Le tenía pavor a los aviones porque le tocó ver un par de accidentes aéreos y retratarlos. Nunca se subió a uno, así que no pudo estar en ninguna de sus exposiciones en el exterior.

Publicó 101 Tragedies of Enrique Metinides, que son una selección de sus mejores obras. Su estética ha sido revalorada no solo por fotografiar la tragedia humana, sino también por elevarla al nivel de arte.

Hay que recordar que Andy Warhol en 1963 publicó 5 Deaths, donde muestra la volcadura de un automóvil y debajo de él a una mujer muerta.

Al parecer la fascinación por el morbo es una parte intrínseca de nosotros los humanos.

Hay en YouTube una serie de reportajes sobre la vida de este singular personaje, así como un documental que lleva por título El hombre que vio demasiado, de Trisha Ziff, bastante recomendable, donde el mismo Enrique cuenta pasajes de su vida desde la niñez hasta su jubilación. Un buen ojo para entender el complejo mundo del fotógrafo.

La foto de la prensa

Uno de los primeros casos que resolvió, cuando apenas tenía unos 19 o 20 años, el buen Tris fue aquel de la señora atropellada por un Datsun blanco. Ella se llamaba Adela Legorreta. Al ver la fotografía publicada por la prensa y con la autoría del fotógrafo Metinides recordó cómo había muerto su madre muchos años antes: era el mismo accidente fatal que acabó con su progenitora, cuando él era un niño de cinco años.

Al ver la fotografía Tris tuvo que respirar hondo; asomó por su ojo derecho una pequeña lágrima que rápidamente quitó con la mano. El conductor del vehículo se había dado a la fuga.

Tris descubrió que la señora Adela ese día iba a presentar un libro donde dejaba mal parado a un funcionario público. Supo inmediatamente quién era el autor intelectual, pero primero tendría que encontrar al asesino material.