LOS FALSIFICADORES

“La atención de la clase política nacional se enfoca en la elección presidencial de 2024”.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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“La falsificación y la contraparte de la naturaleza se reproducen en el arte”.

Henry Wadsworth

La primera vez que se tuvo conocimiento de falsificaciones en nuestro territorio se remonta a la época prehispánica. Fue con el cacao. Hay que recordar que este alimento se utilizaba como moneda de cambio en el imperio Azteca. Según su mitología, fue el dios Quetzalcóatl quien les dio a los hombres las semillas del cacao para tener un alimento y, posteriormente, lo empezaron a usar como moneda porque no pesaba y era fácil de transportar. Hay vestigios que muestran que las semillas de este producto eran extraídas de la cáscara y en su lugar ponían tierra. O sea, qué transas hemos sido, prácticamente desde siempre.

Uno de los más grandes falsificadores que México ha tenido en sus anales es Héctor Donadieu, mejor conocido como Enrico Sampietro. Usemos el recurso de la imaginación y remontémonos a 1934, cuando en la Ciudad de México detectaron la circulación de grandes cantidades de billetes falsos de 20 dólares.

Pasaron los días y, al cabo de una serie de investigaciones, dieron con Sampietro, un falsificador perseguido por todo el mundo. Lo metieron en Lecumberri. Ahí conoció a un sacerdote jesuita de nombre José Aurelio Jiménez Palacios (de quien se dice que fue encarcelado por haber bendecido la pistola que utilizó León Toral para matar al general Obregón) que dirigía una organización clandestina cristera a la que llamaban “La Causa de la Fe”.

El curita (nada pendejo) aprobaba y justificaba la implantación de billetes falsos porque, según sus propias palabras, perjudicaba al Estado. Enrico Sampietro le ofreció fugarse de la cárcel a cambio de falsificaciones para la causa. Hicieron varios planes para escaparse: cavar un túnel, salir de manera violenta y, la que usaron, que fue corromper a las autoridades. El director del penal, Carlos Franco Sodi, renunció intempestivamente poco antes de la fuga. Se dice que los de la liga lo compraron y por eso renunció. El caso es que el padrecito decidió que no podía fugarse pues afirmaba ser inocente, pero la maquinaria estaba echada a andar. Las autoridades corruptas decidieron ayudar al falsificador y éste escapó de la cárcel. Estuvo prófugo varios años, haciendo muchos billetes falsos para “La Causa de la Fe”. Sampietro usó varios seudónimos, incluso utilizó el nombre de su extinto hermano muerto durante la Primera Guerra Mundial. Lo volvieron a aprehender por falsificar billetes de 20 y 100 pesos. Tras cumplir su condena, en el año de 1961 fue deportado a su país de origen, Francia.

Los verdaderos falsos

Tris llevaba ya algún tiempo buscando a un maleante que había matado a mansalva a un par de cristianos en una trifulca allá por la famosa cabeza de Juárez (que, dicho sea de paso, qué cosa tan espantosa, deberían matar a Lorenzo Carrasco). El detective sabía que vivía por ahí porque un soplón le pasó el dato. Muy cerca de ahí encontró una pequeña construcción como de unos 120 metros cuadrados. Allanó la puerta de una patada. Tenía una orden de cateo que consiguió con la policía de Iztapalapa. Pero al entrar, cuál sería su sorpresa al ver una máquina, una especie de imprenta que reproducía billetes de 500 pesos. Junto al artilugio estaban dos hombres trabajando, quienes, al ver a Tris, se quedaron congelados del miedo. Tris, pistola en mano, preguntó tranquilamente por el sujeto que venía buscando. Los tipos movieron la cabeza al unísono en señal de negación. Tris cortó cartucho de su Glock. Uno de ellos afirmó.

–– No conocemos a ese hombre. De hecho, nosotros trabajamos para el cura de la parroquia para ayudar a los pobres a mantenerse.

–– Llévenme con el padre. ¡Si no, aquí se mueren!

Los hombres abrieron una puerta y caminaron enseñándole el paso a Tristán. Al llegar a una vecindad pasaron por pequeños cuartos hasta dar con una puerta que comunicaba con la sacristía de la iglesia. Ahí estaba el sacerdote repartiendo billetes a una fila como de 100 personas.

Uno de ellos interrumpió al padre, que volvió absorto al ver a Tris.

––¿Quiere dinero? Tendrá que formarse.

––Estoy buscando a Francisco Outon. Mató a dos personas hace un par de días.

––¿Cómo dice que se llama?

––Francisco. Le dicen Paco.

–––¿Si le digo dónde encontrarlo nos dejará en paz?

Tris encontró al asesino. Este, al tratar de dispararle, recibió tres balazos de la pistola de Tris, quien tuvo que hacer el papeleo, pero no mencionó nada del padre ni de los falsificadores.