RUSHDIE Y EL FANATISMO

“Un testimonio de que la batalla, a pesar de todo, no está perdida”.

Raudel Ávila - Enlace Internacional
Columnas
Salman Rushdie

El libro de moda —y por buenas razones— en los círculos intelectuales es Cuchillo, de Salman Rushdie, quien como todo el mundo sabe sufrió un atentado a manos de un fundamentalista islámico que lo apuñaló repetidas veces en un evento sobre la necesidad de proteger a los escritores y la libertad de expresión.

Esta obra de Rushdie vale como ensayo literario y como reflexión humana en torno de la importancia del amor, la familia y de disfrutar nuestro tiempo en la Tierra. En este caso, me interesa su reflexión política.

Hay un pasaje fascinante en el libro en el cual Rushdie, durante su convalecencia, se pone a pensar dónde puede vivir para huir del fanatismo que lo apuñaló. En Estados Unidos no conviene, reflexiona, porque el trumpismo exalta el fanatismo y lo alimenta continuamente. Gane o pierda Trump la elección presidencial, el trumpismo vivirá largo tiempo en la política norteamericana.

Luego su hijo le propone que regrese a vivir a Inglaterra, donde Rushdie estudió y empezó su carrera como escritor. Ante esto piensa: “No, el nacionalismo xenófobo del Brexit ha generado todo tipo de males en Inglaterra, ya no es un buen lugar para vivir”.

Y finalmente el escritor contempla la idea de regresar a India, su país natal. “No, Narendra Modi es otro fanático hindú que quiere destruir a los musulmanes y erosionar la democracia”.

De modo que al final Rushdie no sabe qué hacer y se queda en Nueva York. No obstante, la cadena de reflexiones es muy ilustrativa de la crisis que vive el sistema internacional y las democracias occidentales. Rushdie descubre que vivimos en un mundo donde el fanatismo cotiza muy alto y gana adeptos con enorme facilidad y velocidad. No sabe cómo puede reaccionar ante ello o cambiar la situación excepto seguir escribiendo en defensa de los valores en los que ha creído toda su vida, empezando por la libertad de expresión.

Optimismo

Cuchillo es una revelación de que la angustia de Rushdie no es por una experiencia vital única o propia solo de un escritor famoso. Es la ilustración de que todos los seres humanos vivimos sujetos de ser víctimas del fanatismo de nuestros vecinos, sea que los conozcamos y reconozcamos o no. Ese fanatismo, padre de la intolerancia, está permeando la política y no tenemos mucha idea de cómo combatirlo o cuando menos reducirlo. Lo que el libro deja es un testimonio en carne viva de que la polarización y el fanatismo no van a menguar en los próximos años: tenemos que aprender a vivir con ellos y mejorar nuestra calidad de vida en compañía de nuestros seres queridos.

No obstante, el mismo Rushdie refiere en su libro una serie de incidentes que abonan al optimismo frente al avance de los fanáticos. No fue uno, sino múltiples eventos organizados por escritores y activistas en homenaje a Rushdie en numerosas ciudades del mundo después de que sufrió ese ataque. Miles de personas se congregaron en plazas, bibliotecas, auditorios, para repudiar el fanatismo y defender la libertad de expresión. Algunos de ellos ni siquiera eran simpatizantes de Rushdie ni de su obra, pero entendieron que un atentado contra él suponía un atentado contra la libertad de expresión de todos.

El repudio generalizado de medios de comunicación, gobiernos y opinión pública internacional contra el atentado es lo que permite que una editorial tuviera interés en que Rushdie escribiera este libro. De modo que, aun cuando los hijos de la Ilustración y sus valores de libertad se sientan solos, también hay elementos para suponer que no lo están.

Cuchillo es un testimonio de que la batalla, a pesar de todo, no está perdida. Que el diálogo civilizado y la defensa de la libertad en una era de oscurantismo tiene muchos compañeros de viaje, más de los que los fanáticos quisieran hacernos creer. Léalo e ilumine su verano con un poco de esperanza sobre la política internacional contemporánea.