LOS TOROS

El toro bravo es consecuencia de la fiesta; es un animal privilegiado tratado con inmenso amor.

Sergio Pérezgrovas
Columnas
LOS TOROS

Desde su llegada a las tierras mexicanas de la mano de Hernán Cortés (el primer festejo taurino del que se tiene registro se realizó el 26 de junio de 1556) las corridas de toros han implicado mucho más que la muerte de los animales. La primera prohibición de esta fiesta se remonta a 1867 y la promulgó el presidente Benito Juárez.

Pero regresemos a la frase inicial de este pequeño escrito. Nada más cierto: yo mismo he sido testigo de cómo viven los toros de lidia, maravillosos seres, gracias a mi amigo Eduardo Martínez. En su rancho ganadero Los Encinos tuve la oportunidad de ver los pastizales, el campo abierto, el cielo azul, la comida y, sobre todo, a varios toros de lidia de gran tamaño.

La historia de la fiesta brava se extendió por todos lados y las manifestaciones culturales que ha tenido a lo largo de los años son muy extensas.

Habría que recordar, por ejemplo, en la música la ópera Carmen, de Georges Bizet, donde, en el segundo acto, el torero Escamillo canta a Carmen. O a Agustín Lara con su gran canción Silverio Pérez.

En la pintura la fiesta no se queda atrás. Goya es uno de sus grandes exponentes. Dalí y Picasso también dedicaron algunos lienzos a los toros.

Y qué decir de las arquitecturas de las plazas de toros como La Real Maestranza de Caballería, en Sevilla, que se inició en el siglo XVIII; o Las Ventas, en Madrid. Aquí en México hay varias, como La Petatera, en Villa de Álvarez, Colima. Esta plaza es particularmente interesante porque la arman y desarman todos los años.

La fiesta brava también se ha registrado magistralmente en la escultura. Hay que recordar El Toro de Wall Street, de Arturo Di Modica; o El Toro Farnesio y El Toro de Rodas. En nuestro país, el escultor Enrique Cabrera hizo el Toro de Oro. También están las 24 esculturas de la Plaza de Toros México, que realizó el valenciano Alfredo Just Gimeno.

¡Y qué decir del cine! Desde Rodolfo Valentino con Sangre y arena, o Mario Moreno Cantinflas en Ni sangre ni arena o en El padrecito, por mencionar solo algunas.

En literatura también hay grandes ejemplos: Federico Garcia Lorca en el poema Llanto por Ignacio Sánchez Mejías; o Rafael Alberti con su obra Corrida de toros; José Ortega y Gasset con el libro La caza; o Ernest Hemingway con su novela Fiesta, ambientada en Pamplona.

Y si hablamos de comida lo mismo pasa: les recuerdo las gaoneras, inspiradas en Rodolfo Bernal Gaona.

El siglo XXI trae nuevos retos y nuevas tecnologías. ¿Quién dice que no se pueden aplicar para dar lucimiento y conocimiento a las generaciones venideras sobre la Fiesta Brava? Usar, por ejemplo, TikTok para ver una buena verónica; o utilizar la Inteligencia Artificial (IA) para crear nuevas canciones o pinturas de toros; o usar Twitter para comentar y hacer polémica con frases que hablen de toreros; o el caralibro (Facebook) para pasar entrevistas o comentarios sobre algunas corridas; y ni hablar de la recién inaugurada Threads.

En fin, el reto es enorme y hoy celebro esta iniciativa de Tauromaquia Mexicana con su libro respecto del segundo concurso de ensayo sobre la tauromaquia y las nuevas tecnologías. Felicidades y enhorabuena. Lo pueden descargar en tauromaquia mexicana.com.mx.

El rejoneador

La plaza estaba vacía. Eran aproximadamente las siete de la tarde y el sol empezaba a bajar, así que había poca luz. En el centro del ruedo Tris alcanzó a ver algo parecido a un cuerpo tirado, ensangrentado. Al lado vio la sombra de un toro de gran tamaño, de unos 550 kilos.

No sabía cómo él había llegado ahí, pero se encontraba en plena arena. La Plaza de Toros México, que dicho sea de paso es la más grande del mundo, se inauguró el 5 de febrero de 1946 en la colonia de la Ciudad de los Deportes, junto a un estadio.

Tris caminó despacio hacia donde se encontraba el cuerpo. Se distrajo un momento al oír gemir al toro y a un caballo relinchar. Pero cuando regresó la vista el cuerpo ya no estaba; al igual que el toro, que misteriosamente desapareció de la nada. Solo encontró el sombrero de tres picos, llamado también tricornio. Dentro venía el apellido Funtanet.

Al regresar a la comisaría encontró que era un rejoneador que fue atacado por un toro y, aunque no murió en la plaza, sí a consecuencia del derribe de su caballo Recuerdo por un toro de lidia. Tris nunca encontró una justificación, así que colgó el gorro a la entrada de su casa para recordarle la muerte.