Surgido en Alemania a principios del siglo XX, un movimiento que cambiaría la concepción del arte para siempre se plasmó en una gran cantidad de diferentes campos: artes plásticas, arquitectura, literatura, música, cine, teatro, fotografía, danza, etcétera, aglutinando a artistas con connotaciones muy diversas.
En reacción al impresionismo y frente al naturalismo de carácter positivista, defendía un arte más personal, más profundo de las vilezas humanas: me refiero al Expresionismo alemán.
Suele considerársele como la deformación de la realidad para representar de forma más subjetiva la expresión de los sentimientos.
Y aunque hay algunos artistas como El Greco o Francisco Goya que —solo que siglos antes— encajan en esta corriente, la salvedad es cuando los críticos se refieren a ellos ponen “expresionismo” con minúsculas, para hacer la distinción de Expresionismo (con mayúscula) para el movimiento alemán.
En el ramo del cine y la fotografía este género tuvo grandes exponentes, se dio básicamente entre las dos guerras (1919-1945) y fue reflejo de una sociedad que trataba de mostrar otra cara de la moneda.
Precisamente, en el ámbito cinematográfico hay que recordar a Friedrich Murnau con su famoso vampiro Nosferatu, que se estrenó el 15 de marzo de 1922 y donde se muestran los horrores del ser humano a partir de una leyenda rumana sobre un ser despiadado que empala a sus víctimas y las deja colgadas por meses, inspirada en la novela Drácula que Bram Stoker publicó en 1897.
Murnau comienza pues de manera significativa con lo que hoy se conoce como el cine de terror, donde los escenarios se deforman, los claroscuros están a la vista y las actuaciones se exageran (hay que recordar que estos filmes se hacían en blanco y negro), hoy tan socorrido por los pubertos; y he de confesar que a mí me encanta que me saquen alguno que otro pedito.
Hay un actor que destaca dentro del género de horror y pertenece al Expresionismo alemán, aunque es de origen austro-húngaro: me refiero a Béla Ferenc Dezsö Blaskó, mejor conocido por su nombre artístico de Bela Lugosi. Él se estrenó con la película Drácula, de Tod Browning, de 1931.
Bela participó en más de 120 cintas, casi todas ellas sobre monstruos sobrenaturales; lo curioso del caso es que actor al final de su vida vivía obsesionado con el personaje y cuentan las malas lagunas que dormía de día en un sarcófago que le regalaron en uno de sus filmes… y vivía de noche.
Ed Wood, a quien se considera el peor cineasta del mundo (yo conozco algunos peores; hay que ver algunas películas del Santo y seguro se llevan el campeonato), al final de la vida del histrión logró hacer pequeños clips con el personaje para muchos años después de su muerte armar una cinta (bastante mala), Glen o Glenda.
Lugosi murió a los 73 años en Los Ángeles de un ataque al corazón. Sus familiares lo disfrazaron del conde vampiro y lo enterraron en el ataúd donde dormía. La expresión de su rostro era de horror, como en las películas del Expresionismo alemán.
El vampiro
En la colonia Roma encontraron una serie de cadáveres muy extraños, ya que al hacerles la autopsia no tenían ni una gota de sangre y mostraban mordeduras de perro por todo el cuerpo. El tercero apareció debajo del David en la plaza Río de Janeiro con dos pequeñas incisiones en el lado izquierdo de las carótidas y mordidas.
Mandaron a investigar a Tris, quien al ver el cuerpo en la morgue comenzó a recordar que muchos años atrás se decía que en la calle de Puebla vivía un hombre que tomaba sangre de toro. Al acudir a la dirección encontró una reja con varios perros Rottweiler, conocidos como canes carniceros; en el ambiente había un olor a sangre podrida.
Al tocar el timbre salió a abrir la puerta un hombre como de 50 años, fuerte y vigoroso. Tris le preguntó si podía pasar; el sujeto accedió. Ya en el interior de la vieja casona, decorada con mal gusto y llena de piezas de taxidermia, el olor aumentó.
Tris sacó la pistola muy despacio; su sexto sentido nunca se equivocaba; el hombre trató de morderlo; pero Tris logró zafarse, lo amagó e hizo que confesara sus crímenes.
La sangre la usaba para dársela a sus cuatro perros. Tris agarró un cuchillo y lo degolló, pero antes puso una vasija para recoger la sangre. Cuando el cuerpo se terminó de vaciar, llevó el plato a donde se encontraban los perros y lo puso en el piso. Luego llevó el cuerpo al jardín, donde los perros tuvieron su festín.
Como siempre, nadie lo vio salir ni entrar. En el reporte policiaco apareció que el hombre, de nombre, Jorge Mota, fue comido por sus perros. Nadie volvió a preguntar nada.