SEÑORES ENOJADOS SA DE CV

Mónica Soto Icaza
Columnas
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OFENDIDOS

Hombres acostumbrados a dar opiniones no solicitadas, a explicarte cómo se hace tu trabajo, a agarrarte hasta el pie cuando tú solo les diste la mano, a responder con un “ay, era una broma, ni aguantas nada” cuando te defiendes.

No importa la edad: hay señores enojados de 20 o de 100 años; al parecer el requisito para la furia es haberles respondido con firmeza y coraje o simplemente existir al margen de la búsqueda de su aprobación.

El susodicho de este caso es un muchacho de 20 años, amigo, o más bien examigo de una adolescente de 14 que me contó su historia. Resulta que al joven le atraía la joven seis años menor. Hasta ahora todo normal; a pesar de la diferencia de edad formaban parte del mismo grupo de amigos, afines en intereses.

Como es lo normal, él le preguntó a ella si podía darle un beso; ella respondió que sí; le daba curiosidad saber qué se sentía y sería su primera vez con unos labios ajenos sobre los suyos. Se besaron. Una vez, dos veces.

Para la tercera la cosa se puso intensa. Él bajó las manos hacia el cuerpo de ella, empezó a tocarla en sitios privados. A ella no le gustó, eso no era parte del trato. Le dijo que no, que parara. Él no paró, siguió manoseándola como si nada. Ella se quedó petrificada, sin saber qué hacer o cómo reaccionar; quería a su amigo, no deseaba que siguiera toqueteándola, tampoco quería ser agresiva para no perderlo. Insistió en el no. Él continuó.

La siguiente propuesta de volver a besarse llegó por WhatsApp. Ella le dijo que no. Él insistió. Ella le respondió que no. Él insistió de nuevo. Ella le volvió a contestar que no. Él siguió insistiendo. Ella, francamente harta, respondió ya con poca amabilidad: “Ya te dije que no, imbécil, deja de insistir”. Al fin la dejó en paz.

Culpa

Pasaron los meses. El grupo de amigos seguía igual, salvo que ella se sentía incómoda en presencia de él; no quería decir nada para no afectar el ambiente general. Hasta que ya no pudo guardárselo y decidió hablar, platicarlo con dos de ellos, a quienes consideraba los más cercanos.

La respuesta fue inesperada: “Tú lo ofendiste peor, tienes que ofrecerle una disculpa por haberle dicho imbécil”; “Cuando una se mete en esas cosas morbosas pasa esto, tienes que cuidar tu reputación”; “Él es un niño, te tienes que portar como una niña madura”. Al parecer es mucho más grave decirle a alguien “imbécil” defendiéndote, que ser tocada sin consentimiento; al parecer fue válido que él sintiera ganas de tocarla, pero no que ella tuviera curiosidad por un beso; al parecer un niño de 20 años todavía no sabe lo que hace, pero una niña de 14 debe tener la madurez suficiente para aceptar que todo fue su culpa.

¿El resultado? Hablar la expulsó del grupo de amigos. Ahora ninguno se acerca a ella, si pueden la ignoran, no vaya a ser que también los acuse a ellos. ¿Por qué haría algo así, si ellos no le han hecho nada? Los señores enojados se agruparon por una causa común: eliminarla a ella por no beneficiarlo a él con su silencio.

Si pensábamos que las nuevas generaciones ya tenían una conciencia distinta, nos equivocamos: todavía se espera que alguien se propase contigo, ignore tus “no” y la cosa siga impune.

Ella decidió no callar, defenderse, hacer una declaración de principios con fuerza, integridad y firmeza. Y pagó el precio con la pérdida de la ¿amistad?

¿Hasta cuándo veremos a hombres solidarizándose con mujeres en situaciones como esta, en vez de protegiéndose en nombre de la hombría? ¿Hasta cuándo dejaremos de acabar excluidas por tener la valentía de romper el silencio?