Todo es posible: hasta lo imposible es posible.
Mary Poppins
J. R. R. Tolkien y Walt Disney son dos figuras fundamentales del siglo XX que redefinieron la forma en que el público se relaciona con la fantasía. Sin embargo, a pesar de que ambos trabajaron con elementos similares —hadas, dragones, mundos encantados— sus visiones del mito, la narrativa y la función de la fantasía son radicalmente opuestas.
Tolkien, filólogo y erudito, veía la fantasía como una forma seria de arte que debía recuperar la profundidad espiritual y simbólica de los mitos antiguos. En cambio, Disney transformó la fantasía en espectáculo accesible, simplificando relatos tradicionales para adaptarlos al entretenimiento familiar y al mercado de masas.
Este escrito explora las tensiones entre estas dos visiones, que representan no solo estilos distintos sino además posturas ideológicas frente al arte, la imaginación y la cultura.
Para Tolkien la fantasía era una vía de escape, pero no en el sentido escapista y superficial, que a menudo se le atribuye, sino como una “evasión” del encarcelamiento de la modernidad y una vuelta a lo esencial. En su ensayo Sobre los cuentos de hadas Tolkien defiende la fantasía como una forma legítima de literatura que nos permite recuperar una visión fresca del mundo. La fantasía, para él, debía tener coherencia interna, sentido mítico y un lenguaje elevado. En obras como El Señor de los Anillos y El Silmarillion Tolkien crea un universo autosuficiente, cargado de historia, lengua y moralidad. La magia en sus obras no es un simple recurso narrativo sino una fuerza sagrada y peligrosa, una manifestación de lo divino o lo corrupto.
En contraste, la visión de Disney parte de una lógica industrial. Si bien sus películas también se inspiran en cuentos clásicos y mitología, estas narrativas son adaptadas —o, para algunos, domesticadas— para el consumo popular. En sus versiones de cuentos como La Sirenita, La Bella Durmiente o Blanca Nieves, Disney elimina los aspectos más oscuros y ambiguos de los relatos originales, introduciendo finales felices, animalitos parlantes y canciones pegajosas, que hoy resultan de hueva. El resultado es una fantasía higienizada, optimista y predecible, donde el bien y el mal están claramente definidos y el conflicto se resuelve sin grandes pérdidas. Si Tolkien busca lo sublime, Disney busca lo adorable.
Tolkien expresó abiertamente su desprecio hacia la visión de Disney. En sus cartas lo describe como un hombre que había “vulgarizado” los cuentos de hadas. La animación colorida, los personajes caricaturescos y la simplificación narrativa de Disney le resultaban no solo artísticamente pobres, sino moralmente peligrosos. Para Tolkien la fantasía no debía ser infantilizada ni trivializada. Los mitos eran herramientas para pensar en el sufrimiento, el destino y la esperanza en un mundo real y complejo. Disney, en cambio, entendía la fantasía como evasión en su forma más liviana: una distracción agradable que, si bien inspiradora, evitaba todo lo trágico y lo sombrío.
Ambos autores, sin embargo, comparten un punto en común: creían en el poder de las historias. Tanto Tolkien como Disney transformaron la cultura moderna, dando forma a generaciones enteras a través de sus relatos. Lo que los separa no es el uso de dragones o princesas, sino el sentido profundo que le dan a estas figuras. Para uno, son ecos de una memoria sagrada; para el otro, materia prima para la magia del entretenimiento.
Condiciones
En definitiva, la tensión entre Tolkien y Disney es la tensión entre el mito y la mercancía, entre lo sagrado y lo espectacular. Ambos construyeron mundos que sobreviven hasta hoy, pero invitan a preguntas distintas: ¿Queremos soñar para despertar más sabios, como proponía Tolkien? ¿O soñamos solo para olvidar, como parece sugerir Disney? Esa elección sigue vigente cada vez que abrimos un libro o encendemos una pantalla.
Tolkien tenía la idea de que su libro El Señor de los Anillos fuera llevado a la pantalla grande, pero impuso varias condiciones:
1. Los actores se tenían que parecer físicamente a la descripción que él hizo de ellos.
2. Se debía respetar el texto original, no cambiando nada de este.
3. La más importante era que Disney no podía tener los derechos de las películas, porque recordaba lo que había sucedido con la obra de Pamela Lyndon Travers, Mary Poppins: Tolkien alegaba que toda la obra había sido tergiversada por Walt. La autora la creó con base en su abuela materna y apareció en 1934 en una serie de ocho libros.
Tolkien se retiró en 1958 y murió en 1973, mientras que Disney falleció el 15 de diciembre de 1966. El autor de El Señor de los Anillos odiaba la visión del creador de Blanca Nieves.
Si no has visto ninguna de esas cintas o no has leído alguno de los libros, no has vivido.