A LA DERECHA, S’IL VOUS PLAÎT

Guillermo Deloya
Columnas
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Europa

Europa atraviesa una de sus etapas más convulsas e inciertas en su amplia y oscilante historia moderna. Las presiones que devienen de la geopolítica por la guerra en Ucrania, depresiones económicas y tensión adicional por políticas verdes y el augurado fracaso de las izquierdas para contener mayoritariamente estos problemas han dado como resultado un hartazgo popular traducido en un contundente avance de la extrema derecha como vía de representación.

Habrá que ser justos y dimensionar que el resultado de las recientes elecciones europeas se presenta moderado en la realidad, contrario a lo que meses antes se venía previendo en diferentes encuestas. Tal previsión que colocaba a la derecha con una anticipada y amplísima representación en el Parlamento Europeo se menguó con triunfos menores de los que han sido ejes del poder regular en la eurocámara desde aquel primer voto continental; nos referimos por supuesto a los tradicionales Alianza de Socialistas y Demócratas, así como al Partido Popular Europeo.

Y si bien no fue un golpe contundente como muchos esperaban, sí existe un avance notorio de muchas familias ultras como los Conservadores y Reformistas Europeos e Identidad y Democracia, quienes en países como Francia —principalmente— se constituyen ya como la primera fuerza política.

Así, la normalidad de los gobiernos de derecha se va extendiendo paulatinamente en Europa. En Hungría e Italia ya se apersonan con total fortaleza. Y en Alemania, Países Bajos y, por supuesto, Francia están ya entre las dos mayores representaciones políticas con reales posibilidades de convertirse en representaciones hegemónicas en los próximos años.

Fracturas

Estamos ante un proceso de larga data. Desde la crisis de 2010, cuando el euro se debilitó estrepitosamente, se afianzó una base electoral que no perdonó que los ajustes se hicieran mayoritariamente sobre el gasto social. Y en esa gran base de ciudadanos que hoy habitan una Europa cada vez más envejecida en su población se gestó el descontento social que actualmente la propia derecha ha sabido capitalizar. Vaya que la crisis que en esos años se impulsó por la explosión de la burbuja inmobiliaria estadunidense dejó estragos que aún se endilgan a los gobiernos populares y socialistas de la época. Tal fue el impacto, que 74% de los europeos estima todavía que las medidas de tal época pusieron siempre por frente al rescate de los capitales antes que el apoyo a los ciudadanos.

Porque, además, estas derechas por igual han sabido cocinar ese rechazo generalizado a los políticos y a la forma del ejercicio del poder. Se presentan como radicales apegados a formas draconianas para promover cambios y con ello incrementar sentidos nacionalistas que finalmente se acaban capitalizando también en votos; esto último referido al incremental fenómeno migratorio que bien ha rayado en lo discriminatorio o xenófobo, el cual, sin embargo, también llegó a empatar con pensamientos atávicos que apoyan tal situación.

No es este un resultado de pocos meses ni sorpresivo: han sido muchos años de atar cabos y enfatizar carencias.

Cabe destacar el caso de Francia; una nación donde los contrastes mencionados se ahondan con el empoderamiento de un Jordan Bardella, joven que inscribe su personal victoria en la celebración de elecciones anticipadas que destacan esta progresión de los partidos de ultraderecha en Europa. Apuntalado en ello, el partido de Marine Le Pen podría ganar la mayoría de los escaños de la Asamblea Nacional de Francia, situación que pone en la antesala la posibilidad de que sean ellos quienes estén permitidos para elegir nuevo gabinete y nuevo primer ministro. El partido de Marine Le Pen consigue una victoria importantísima, al grado de no haber tenido un resultado electoral similar desde un lejanísimo 1984. Por otra parte, parece que Europa empieza un viraje donde los discursos radicalizantes y nacionalistas se vuelven normalidad.

En este escenario los partidos llamados “euroescépticos” amplían su representación, pero presentan fracturas internas que anticipan que difícilmente encontrarán acuerdos totales que los presenten como un frente común, lo cual, sin duda, limitará su capacidad de presentarse como un frente sólido e influir de manera contundente en la agenda y políticas para la Unión Europea en los próximos cinco años. No perdamos de vista a Francia en este proceso.