Recordará bien el lector que para muchos chicos en los inicios del nuevo milenio el mejor lugar para conseguir música era internet: las plataformas elegidas por la entonces adolescente generación eran Kazaa, Napster, Morpheus y una larga lista de torrents que se compartían de boca en boca a medida que eran descubiertas.
Su lista de descargas estaba llena de los clásicos del momento, como Backstreet Boys, NSYNC, Britney Spears, Christina Aguilera y Mariah Carey, sin olvidarnos del Now That’s What I Call Music.
Básicamente, quien tenía acceso a internet descargaba música gratis y nadie sabía que había algo malo en ello. Todos pensábamos que era solamente una forma nueva de escuchar música y una forma de explorar la red.
Pero a diferencia de la gran mayoría de adolescentes y adultos jóvenes que consumían música de esta manera, en 2000 Michelle Maalouf fue una de las desafortunadas personas que recibieron una demanda por infracción de derechos de autor presentada por la Recording Industry Association of America (RIAA): “Un día mis padres recibieron una carta en el correo que decía que nos demandaban por descargar música y, por supuesto, me preguntaron: ‘¿Qué es esto?’”, señala Maalouf en entrevista para la revista Rolling Stone.
Los padres de Maalouf llegaron a un acuerdo con la RIAA. No mucho tiempo después, Maalouf recibió una llamada de un director de reparto y se encontró, junto con otros adolescentes que habían sentido la ira de la industria de la música, apareciendo en el reparto de niños en un comercial del Super Bowl que anunciaba una asociación entre Apple y Pepsi para regalar un millón de descargas gratuitas, legales, en la iTunes Store recién lanzada.
“Obviamente, después de eso tuvimos mucho cuidado de no descargar nada gratis que no sabíamos que era legal”, comenta Maalouf, quien ahora trabaja como consultora para empresas de tecnología. “Pero durante mucho tiempo todavía conocí a personas que descargaban música gratis de manera ‘ilegal’ y nunca pasaba nada”.
Presencia
En los anales de las desastrosas decisiones de relaciones públicas corporativas pocas son tan malas como la respuesta de la industria de la música a la piratería a principios de la década de 2000. Además de demandar a usuarios individuales los sellos discográficos enterraron a Napster, Kazaa y Limewire con desafíos legales. El daño que la piratería hizo a los ingresos de la industria a mediados de la década de 2000 fue devastador, pero aun peores fueron las heridas autoinfligidas a la reputación de dicha industria, que complican una crisis de derechos de autor posiblemente mayor que ocurre en este momento, casi dos décadas después.
La infracción de derechos de autor afecta en 2021 menos a las personas en los rastreadores de torrents que a algunos de los sitios web más grandes del mundo, como YouTube y Twitch. Los contornos son drásticamente diferentes a los días en que gastar más de 18 dólares por un CD de repente era inútil cuando solo se quería obtener el sencillo.
Hoy la música es una presencia constante —si no un componente fundamental— en las plataformas más valiosas de internet. Sin embargo, los músicos, artistas y compositores rara vez reciben una compensación como debe ser. Las razones son innumerables: la explotación es un monstruo de varias cabezas, pero una de ellas es una parte de la legislación de derechos de autor, la Ley de Derechos de Autor del Milenio Digital.
Más sobre el tema en la siguiente entrega.