V DE VENGANZA

Juan Pablo Delgado
Columnas
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V de Venganza

Cuando necesiten una buena dosis de polémica siempre pueden confiar en Francis Fukuyama. En su más reciente comentario en la revista Foreign Affairs el analista político propone una hipótesis: a pesar de que la democracia ha retrocedido por casi dos décadas, 2024 ha sido un buen año para este sistema político a nivel mundial.

Si no se acuerdan, 2024 fue llamado “el año de la democracia”, ya que en más de 100 países, incluidos ocho de las diez naciones más pobladas, hubo o habrá elecciones para cambiar a sus gobernantes. En total, más de la mitad de la población global —unas cuatro mil millones de personas— tendrían la posibilidad de votar.

Fukuyama reconoce que no todo ha sido color de rosa: en algunos lugares, políticos autoritarios salieron victoriosos. Pero basta ver lo ocurrido en Taiwán, Finlandia, Sudáfrica, India, Mongolia, el Parlamento Europeo y muchos otros lugares para ver que hay esperanza para los defensores del liberalismo democrático.

Fukuyama concluye diciendo que la lección en todo esto “es que la victoria de políticos populistas o autoritarios no es inevitable”. La regresión democrática puede detenerse y resistirse y que incluso en estos “tiempos desalentadores”, los ciudadanos tienen el poder de elegir un mejor futuro. ¡Hasta aquí todo bien y bonito!

Pero inmediatamente nos encontramos con un problema que descarrila todo nuestro optimismo en la humanidad: la elección en Estados Unidos, que debido a su peso económico y geopolítico importa más que todas las otras elecciones juntas. ¿Y cuál es el pronóstico a pocos días de los comicios? Obviamente el más aterrador: Trump seguramente saldrá victorioso.

Esto en sí mismo ya es una catástrofe suficiente, pero me temo que las consecuencias para el futuro serán aún peores. Porque el hecho de que Trump tenga siquiera una posibilidad de ganar habla de un nihilismo tóxico que se ha apoderado de la sociedad estadunidense, el cual no creo que desaparecerá en el corto plazo.

Retórica

Por años el electorado ha visto que Trump es un mitómano, megalómano e ignorante: no les ha importado. Por meses se ha comprobado que la economía gringa está pasando por uno de sus mejores momentos en la historia (“La envidia del mundo”, dijo The Economist): vale madres. Se ha dicho que los aranceles de Trump perjudicarán a los más pobres: la gente adora esta estrategia. Se sabe que su retórica es similar a la utilizada por Hitler y Mussolini (llamando “parásitos” a sus enemigos): no es relevante. Él mismo ha dicho que quiere utilizar al Poder Judicial para perseguir a sus opositores y usar al Ejército para reprimir a sus enemigos: nobody fucking cares!

Es obvio que a estas alturas del juego ningún votante puede fingir ignorancia: todos saben perfectamente quién es y qué representa Trump. Pero quizás es debido a esto —y no a pesar de esto— que millones de electores votarán por él.

Porque como explica Tom Nichols en The Atlantic, para millones de personas esta elección es un simple acto de “venganza social”. Son millones los que celebran que Trump sea aterrador, que diariamente cruce los límites de la decencia y que amenace con violencia a sus opositores. Son millones los que voluntariamente decidieron creer y consumir diariamente la dieta tóxica de injurias, resentimiento social e inseguridades que promovió Trump y que ahora estalla como una pasión anárquica que busca castigar, humillar y hundir en la miseria a todos aquellos que han sido señalados como culpables de causar estos agravios (la mayoría agravios imaginarios).

Kamala Harris no puede competir contra esto. Ella podrá proponer todas las políticas sensatas que gusten y hablar de virtudes republicanas, pero al final este tipo de discurso no es competitivo por una sencilla razón: a gran parte del electorado ya nada de esto le importa, ya sea por ese profundo resentimiento social o por el simple placer de ver al mundo arder.

Todo esto nos lleva a una conclusión terrible: a lo que Estados Unidos se enfrenta no es a una elección, sino a una pugna fratricida. O dicho de otra manera, el 5 de noviembre no será un proceso democrático: será una vendetta contra la decencia, la integridad y la razón. Espero estar equivocado.