VARGAS LLOSA CONTRA GABO

Columnas
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Vargas Llosa contra García Márquez

La literatura es el arte de la palabra.

El escritor peruano con nacionalidad española y dominicana, Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, recientemente fallecido en Lima a la edad de 89 años, tuvo uno de los eventos más desafortunados en la vida de los escritores latinoamericanos cuando, en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, golpeó a Gabriel García Márquez en el ojo izquierdo.

Años antes estos dos colosos de la literatura fueron muy amigos. Testimonio de esto son algunos libros, como Las cartas del Boom, una recopilación de la correspondencia que cruzaron cuatro grandes novelistas: Carlos Fuentes, Julio Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa.

Ya para 1967, en el mes de septiembre, El Gabo y Mario se habían reunido en Lima para hablar de la literatura latinoamericana, conversaciones plasmadas en el libro Dos soledades cuatro meses después de que García Márquez publicó su más célebre novela, Cien años de soledad.

Los dos novelistas fueron amigos que compartieron no solo el gusanito por la literatura, sino también tertulias, fiestas y hartas mujeres.

El conflicto nunca ha sido del todo esclarecido. El evento quedó inmortalizado por el fotógrafo Rodrigo Moya en una imagen donde se ve a García Márquez sonriente, pero con el ojo izquierdo ennegrecido, pues la foto es en blanco y negro.

Mario caminó despacio hasta encontrarse con el autor de El coronel no tiene quien le escriba y le propinó un puñetazo en el ojo. Vargas Llosa se retiró luego sin decir una sola palabra.

Las versiones afirman que fue porque El Gabo coqueteaba con Fidel Castro y el comunismo, mientras que Mario no; aunque a mí me gusta más la versión chismosa que afirma que el buen García Márquez trató de seducir a Patricia, la entonces mujer de Vargas Llosa. Hay que recordar que el autor de La hojarascatuvo una hija extramarital llamada Indira Cato cuando estuvo en Cuba, como quien dice, al Gabo le encantaba subirse al guayabo.

Patricia, en una visita a México, se fue a comer con Mercedes, la esposa del escritor colombiano, y una bola de amigos. La reunión se prolongó y acabaron todos en una discoteca del centro de la ciudad. Patricia le pidió a Mercedes si al día siguiente la podía llevar al aeropuerto, a lo que Mercedes declinó, pues tenía cosas que hacer. El coscolino del Gabo se apuntó a llevarla al aeropuerto. Al día siguiente, García Márquez pasó al hotel por ella, en el camino se perdió (algunos afirman que lo hizo a propósito) y en tono de broma le dijo a Patricia:

—Bueno, si pierdes el vuelo, en la noche hacemos una fiesta.

Algún malintencionado, o la misma Patricia, contaron el incidente al escritor de Pantaleón y las visitadoras. Esto lo enfureció a tal grado, que cuando volvió a ver a su examigo le puso un putazo en la cara.

Sea como fuere, nunca más se volvieron a hablar. Hay que recordar que Mario también tenía cola que le pisaran. Primero se casó con su tía, Julia Urquidi, y aunque el parentesco no era de sangre, era su tía, quien además tenía diez años más que él. El amor quedó plasmado en el libro La tía Julia y el escribidor. Después se casó con la sobrina de su esposa, Patricia, y al tiempo tuvo un tórrido romance con Isabel Preysler.

Como quien dice: los dos eran muy cabrones para las mujeres. Las malas lenguas cuentan que Isabel lo dejó por carta tras tener un pleito en el baño en vísperas de la Navidad. Mario dio un portazo y regresó a su casa de soltero, para luego volver con Patricia.

Resulta interesante pensar que estos dos grandes del boom latinoamericano eran tan sensibles con respecto del sexo, que no permitían —como buenos machos alfa— que les tocaran a sus hembras. Hoy a los dos los hubieran colgado con toda la razón los seguidores del #MeeToo.

Por una vieja

Los dos amigos llevaban muchos años de fraternal amistad y aunque no vivían en la misma ciudad se frecuentaban por lo menos una vez al año. Se escribían cada mes y quedaban de verse en algún lugar del mundo. Se reunieron en la Ciudad de México y se fueron de parranda.

En aquellos años había muchos antros llenos de puchachas de la calle; a los dos les llamó la atención una trigueña de ojos claros y se apresuraron a abordarla. Mario fue más rápido, pero Gabriel tenía mejor rollo. Y aunque Mario era más guapo, Gabriel con su encanto la “sedujo” mucho mejor. Mario se encabronó, pues no soportaba que alguien le bajara a una dama, así que se paró junto a su amigo y le soltó un madrazo que lo mandó al suelo. Nunca más se volvieron a hablar.