Si el aburrimiento matase, en el mundo solo habría tumbas.
De La tumba, de José Agustín
José Agustín Ramírez Gómez es el nombre completo de este singular escritor que solía firmar solo como José Agustín. Nació en Guadalajara, Jalisco, el 19 de agosto de 1944, y su reciente fallecimiento es una gran pérdida para la literatura latinoamericana
Es el gran exponente de la literatura de la Onda, donde se escribía de manera relajada y fuera de los estándares normales, siendo un hacedor de la contracultura junto con Gustavo Sáinz, Parménides García Saldaña y René Avilés Fabila.
Creó un estilo único, sin tapujos, abordando temas tabú como sexo, drogas y rock and roll. Con sus novelas logró demostrar la importancia que tenía la juventud en ese momento, confirmada con el Mayo francés y el movimiento estudiantil de 1968 en México.
Escribió más de 50 publicaciones, entre las que destacan La tumba (1964), Ciudades desiertas (1982) y Tragicomedia mexicana (2013). También incursionó en el teatro, dirigió cine y fue productor de televisión.
Lo menciono porque, junto con Jorge Ibargüengoitia, fue el promotor de mi interés por la literatura cuando estaba en la secundaria (hace un chingo de años). El maestro de Literatura Mexicana Perico López nos permitió leer De perfil. Fue una sorpresa descubrir que en sus páginas hablaba de un maestro que yo conocía: el señor Cupich, un profesor de la escuela donde yo había estudiado (el pinche Colegio Simón Bolívar), que además estaba lleno de hermanos lasallistas pederastas, un tema del que en esa época no se hablaba. Pero, en fin, esa es otra historia.
Quedé fascinado con el texto, así que le pedí a mi maestro que me recomendara más libros de José Agustín. Perico López me dio una lista y corrí a la librería Gandhi a comprarlos. Eran La tumba y algunos de Gabriel García Márquez. Me encantaron.
Con el tiempo tuve la oportunidad de conocer al escritor, ya que había colaborado con Ricardo Rocha, conductor con quien yo trabajaba. Además, como ya había escrito y producido cine, teatro y televisión, fue muy grato platicar con él.
Vivía en Cuautla y ocasionalmente venía al programa que en ese momento yo producía (Animal nocturno). Platicábamos muy a gusto hasta que tuvo su accidente en 2009, donde se fracturó el cráneo y se rompió seis costillas en el Teatro de la Ciudad, en el estado de Puebla. No pude verlo porque se recluyó en su casa en Cuautla y en los siguientes años no se dejó ver para nada.
Ocasionalmente hablaba con él para saber cómo se encontraba. Cuando le pregunté qué hacía, me contestó: “Estoy esperando que llegue el momento”. Su hijo, Andrés Ramírez, mencionó que su papá le dijo: “¡Ya lo escribí todo!” Creo que nunca más tuvo una aparición en público. Descanse en paz.
Obsesión
Gabriel había estado escribiendo un cuento que su maestro de Literatura le había pedido. Su compañera Dora fue a decirle al profesor que el cuento de Gabriel era plagio. Al principio, Gabriel se ofendió. Luego se dio cuenta de que el maestro estaba confundiendo su trabajo con uno de Chejov y se sintió alabado por la comparación.
De todos modos, quería ver a Dora colgada de un árbol. Tomó su auto y viajó a casa de un amigo para nadar en la alberca de este; en el camino un sport lo rebasó y comenzó la carrera; en una curva pronunciada el sport se salió de la carretera; a Gabriel le valió madre.
Llegó a casa de su amigo y no mencionó nada. Con el tiempo decidió vengarse de Dora, pero terminó poniéndose de novio con ella para luego dejarla. Cuando regresó a clases un compañero suyo lo invitó a una fiesta. Ahí se encontró con su prima y acabaron en la cama.
Gabriel era bastante extrovertido y no tenía ningún problema en llevarse entre las sábanas a quien se le pusiera enfrente. Tenía una novia a la que le gustaba llevar al panteón Jardín y ahí, por las tardes, cuando el camposanto se encontraba desierto, le subía la falda y acababan haciendo el amor encima de las tumbas. Era un poco escalofriante, pero a Gabriel no le importaba; era muy promiscuo y tenía cierta fascinación por lo oscuro.
Un día invitó a uno de sus amigos a que conociera el mausoleo y le contó la historia de la novia. Su amigo le confesó que él también tenía una obsesión: tanto él como su papá tenían atracción por la violencia y siempre estaban presentes en el momento en que sucedía un acto que terminaba en sangre. El amigo de Gabriel se llamaba Tristán Carnales.