Aun cuando en cualquier escenario posible la relación México-Estados Unidos estaba en un punto de ebullición propicio para el endurecimiento, el triunfo de Donald Trump viene a proponer un escenario de retos mucho más hondos que aquellos que se avizoraban con la candidata demócrata.
Pero mucho hay que analizar en torno de lo acontecido electoralmente en Estados Unidos para poder llegar a aventurados pronósticos del cómo nos irá con quien ya es de nueva cuenta presidente de aquel poderoso país. Estamos ante una elección que vino a romper varios postulados preconcebidos, los cuales bien vale la pena pormenorizar.
La contienda en el país vecino nos viene a dejar algunas lecciones desde su origen. En primer término destaca un fenómeno que parece apersonarse a nivel global; me refiero a la poca confiabilidad que ya dan las encuestas. Cuántas veces no escuchamos previo a la elección en las urnas que el resultado de la misma sería sumamente cerrado, incluso dentro del margen de error, cuestión que a todas luces no se concretó al conseguir el ganador poco más de cuatro puntos porcentuales o algo más que cinco millones de votos arriba de su contrincante. Este es un punto que debe interesar a la totalidad de los encuestadores; cada vez estamos ante desenlaces distintos a aquellos que los números pronostican en las encuestas.
Por otra parte, queda confirmado que más allá de los dispendios publicitarios o las grandes estrategias de marketing político está una fórmula muy básica para candidatos encaminados al triunfo: la conexión emocional con los agravios de los ciudadanos es la clave para ganar adeptos. Trump supo identificar con gran acierto aquellos problemas que significan una profunda molestia en su vida cotidiana. Ahí la constante alusión a la economía fallida y el avivar el miedo y rencores sobre culpables reales o ficticios se convirtió en un discurso permanente que endureció la preferencia electoral sobre el hoy electo republicano.
Prepararnos
Asimismo, quedaron terriblemente cuestionados los postulados que identificaban preferencias electorales por segmentos o sectores de población. Trump obtuvo un apoyo significativo que se tradujo en el triunfo electoral, de minorías afroamericanas y latinas, aun cuando su discurso siempre estuvo en la línea del racismo. Además, el voto de los jóvenes por igual fue numeroso para el republicano a pesar de que su oferta siempre ha contradicho creencias de nueva generación, como la inclusión y la diversidad. Irónicos datos, pero real escenario cuando se analizan encuestas de salida y datos disponibles.
Es de subrayar también la gran estrategia empleada por Trump para darle la vuelta a los problemas legales y la pericia para llevar la discusión de un problema —o varios— a la cancha de la persecución política y la victimización. Es ahí donde el ahora presidente electo supo navegar sobre aguas turbulentas para aprovechar el vuelo de algo que una gran mayoría de los estadunidenses también siente como un agravio: la insuficiencia y el maltrato que conciben sobre el sistema legal de aquel país. Muchos no vieron a un criminal siendo procesado, sino a un rival siendo perseguido, por lo que la empatía de causa ganó numerosos adeptos electorales.
Finalmente, se acabó el mito de la popularidad y el empuje de los grandes apoyos donde el activismo de los Obama fue protagonista. Adicionalmente a los adeptos políticos de gran renombre, la suma de figuras con una enorme visibilidad como Taylor Swift, Oprah Winfrey o Beyoncé no hicieron diferencia alguna para Kamala Harris, pese a que una de sus estrategias fue la sobreexposición de famosos y populares personajes.
Lo que viene es de pronóstico reservado. México va a tener enfrente un mandatario empoderado en una victoria electoral donde se lleva todo, Senado y Congreso favorables que serán un soporte férreo a sus políticas y decretos. Si bien es verdad que nuestro discurso sobre el respeto a la soberanía y la no intervención tiene y tendrá peso y validez, igual de cierto resulta que después de una contienda tan polarizada Trump tendrá que mantenerse lo más apegado posible a sus propuestas de campaña. Ahí es donde no están las buenas noticias; hay que esperar lo mejor, pero debemos prepararnos para lo peor.