No es lo mismo ser político que estadista. “Un político, por ejemplo, es un hombre que piensa en la próxima elección mientras que un estadista piensa en la siguiente generación”.
La frase, en distintas versiones, le ha sido atribuida a Otto von Bismarck y a otros personajes históricos importantes. Sin embargo, la escribió en 1870 un ministro protestante, teólogo y pensador estadunidense poco conocido, llamado James Freeman Clarke.
Debemos recordar esta frase en la actualidad porque tenemos muchos políticos en México, pero casi ningún estadista. Quizás esta frase nos haga entender que estamos destruyendo el futuro de las próximas generaciones.
Veamos simplemente la deuda pública oficial. En diciembre de 2018, al cerrar el sexenio de Enrique Peña Nieto, el sector público mexicano registraba una deuda neta de 10.8 billones de pesos. La cifra incluye los pasivos del gobierno federal, las empresas propiedad del Estado y la banca de desarrollo. Para el cierre de 2023 el monto se había elevado a 14.9 billones, mientras que en mayo de 2024 alcanzaba ya 15.7 billones de pesos. Es un incremento de 45% en menos de seis años.
El gobierno busca minimizar la situación diciendo que la deuda pública cerrará en 49.7% del Producto Interno Bruto (PIB) en 2024, una cifra relativamente baja en comparación con otros países, pero omite señalar que en 2018 era de 44.8% y en 2007 de apenas 27.5 por ciento.
El presidente López Obrador prometió no endeudar al país, había buenas razones para ofrecer y cumplir esta promesa. Financiar el gasto público con deuda significa que las actuales generaciones se benefician si el gasto se ejerce bien, pero el pasivo se hereda a las generaciones posteriores. En realidad, es una actitud contra natura. La mayoría de la gente está dispuesta a hacer sacrificios en su vida para que sus hijos y nietos vivan mejor; por eso se esfuerza para pagar escuelas y pediatras. Los políticos, sin embargo, quieren aprovecharse del gasto de hoy, pero que los hijos y nietos paguen la cuenta.
Impagable
En 2018, según información del Centro de Investigación Económica y Presupuestaria (CIEP), la deuda pública era de 112 mil 300 pesos por cada hombre, mujer o niño del país. Para el fin de 2024 habrá crecido a 126 mil 800 pesos. Cada infante que nace en nuestro país carga esa deuda desde el primer día por la irresponsabilidad del gobierno.
La deuda real, sin embargo, es mucho más cuantiosa de lo que se registra en las cifras oficiales. México ha tenido desde hace muchos años un pasivo oculto al otorgar pensiones a través del IMSS, el ISSSTE y otras instituciones sin la creación de las reservas necesarias. Esto se empezó a resolver con las reformas de 1997 y 2007, que establecieron el sistema de Afores. Sin embargo, López Obrador ha creado nuevos esquemas de pensiones sin reservas que generan una deuda que será impagable en las próximas décadas. Lo peor es que ni siquiera se registra este pasivo en las cuentas nacionales.
“La deuda es la enfermedad mortal de las repúblicas, la primera y más fuerte que debilita a los gobiernos y corrompe al pueblo”, afirmó Wendell Phillips, un abogado abolicionista estadunidense, también del siglo XIX y también poco conocido.
Nosotros no podemos decir que no sabíamos. Nuestros políticos actuales, que solo piensan en ganar la próxima elección, están dejando una deuda aplastante a nuestros hijos y a nuestros nietos.