JORGE MACIEL

Es la mejor apuesta que los integrantes del IPN podrán hacer.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
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Hay hombres que luchan un día y son buenos./ Hay otros que luchan un año y son mejores./ Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos./ Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht

Desde 1936, siendo presidente de la República el general Lázaro Cárdenas del Río, se fundó el Instituto Politécnico Nacional (IPN). Esta casa de estudios se creó bajo los lineamientos de la Revolución Mexicana.

A lo largo de más de 80 años en las aulas de esta institución rectora de la educación tecnológica se han formado más de un millón de profesionistas sobresalientes que han soportado el desarrollo de nuestro país con los grandes proyectos de infraestructura en Pemex, en la CFE, en el Metro de la Ciudad de México, en las telecomunicaciones y la radiodifusión, en la industria metalmecánica, etcétera.

Entre ellos se encuentran Gilberto Calvillo Vives, Carlos Casas, Juan Celada, Luis de la Peña, Alejo Peralta, Víctor Bravo Ahuja, Eugenio Méndez Docurro, Héctor Mayagoitia, Carmen de la Fuente, Ruth Rivera Marín, Reyes Tamez y José Antonio Padilla Segura, por mencionar solo a algunos.

Todos ellos, con sus aportaciones, han forjado las industrias petrolera, eléctrica, metalmecánica y de telecomunicaciones; han ayudado a la educación; en fin, una institución grande con grandes ideales y grandes mujeres y hombres.

El Poli está a punto de nombrar a sus nuevos dirigentes. Es por ello que me viene a la memoria solo un nombre para cumplir con los más altos estándares que esta institución merece. Me refiero al ingeniero Jorge Maciel Suárez (no todos los Maciel son iguales).

Hombre cabal, él estudió Ingeniería en Comunicaciones y Electrónica de 1961 a 1964, egresado de este plantel. Tiene tres maestrías y un doctorado en Ciencias de la Educación en otras escuelas, además de ser catedrático y haber ocupado varios cargos dentro de la institución con gran reconocimiento a nivel nacional e internacional.

Es, pues, la mejor apuesta que los integrantes del IPN podrán hacer. Entre sus planes están una reforma académica integral politécnica; nuevos modelos educativos; impulsar el posgrado para la investigación científica, tecnológica y de innovación; mayor impulso a la extensión y difusión integral del conocimiento; más flexibilidad en la gestión administrativa; buscar los niveles de excelencia de clase internacional e incrementar la oferta educativa disminuyendo el costo por alumno sin sacrificar la calidad y los objetivos.

Y, por supuesto, usar las nuevas herramientas y modelos de la educación a distancia, en línea y presencial.

Sin duda este es el hombre que el Poli necesita.

Su amigo politécnico

El papá de Tris tenía un amigo egresado del Instituto Politécnico Nacional, José Antonio Padilla L., quien trabajó muchos años en el Metro de la Ciudad de México y cada vez que había un asesinato o un muerto por atropellamiento José Antonio llamaba a Tristán padre. Él en alguna ocasión llevó a su hijo, quien ya estudiaba en la escuela de policía.

Encontraron un cuerpo calcinado por las vías del tren y la operación del subterráneo estaba parada en la estación Balderas. Tenían que sacar el cuerpo para poder seguir con el día a día, que ya empezaba a congestionarse. Hicieron las placas fotográficas y pudieron levantar el cuerpo. El padre de Tristán le dijo a su amigo que parecía un accidente pero harían un examen toxicológico para demostrarlo. Fue la primera vez que Tris supo a qué olía un cuerpo quemado.

Al hacer la autopsia encontraron restos de cocaína, que le hicieron perder la razón. El padre de Tris no se equivocó, pero le dio un consejo a su hijo:

—Nunca supongas nada y lo des por hecho hasta no comprobarlo.

El joven cuestionó:

—Pero pa, tú afirmaste que era un accidente y no te equivocaste.

—Eso se llama experiencia, mijo.