Cuanto más conozco al hombre más quiero a mi perro.
Adolf Hitler
Se dice que el Führer era vegetariano, que no fumaba ni tomaba y que le fue fiel a su novia y fotógrafa, Eva Braun. Bueno, hasta era espiritual y un tanto religioso. Hay que recordar que antes de suicidarse se casó con Eva. ¿Quizá para limpiar un poco sus culpas? No lo sabemos, pero lo que nos queda claro es que tuvo un amor por los animales, en especial por una perra pastor alemán llamada Blondie (tropicalizándolo sería “Güerita”).
Fue Martin Bormann, hombre de confianza, contador (en ese momento director del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) del líder nazi, quien años antes, en 1941, le regaló la perrita.
Muchos de sus más allegados afirmaban que quería más a Blondie que a la mismísima Eva. Lo más sorprendente es que antes de matarse Hitler pidió a su guardia personal que le pusiera al animal una cápsula de cianuro en el hocico. La perra se resistió, pero al final acabó tragándola. Era uno de los pocos seres que de verdad quería: no consentiría que fuera vejada por los soviéticos. Además, su sacrificio sirvió para verificar que el veneno no había sido modificado ni cambiado, lo cual podría hacer que los capturaran.
Al final ordenó que se llevaran el cadáver y los cuatro cachorros recién nacidos a la calle. Ellos fueron muertos por la Luger del soldado, que puso una bala en cada uno de los pequeños.
Dato curioso: a Adolf le gustaba pintar.
Se dice que Winston Churchill era alcohólico, carnívoro, fumador empedernido (fumaba de siete a cocho puros por día), mujeriego y amante de trabajar desde su cama.
Desayunaba un vaso de Whisky, una botella de champaña con jugo de naranja. Comía el famoso filete Wellington mientras fumaba. Buscaba amor donde se pudiera.
Lo apodaron The Pug, que fue el nombre de su primer perro, un dodo bulldog que compró después de vender su bicicleta a los 17 años, afirman sus biógrafos.
Durante la guerra lo acompañó un caniche marrón de nombre Rufus, que murió en 1947 y fue sustituido por Rufus II. Estos perros lo acompañaban a todos lados. Hasta cuando era primer ministro acabó adoptando a un perro que llegó de sorpresa a la calle y se posó en la puerta de Downing Street.
Dato curioso: a Winston le gustaba pintar.
Las pinturas
Tris tenía unos pequeños hobbies que heredó desde joven: uno era coleccionar libros y revistas y el otro era pintar.
No tenía oficio ni beneficio. Su papá, con cierta razón, le dijo que si estudiaba pintura con alguien acabaría repitiendo lo que su maestro le enseñara: mejor era irse por la libre y así no tendría ninguna influencia más que la de él mismo.
Encontró que el expresionismo abstracto se le daba muy bien. Jackson Pollock, sin Tris saberlo, se convirtió en su influencia más cercana y al final, sin conocerlo, comenzó a imitar su manera de pintar. Total, solo había que poner el lienzo en el piso y regar la pintura de formas caprichosas.
Preparaba sus telas con manta, porque su papá le enseñó que esta tela absorbía mejor el color de los acrílicos. Las preparaba con blanco de España, dejaba que se secaran y luego comenzaba a pintarlas. Su color favorito era el rojo.